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Pescado y Papas Fritas

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Estábamos hambrientos y emocionados. ¡El camión de comida había llegado a Missoula, Montana! Llegamos al estacionamiento y nos formamos en la fila para hacer nuestro pedido. La fila era cada vez más larga, ya que mucha gente estaba llegando a comprar pescado y papas fritas.

El pescado y las papas fritas recién cocinados, con un poco de sal y vinagre, es una de las comidas más sabrosas del mundo. Este camión de comida en particular servía un pescado excelente, y la gente había oído hablar de él. La fila seguía creciendo mientras la gente esperaba ansiosamente para obtener su comida.

Cuando tienes un producto tan bueno que la gente hace largas filas para comprarlo y no le importa el precio, sabes que tienes un gran producto.

Como hijos de Dios, tenemos un mensaje que hace palidecer al mejor pescado y papas fritas si hacemos esa comparación. ¿Por qué la gente no hace fila a las puertas de nuestras iglesias, esperando ansiosamente ser parte del reino de Dios y recibir el regalo (producto) de la vida eterna? ¿No deberían buscar el evangelio? Del mismo modo, ¿no debería eso inspirarnos a evangelizar, a entusiasmar a otros con Jesús y Su reino?

Desde el principio de Su ministerio, Jesús predicó el evangelio del reino (Marcos 1:14). Dijo que había que buscarlo por sobre todas las cosas: “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mateo 6:33). Jesús dijo esto por una buena razón: ¡El reino es ciertamente mejor que el pescado y las papas fritas!

Promesas del evangelio

Hay una recompensa para los que se salvan eternamente. Jesús les dio a Pedro, Santiago y Juan una visión de esta cuando los llevó a una montaña y, en una visión, les mostró el futuro de la familia de Dios: “Y se transfiguró delante de ellos, y resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz. Y he aquí les aparecieron Moisés y Elías, hablando con él” (Mateo 17:2, 3).

Años más tarde, Pedro, que vio la visión, escribió: “Por medio de las cuales nos han dado presiosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia” (2 Pedro 1:4).

Vuelva a leer esta frase: “Participantes de la naturaleza divina”. Es posible que Pedro estuviera recordando aquel día en el monte y la gloriosa visión de Jesús, y lo que será formar parte de la sagrada familia de Dios un día en la eternidad. El recordatorio del apóstol de las promesas de Dios y de la participación en la naturaleza divina nos debería poner a todos en la fila del evangelio.

Juan, probablemente el último apóstol superviviente, escribió estas palabras, recordando la Transfiguración que había presenciado: “Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es” (1 Juan 3:2).

Vuelva a leer esta frase: “Seremos como Él”. Juan también vio la visión en la montaña de cómo seremos un día. Seremos perfectos como Él es, con cuerpos nuevos. Sesenta años más o menos después de ese glorioso acontecimiento, Juan seguía diciéndole a la gente sobre el futuro que Dios ha prometido a Sus hijos. “Seremos como Él” es algo por lo que vale la pena hacer fila.

La gloria del evangelio

Pablo también escribió sobre el precioso producto y las promesas de Dios. Compartió las buenas nuevas con la iglesia en Roma de que somos la familia de Dios, Sus hijos e hijas, herederos de la misma gloria vista por Pedro, Santiago y Juan en el monte:

Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, estos son hijos de Dios . . . herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados. Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse. Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios (Romanos 8:14, 17-19).

Pablo explica que el producto y la promesa de Dios son tan grandes, que van mucho más allá de nuestra pequeña comprensión, que deberíamos estar dispuestos a hacer fila y pagar cualquier precio para entrar a “la gloria que se revelará en nosotros”. ¡Qué maravilloso es nuestro Salvador y Dios! Qué regalo tan fantástico tiene para aquellos que confían en Él y le sirven. Y es gratuito.

El alimento del evangelio

Un hombre estaba a la orilla del lago viendo a unos hombres pescar desde una barca. La suerte de esos hombres se había agotado; haber viajado toda la noche para pescar parecía haber sido un desperdicio.

Agotados y listos para llegar a la orilla, se dieron cuenta de que el Hombre estaba de pie en la playa. Les gritó: “Echad la red a la derecha de la barca, y hallaréis”. Pedro se despojó de su ropa exterior y nadó hasta la orilla. Reconoció a su Señor Jesús. Allí, en la playa, en las brasas, se cocinaba el pescado con pan. Nunca el pescado y las papas fritas tuvieron un mejor sabor (Juan 21:1-13).

¿Estamos dispuestos a compartir con otros lo que Jesús ha compartido con nosotros? ¿Estamos dispuestos a ayudar a la gente a formarse en la línea del evangelio por algo mucho mejor que pescado y papas fritas? Deberíamos estar lo suficientemente entusiasmados como para hablar a otros de las promesas de gloria para los que han sido salvos, para hacer lo que Jesús nos dijo que hiciéramos: “Id y haced discípulos a todas las naciones”.

Mike Wallace
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Mike Wallace is the senior spiritual advisor for the Colorado Springs CoG7 and leader of the Montana Fellowship of the CoG7. He is an elder in the Church of God (Seventh) Day and serves a territory about the size of Ukraine. Mike and his wife, Bonnie, reside in Florence, MT. They have five children and six grandsons. On occasion, Mike has been known to raise a sheep or two.