A los diez años, nuestro hijo menor se quejaba de un líder de grupo que hablaba demasiado. Lo animé a que fuera tolerante, señalándole que algunas personas hablan más que otras y que debemos esperar pacientemente nuestro turno para hablar.
Mi hijo replicó: «Pero todo el mundo debería tener un punto para ponerle un alto a la lengua. El señor Jones no lo tiene».
El propósito del punto
El punto es un pequeño puntito que se pone al final de las frases para indicar un alto final. En una conversación no podemos ver los puntos, pero las personas los indica haciendo pequeñas pausas. Esto les permite tomar un respiro a los que hablan, y a los que escuchan, responder a lo que se ha dicho.
En el cuento humorístico de Mark Twain Roughing It, el personaje principal viaja a través del país en carreta y se encuentra con un pasajero que no está familiarizado con la pausa en la conversación. Lamentando su desgracia, el personaje principal dice: “Las fuentes de su gran abismo se abrieron, y ella hizo llover las nueve partes del discurso, cuarenta días y cuarenta noches, metafóricamente hablando, y nos enterró bajo un diluvio desolador de chismes triviales. . . .”
La palabrería
No toda la palabrería alcanza el estatus bíblico que Twain atribuye a esta mujer ficticia. Pero todavía, los parlantes menos hábiles a veces obligan a sus presas a fingir una gripe u otras enfermedades temporales, cualquier cosa con tal de evitar la muerte por las palabras.
Incluso el lejano quejido de la voz de una persona que habla mucho, bombea suficiente adrenalina por las venas como para hacer que su presa corra a esconderse. Pareciera que las personas que hablan demasiado le quitan la vida a las conversaciones, pero nadie ha acusado todavía a nadie de asesinato. Pero eso no significa que la palabrería no mate.
El exceso de palabras mata sermones al sofocar el punto principal bajo una avalancha de palabras innecesarias. A veces, una discusión en grupo empieza por un camino interesante hasta que un terrorista de las palabras secuestra el avión de la conversación y lo conduce al país de los monólogos, un lugar que pocos eligieron visitar.
Vínculos y amistades
Cualquiera puede superar la pérdida de la escencia de un mensaje o de una oportunidad de diálogo, pero la víctima por hablar demasiado muy a menudo es la amistad. Esta pérdida no se recupera fácilmente. Los vínculos se desarrollan durante las pequeñas pausas en las conversaciones. Ahí es cuando los demás hablan y nosotros escuchamos. Mientras hablan, descubrimos sus talentos, amores, historias y estilos.
El simple acto de escuchar crea amistad. Esto funciona no sólo con las personas, sino también con Dios. Jesús enseñó el uso moderado de las palabras. «Y al orar, no hablen solo por hablar como hacen los gentiles, porque ellos se imaginan que serán escuchados por sus muchas palabras» (Mateo 6:7).
Escuchando las Escrituras
Esto también se puede aplicar a la lectura de la Biblia. En lugar de obsesionarse con terminar un capítulo, lea hasta que un pasaje de las Escrituras tome su espíritu, luego deténgase y reflexione sobre lo que leyó.
En una ocasión, en el silencio que siguió después de una larga oración en que le pedí a Dios que cambiara cierta circunstancia, sentí que Él decía: «Hay un momento para lo que pides, pero no es ahora». Cuando escuchamos intencionalmente, encontramos la comunicación sincera que anhelamos con Dios.
En Waiting on God (Esperando en Dios), Andrew Murray admite que puede ser difícil aprender a estar tranquilo, pero dice: “Descubriremos que crece en nosotros, y el breve tiempo de adoración silenciosa traerá una paz y un descanso que serán una bendición no sólo en la oración, sino durante todo el día”.
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La voz de Dios
Dios habla; ése es Su modus operandi. Cientos de incidencias bíblicas lo atestiguan. Dios comienza en el Génesis con «¡Hágase la luz!». A partir de ahí, Su voz recalca una sección tras otra de las Escrituras, hasta el último capítulo, donde Jesús dice: «¡Vengo pronto!»
El Antiguo Testamento registra al Padre hablando a profetas, reyes, sacerdotes, agricultores, madres, padres e hijos. El Nuevo Testamento muestra a Jesús hablando a los ricos, a los pobres, a los ostentosos, a los políticos, a los religiosos, a los desesperados, a los enfermos y a los muertos.
Jesús dijo: “Mis ovejas oyen mi voz; yo las conozco y ellas me siguen” (Juan 10:27). Debido a que Dios habla a la gente, el premio a la relación no se otorga a los que hablan maratónicamente y acumulan palabras mientras oran, sino a los que escuchan y atesoran lo que Él dice.
Recompensas de saber escuchar
María tomó la mejor decisión cuando se sentó a los pies de Cristo y se aferró a cada palabra. “Escuchar en oración” tiene sus recompensas: hay mejor comprensión de problemas desconcertantes, mayor comprensión de la Biblia y se obtiene la perspectiva de Dios sobre los problemas.
Siempre es prudente poner un punto en la lengua, especialmente cuando hablamos con Dios.
Las citas bíblicas fueron tomadas de la Nueva Versión Internacional.