Un Llamado a la Obediencia

¿Será posible experimentar el ambiente de una iglesia con canticos, lectura Escritural, predicación, y la celebración de cada sábado, sin sentir completamente el señorío de Jesucristo?

“¿En serio?” dice usted. “¿Cómo podría usted no conocer al Señor Jesús?”

¡Jesús al margen no es tan inconvincente! ¿Sabía usted que eso sucedió en el primer siglo? La comunidad de la iglesia en Laodicea (lo que ahora es Turquía), registrada en Apocalipsis 3, excluyó a Jesús de la vida de la iglesia. Él no estuvo entre ellos; él estuvo afuera, llamando y tocando a la puerta de la iglesia, suplicando a aquellos que estaban adentro (vv. 14-22). Muy obvio para Jesús, la iglesia de Laodicea continuaba regocijándose en sus ritos religiosos. “Somos ricos; no tenemos necesidad de nada,” ellos coreaban.

Jesús pensaba diferente. Sus palabras de juicio hacia los creyentes de Laodicea sirven como un poderoso recordatorio para todos los que escuchan. También sirven de precaución para aquellos de nosotros en esta era. “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias” (v. 22).

Al presente, Laodicea ha llegado a ser algo así como un proverbio para una cultura de iglesia sin el señorío de Cristo.

Este riesgo de complacencia y religiosidad mal alineada es tan real hoy como lo fue entonces si no estamos escuchando la incitación del Espíritu Santo.

 

Mi historia

Un testimonio personal puede ayudar a ilustrar esto. En la mayor parte de los treinta años, yo también calenté las bancas de la iglesia los sábados. Aunque pretendiendo una familiaridad razonable de las Escrituras, nunca en realidad me aventuré a acercarme para conocer personalmente a Jesús, el Señor de la Escritura, con una relación profunda y permanente. Nunca comprendí su preeminencia.

Por supuesto, yo había leído acerca de Jesús explicando que esas Escrituras se trataban de Él (Juan 5:39, 40; Lucas 24:27), pero nunca lo relacioné con Su llamado a la comunión, la obediencia y el discipulado — es decir, hasta que la adversidad golpeó.

Al encontrarme postrado en la cama de un hospital con osteomielitis C4 (una infección en el hueso en la vertebra del cuello), décadas de falta de fuerza en mi fe se añadieron a un profundo desconcierto. En los meses siguientes de recuperación, las preguntas que yo había hecho cuando era un muchacho de 9 años, resurgieron y se clarificaron.

“¿Cómo es que” me aventuré por muchos años antes, “el apóstol Pablo parecía predicar sólo acerca de Cristo, cuando la iglesia no lo hace?” Fue una pregunta reveladora, una que debiera sopesar en nuestros corazones hoy como lo hizo con el mío mientras asistía a otra iglesia.

Para la respuesta, regresemos en la historia y exploremos el lugar en que una situación similar existió en el centro de la historia de Pablo.

 

Historia de Pablo

El apóstol Pablo creció en medio de una vida religiosa en Jerusalén. Fue entrenado por Gamaliel, una de las mentes más brillantes y razonables del judaísmo. Siendo joven, sin embargo, Pablo llevo su ferviente entendimiento de la Escritura y obediencia al Judaísmo a nuevas alturas. Él menosprecio al nuevo movimiento cristiano, y, al abominar a Jesús, Pablo persiguió para asesinar a los seguidores de Cristo, dondequiera que podía.

Sin embargo, un evento singular cambió el rumbo de Pablo. Después de ver a Jesús en una luz fascinante mientras iba camino a Damasco, Pablo se convirtió en seguidor de Jesús en cuestión de días. Él abrazó el discipulado con el mismo fervor y obediencia que había caracterizado su previo desprecio por Cristo.

Luchando con el llamado de Jesús y conocerle finalmente, Pablo experimentó un reajuste que nunca había encontrado. Al encontrarse Pablo sentado en las sombras de Damasco en Siria, la ciudad donde anteriormente había él decido causar daño, su profunda perplejidad lo condujo finalmente a tener fe en el Mesías. No fue como yo, muriendo a mi mismo en aquella cama del hospital.

