La Verdad Aterradora

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Ensangrentado, herido, golpeado, clavado y atravesado por una lanza. Era difícil creer que Jesús, el Hijo de Dios, el Verbo (Logos) hecho carne, estaba muerto. ¡Después de todo, Él era el Mesías, el Salvador ungido prometido y por mucho tiempo esperado! Las profecías antiguas hablaban de la fuerza y ​​el poder de Su reino. Durante Su ministerio terrenal, Jesús sanó a los enfermos, dio vista a los ciegos, resucitó a los muertos y perdonó los pecados. Y si usted conoció esas Escrituras antiguas, entonces sabe que solo Dios puede clamar eso.

La brutalidad del dominio romano parecía triunfar una vez más. El rey de los judíos estaba muerto. Aquellos que esperaban un resultado diferente ahora se escondían en una mezcla de miedo, desprecio e ira que iba en aumento. El giro de los acontecimientos, impredecible en el mejor de los casos, no fue lo que ninguno de los discípulos de Jesús anticiparon.

Al principio de la prueba, cuando los soldados llegaron con palos, espadas y linternas para arrestar a Jesús en el Huerto de Getsemaní, Jesús les preguntó a quién estaban buscando.

“A Jesús de Nazaret”, respondieron.

“Yo soy”.

La respuesta de Jesús los hizo caer al suelo. El poder del “YO SOY” en la respuesta de Jesús hizo que incluso los guerreros endurecidos por la batalla colapsaran en impotencia. Pero luego, Jesús permitió que lo arrestaran. Fue entonces cuando Pedro, al ver que los acontecimientos aparentemente iban tan mal, empuñó torpemente su espada, fallando en decapitar al siervo del sumo sacerdote (Juan 18:1-11).

Ahora, horas después, Jesús estaba muerto. La oscuridad y el terror yacían en los corazones de los vivos, sobre todo, de Sus seguidores. ¡Simplemente no se esperaba que las cosas sucedieran de esa manera! ¿O sí?

Las narraciones de los Evangelios muestran claramente que en varias ocasiones, Jesús predijo Su muerte, seguida de Su resurrección tres días y tres noches después (Marcos 8:31, et al.). Pero ni aun Sus discípulos más cercanos se acordaron de ello. Sin embargo, los detractores de Jesús, los gobernantes religiosos judíos (es decir, los fariseos), sí recordaron las garantías proféticas de Jesús. Ordenaron que pusieran seguridad adicional alrededor de la tumba, para asegurarse de que no hubiera resultados imprevistos.

La creencia en la resurrección literal de Jesús, Hijo de Dios e Hijo del Hombre, está en el corazón del mensaje, la esperanza y la doctrina cristiana. No hay otra enseñanza central, ninguna otra doctrina equivalente. Jesús murió un miércoles por la tarde, fue sepultado antes de la puesta del sol antes del gran día de los Panes sin Levadura, y resucitó de entre los muertos en algún momento alrededor de la puesta del sol del sábado siguiente por la noche. Cuando María llegó a la tumba temprano el domingo por la mañana, Jesús ya no estaba.

El mensajero angelical la interrogó: “¿Por qué buscas entre los muertos al que vive? ¡Él no está aquí, sino que ha resucitado!” (Lucas 24:5, 6).

Hoy, nos apoyamos en los testimonios de esos testigos oculares del primer siglo. Vemos su desesperación y sentimos su oscuridad. Y luego, tal como Jesús lo predijo, también nos regocijamos en su gozo sumamente grande al ver de nuevo a su Señor y Salvador. Tal alegría continúa resonando a lo largo de los milenios en la fe entrañable y perdurable de aquellos que seguirán.

Muchos años después, uno de los discípulos más cercanos de Jesús volvió a ver al ahora glorificado Hijo de Dios en una visión poderosa y aterradora. Jesús le dijo a Juan: “No temas, Yo soy el Primero y el Último, y el que vive, y estuve muerto. Pero ahora estoy vivo por los siglos de los siglos”. Amén (Apocalipsis 1:17, 18 NBLA).

Si es verdad que Jesús, el Hijo de Dios, murió y resucitó, entonces esta narración necesita nuestra seria atención. De lo contrario, es una tontería relegar pruebas tan convincentes como si fueran fábulas para descartarlas en el ámbito de la fantasía. Como registro verificable y fáctico de los eventos, la resurrección de Jesús debe ser la verdad más aterradora que podamos encontrar. Repentinamente condena las suposiciones ateas de nuestra sociedad como engañosas y peligrosamente incorrectas así como también abre los reinos de la posibilidad y la esperanza.

Sin resurrección, no tenemos esperanza. De lo contrario, la vida humana es solo un accidente de la casualidad, ni bueno ni malo, sin significado ni propósito. Pero si el Logos, quien habló todo para que existiera, luego entró en nuestra realidad de tiempo, materia y espacio para demostrar la redención y el perdón completos por Su propio sacrificio, y si Él es quien dice que es, entonces usted y yo tenemos la responsabilidad de preguntar: “¿Qué significa para mí y para todos los demás que han vivido?”

¿Estamos dispuestos a explorar las apremiantes razones para creer y esperar en el poder y la promesa de una gloriosa vida de resurrección?

John Klassek
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John Klassek was born to immigrant parents and grew up in a Sabbatarian church. He is the author of Hope of the Resurrection, now ready for its fifth printing, and serves as secretary of the International Ministerial Congress. John and his wife, Rebecca, have six children and five grandchildren. Living in their hand-built mudbrick home in rural Western Australia, he works bi-vocationally in IT support and ministry, pastoring a CoG7 congregation near the capital city of Perth. Over the past 20 years John has pioneered the development of MessageWeek Media Ministries (http://www.message7.org), streaming hundreds of in-house produced gospel videos. He is a keen motorcyclist, enjoys coin collecting and public speaking, and has an interest in biblical archaeology._