Ahora vemos de manera indirecta y velada, como en un espejo; pero entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de manera imperfecta, pero entonces conoceré tal y como soy conocido. (1 Corintios 13:12).
Era el final de la tarde y estaba sentada frente a la pantalla de mi computadora, frustrada. Había pasado la mayor parte del día en mi oficina tratando de poner palabras en papel. ¿Qué tenía para demostrarlo? Nada. Ninguna idea fluyó de mi cerebro a mis dedos y hacia la pantalla. Afuera llovía a cántaros. Otro día de invierno triste y empapado de lluvia aquí en el oeste de Oregón.
Disgustada, levanté la persiana de la ventana para mirar fijamente el aguacero. Fue entonces cuando lo vi.
Un gran rayo de sol había atravesado las nubes. Con el resplandor del sol, un brillante arco iris se extendió por el cielo gris. Debajo de esta increíble escena, como una exuberante alfombra verde, se encontraba el campo de raigrás del vecino. Una alegría inesperada se apoderó de mí, quitando mi mal humor.
Después noté algo inusual en este arcoíris. No tenía arco ni curva. Nunca había visto un arco iris como este. Parecía como si una enorme mano invisible presionara la curva del arco iris, volviéndola plana.
A pesar de la ventana de mi oficina cubierta de tierra, el arco iris se veía magnífico. ¡Que vista! Con su fondo de nubes grises y oscuras y un campo verde, el arco iris brindó una oportunidad fotográfica increíble. Agarré mi cámara de 35 mm y rápidamente tomé fotografías de sus lineas aplanadas de azul brillante, amarillo, índigo, verde, violeta, y naranja.
Mientras mi cámara hacía clic, me di cuenta de lo claras y espectaculares que quedarían las fotos ya reveladas, con una ventana limpia. Mientras me regocijaba en esta rara experiencia, el Espíritu Santo usó el arco iris y mi ventana sucia para darme una visión espiritual que tanto necesitaba.
Amor duradero
La ventana y el arco iris se convirtieron en símbolos de aquellos períodos de mi vida en los que no podía sentir la presencia de mi Salvador, no podía sentir Su amor por mí ni veía la obra del Señor en mi vida. Yo estaba a un lado de la ventana opaca. Su amor, belleza y propósito divino para mí estaban en el otro lado. Recordé las famosas palabras del apóstol Pablo sobre el amor en 1 Corintios 13.
Como antecedente, Pablo dedica la mayor parte del capítulo 12 a recordar tres verdades a la iglesia de Corinto: Los seguidores de Cristo deben ejercer los dones que el Espíritu Santo les ha dado permitiendo la diversidad de dones y esforzándose por mantener la unidad dentro del cuerpo de Cristo. Termina el capítulo con “Ahora les voy a mostrar un camino más excelente” (12:31).
Ese camino es el amor. En el capítulo 13, Pablo insiste en que, dijera lo que dijera, pensara lo que pensara o hiciera lo que hiciera, todo carecía de valor si no estaba motivado por el amor desinteresado de Cristo hacia los demás. Compara estos actos sin valor con “un metal que resuena o un címbalo que retiñe”, y añade: “Yo no soy nada. . . . No gano nada” (vv. 1-3). Él le recuerda a la iglesia de Corinto que algún día cesarán las profecías, las lenguas y el conocimiento, pero que el amor de Jesús por Sus ovejas es eterno.
Pablo admite que, aunque ya era un hombre maduro, no podía ver, no podía comprender la magnitud, el poder y el propósito del amor de Cristo por él, igual como yo lucho por comprenderlo. Él lo comparó con intentar verse la cara en un espejo muy empañado, o como se lee en la versión Reina Valera, a través de un espejo oscuro.
Pablo sabía que un día no habría nada entre él y su Señor resucitado. Él estaría frente a Cristo y finalmente lo vería cara a cara. Pablo sabía que entonces, y sólo entonces, lo entendería todo. Tendría un conocimiento perfecto, y finalmente experimentaría todo el poder y la gracia inmensurable del amor redentor de su Salvador. Pablo asegura a los creyentes de Corinto que éste será también su futuro.
Viendo a Jesús
Comprendo el anhelo de Pablo de estar en presencia de nuestro Salvador. Deseo, más que ninguna otra cosa, estar cara a cara con la perfecta personificación del amor de Dios Padre por Sus hijos. Esta es mi esperanza, mi alegría y mi futuro. ¡Gloria a Dios! Algún día estaré con Cristo.
La Biblia promete que este futuro también espera a todos los que han elegido a Jesucristo como su Salvador. Cuando llegue ese día, ya no tendremos que esforzarnos para ver a nuestro Señor a través de la sucia ventana de este mundo. Ya no dudaremos de Su amor por nosotros. Y lo que es más importante, no habrá que esperar más para verle.
Ya no habrá maldición. El trono de Dios y del Cordero estará en la ciudad. Sus siervos lo adorarán; lo verán cara a cara y llevarán su nombre en la frente (Apocalipsis
22:3, 4).