La única iluminación de las Escrituras que Pablo conocía muy bien, y que tenía sentido, era este Jesús. El Jesús de la Escritura era simplemente innegable, el llamado de Jesús a la obediencia inequívoco, y la carga del discipulado de Jesús complementa clara. Pablo vio lo que nunca se había imaginado: todas aquellas escrituras que él podía recitar tomaron un significado muy elevado, centrándose en Cristo.

 

Nuestra historia

Hoy tenemos el legado de las cartas de Pablo a las iglesias para que podamos entender sus luchas y aprender de ellas. También tenemos el relato histórico de Lucas en el libro de los Hechos que da una mayor percepción en este nuevo movimiento de Jesús. Aprendemos que la iglesia de Laodicea, igual que Pablo anteriormente, practicaba una religiosidad llamativa sólo por carecer de la presencia de Jesús. De esto es lo que yo salí y lo que debemos evitar, por la gracia de Dios.

¿Qué sucedió con el entusiasmo original de Pablo por el judaísmo? El apóstol finalmente renunció a él, y su amor por una obediencia a Cristo Jesús creció. Su energía y cariño por el judaísmo ahora estaba dirigidos al servicio de su Señor. Después de dedicar su vida al servicio de Jesús, Pablo eventualmente llevó su obediencia hasta el punto del martirio en el nombre de su Salvador.

Igual que Pablo, nosotros debemos entender que el discipulado consiste en abandonarlo todo, renunciar al pasado, y seguir a Jesús. Es escuchar Su Palabra y vivir en obediencia — guardando los mandamientos de Dios y el testimonio de Jesús (Apocalipsis 12:17). Es considerar al Señor Jesús en la totalidad de la Escritura. Es rendirse a todo y seguir Su llamado. El discipulado consiste en imitar Su justicia en nuestras vidas dentro del contexto de Su comunidad de fe, la iglesia. Es entrar en comunión con Cristo, comiendo el pan ofrecido en Su mesa. Es beber del manantial de vida, el Espíritu Santo. El discipulado es dar un paso adelante en fe y oración, en el nombre de Jesús, para realizar aquellas cosas grandes que sólo Jesús puede hacer.

 

Sigue llamando

La mediocridad y la carencia de poder no son los caminos al reino de Jesús. ¡Estos no existen! Pero sí existen el llamado al servicio, la obediencia, y el sacrificio.

Jesús llama. Él toca. Y si somos tardos para entender, entonces Él puede quebrantar nuestros duros corazones mediante una invitación a una profunda y duradera comunión con Él. Pero debemos estar dispuestos a responder en fe y sumisión. Un hombre o una mujer quebrantados que admiten su mortalidad y ceguera voluntaria, pueden ser reconstruidos por Jesús hacia Su propia imagen, fortaleza y gloria. Aceptar al Señor de la Escritura, Jesucristo, y centrar nuestras vidas alrededor de Su llamado constituye un compromiso de obediencia. La voluntad y propósito de Jesús hoy se hace preeminente en nuestras vidas, moldeándonos en completa conformidad a Su estatura.

Al igual que Pablo nuestra lealtad debe encontrar su verdadero hogar en Cristo. El antiguo Pablo se aferró tanto a su antigua manera de vida que ciegamente “persiguió” a Jesús. El nuevo Pablo, profundamente convertido y comprometido a Cristo, fue acreditado digno de “presentarse delate del delante del Hijo de Hombre” (Lucas 21:36).

Por toda su pasión y religión, el Señor probablemente lo hubiera amonestado con nada menos que “Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad” (Mateo 7:23). En vez de eso, el Señor Jesús buscó a Pablo, un acto de gracia que desafía nuestro sentido humano de justicia. ¿Merecía Pablo esta atención divina? ¿Merecemos nosotros Su gracia?

