“¡Vamos, Skippy!” gritó David mientras corría por el campo. “Vamos a ver si papá quiere ir a pescar”. David encontró a papá cargando herramientas en su camioneta.
“¡Hey, papá!”, gritó. “Vamos a atrapar algunos de esos ojos saltones en el arroyo”.
“Ahora no puedo”, contestó papá. “Me estoy preparando para arreglar el porche trasero del Sr. Jack”.
“Pero él no puede pagarte por ayudar. Y además, es un gruñón — ¡siempre gritando y quejándose de todo!”
“No lo hago por dinero ni porque sea un amigo cercano”, dijo papá. “El señor Jack necesita ayuda, así que le estoy ayudando. ¿Recuerdas el verso de la semana pasada que el pastor usó en su sermón sobre hacer el bien?”.
“Creo que sí”, respondió David. “’No nos cansemos de hacer el bien, porque a su debido tiempo cosecharemos si no nos damos por vencidos’” (Gálatas 6:9, NVI).
Papá sonrió. “Eso es, y eso es lo que estoy haciendo: servir a Dios sirviendo a los demás”.
Los hombros de David se desplomaron. “¿Pero qué ganas tú con eso? Y además, realmente quería que fueras a pescar conmigo esta tarde”.
“Bueno, entonces puedes elegir”, respondió papá. “Pescar tú solo o ayudarme a trabajar en el porche del señor Jack. Si termino rápido, tal vez tengamos tiempo para pescar”.
“Pero yo no sé nada de construir cosas”, se quejó David.
“Entonces no hay mejor momento para aprender que ahora”.
Papá cogió unas tablas y los dos se pusieron en marcha. Le enseñó a David a arrancar las tablas viejas y podridas y a sustituirlas por las nuevas que ya había cortado. Pronto el señor Jack tuvo un porche sólido. Como muestra de agradecimiento, les trajo a papá y a David limonada fría y galletas de melaza.
“¡Vaya!” exclamó David. “¡Estas galletas están buenísimas!”
El señor Jack le dio una gran sonrisa. “Yo las hice. Oye, no sabía que fueras tan buen carpintero”.
“No lo soy”, confesó David. “Papá tuvo que enseñarme cómo hacerlo”.
“No hay de qué avergonzarse”, dijo papá. “Todos tenemos que aprender alguna vez. Jack, ¿podemos ayudar en algo más?”.
“No”, respondió el Sr. Jack. “Pero estoy muy agradecido de que tú y David hayan arreglado este porche para mi. Mi pequeña nieta casi se cae el mes pasado, y he tenido miedo de dejarla venir desde entonces. Ha estado muy desilusionada, y mis días son solitarios sin ella. Pero ahora puede visitarme y jugar sin peligro”.
“Bueno, David y yo tenemos mucho que pescar, así que nos despedimos y nos vamos”, dijo papá.
David miró a su papá. “Arreglar el porche para el señor Jack me hizo sentir bien. Me gusta que el trabajo que hicimos hizo su casa más segura para él y para su nieta. Ahora entiendo a qué se refería Dios cuando dijo que cosechamos una recompensa por lo que hacemos por los demás. No es dinero; no es oír a otros decir gracias. Es saber que nos parecemos más a Jesús, que hacía constantemente cosas por los demás”.
“Tienes mucha razón, David”.