La gracia es lo que el Buen Pastor es. ¡Es lo que Él hace! Jesús extiende esta gracia hacia usted y yo hoy. Sin Él, estamos completamente perdidos. Muy similar al antiguo Pablo y a aquellos en Laodicea, un falso sentido de seguridad y conformidad a un ritual, no es nada más que una farsa del maligno de conformidad y religiosidad.

 

El llamado

Hay trabajo que hacer en el nombre de Jesús. Los dones que Él nos ha dado son para Su servicio, para la gloria del Padre. Aquellos que están ciegos necesitan sanidad para considerar aquello que nunca han visto. El sediento necesita beber lo que nunca ha saboreado. Los hambrientos no se dan cuenta que ruegan por el Pan de Vida — todo solo en Jesús.

Pablo llegó a entender el irresistible llamado de Jesús para atender estas necesidades. De este modo, él pasó el resto de su vida dedicado al Señor que lo salvó, predicando a Cristo y compartiendo el Pan de Vida. Pablo sabía exactamente cuánto había recibido, y lo que se requería de él, y vivió de acuerdo a ello. Él alimentó la Palabra del Señor, en Escritura y personificada en Jesús, a todo quien escuchara.

Frente a las posibilidades aparentemente imposibles, los otros discípulos de Jesús aprendieron la misma lección. “Dadles vosotros de comer,” dijo Jesús a Felipe y Andrés. “Apacienta mis ovejas,” le dijo Jesús a Pedro, para comenzar a entender el discipulado y la comisión. Esa es la batuta del discipulado que también Pablo agarró.

Este llamado eterno de servidumbre es también para usted y para mí hoy. Debemos encontrarlo y someternos al Jesús de la Escritura, quien a la vez nos invita a Su servicio para una vida de discipulado que posteriormente se caracteriza por la obediencia. “Si me amáis, guardad mis mandamientos,” dijo Jesús (Juan 14:15).

Pablo vino a ser Cristo-céntrico en palabra y en acción, y buscó que otros hicieran lo mismo. Todo pensamiento lo convirtió en obediencia a Cristo (2 Corintios 10:5). Todos aquellos “infelices, miserables, pobres, ciegos y desnudos” (palabras de Jesús en Apocalipsis 3:17) en Laodicea que ignoraron a Jesús tocando y llamando, también estuvieron caracterizados en las cartas de Pablo a aquellos en Colosas. Aparentemente esos creyentes también sufrían de la misma ceguera espiritual.

Pablo expresa sus esfuerzos al apelar a aquellos en Colosas y Laodicea, para que ellos también pudieran “alcanzar todas las riquezas del pleno entendimiento, a fin de conocer el misterio de Dios el Padre, y de Cristo” (Colosenses 2:2).

 

Este Jesús

Hoy, la idea de obediencia conlleva una nueva vitalidad encontrada solamente en Jesús. Pablo se regocijó en el hecho de que “los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos” (2 Corintios 5:15).

Las preguntas que permanecen para nosotros son: ¿Cómo leemos la Escritura? ¿Dónde yace nuestra lealtad? ¿Quién es nuestro Señor? ¿Para quién vivimos, y servimos? ¿Buscamos una religión, o una relación personal? No necesitamos buscar más que en Jesús.

Con nuestro Señor y Salvador al timón, y como cabeza de la iglesia, y con Su promesa de que “donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy y en medio de ellos” (Mateo 18:20), nuestras vidas encuentran hoy su verdadero lugar de reposo, servicio y obediencia.

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Written By

John Klassek was born to immigrant parents and grew up in a Sabbatarian church. He is the author of Hope of the Resurrection, now ready for its fifth printing, and serves as secretary of the International Ministerial Congress. John and his wife, Rebecca, have six children and five grandchildren. Living in their hand-built mudbrick home in rural Western Australia, he works bi-vocationally in IT support and ministry, pastoring a CoG7 congregation near the capital city of Perth. Over the past 20 years John has pioneered the development of MessageWeek Media Ministries (http://www.message7.org), streaming hundreds of in-house produced gospel videos. He is a keen motorcyclist, enjoys coin collecting and public speaking, and has an interest in biblical archaeology._

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