“Nunca te dejaré; jamás te abandonaré” (Hebreos 13:5).
Cuando tenía ocho años, leí versos de la Biblia que explicaban el amor de Dios, mi pecado, el sacrificio de Jesús y mi necesidad de arrepentirme y aceptar la gracia de Dios con fe. Dios habló a mi corazón. Aunque no de manera audible, me dijo: “Confía en Mí. Sígueme. Nunca te dejaré”.
En ese entonces no entendía completamente la gracia de Dios. Todavía no la entiendo. Sin embargo, sabía que podía confiar en Dios, así que di ese primer paso.
Promesa de por vida
Desde el comienzo de nuestra jornada juntos, confié en la promesa de Dios de nunca dejarme. Fuera enfrentando enfermedades de la infancia, la muerte de seres queridos o tormentas eléctricas que me hacian refugiarme en una escalera dentro de un interior, le pedí al único Dios que me salvó que estuviera conmigo. Cuando era niña, especialmente durante las tormentas, a menudo cantaba las reconfortantes palabras de un antiguo himno, “No, Nunca Estás Solo”.
A través de las luchas de la adolescencia, la escuela, la carrera y las elecciones dentro del matrimonio, la voz de Dios permaneció: “Confía en Mí. Sígueme. Nunca te dejaré”. Las oraciones para recibir guianza, la lectura diaria de la Biblia y el apoyo de familiares y amigos creyentes me ayudaron a crecer en la fe y a continuar mi trayectoria en el camino de Dios.
Muchas veces hubiera querido un mapa más claro. En cambio, Dios me enseñó a confiar en Él paso a paso, a veces en territorio inesperado. Cuando sentí el llamado de Dios al ministerio, anticipé servir en el campo misionero. En cambio, Dios me llevó al trabajo social.
Empleada por una agencia secular, le pedí a Dios que hiciera brillar Su luz a través de mí. En medio del estrés de estar disponible las 24 horas del día, los 7 días de la semana, Dios continuó hablando: “Confía en Mí. Sígueme. Nunca te dejaré”. Caminó conmigo a través de circunstancias disfuncionales, audiencias judiciales que
destrozaron familias al separarlas, y patrones de comportamiento que continuaban a lo largo de múltiples generaciones. Oré pidiendo nuevas percepciones que llevaran a las personas a hacer cambios en la vida. Alababa a Dios cuando esos cambios ocurrian.
Una invitación para unirme a mi primer equipo de misión internacional resultó en desafíos y oportunidades adicionales para confiar en la guianza de Dios. Escribiendo y realizando obras cortas dramáticas, trabajando con intérpretes y dejando de lado temporalmente mi pasaporte y visa para ministrar en una prisión de mujeres, eso puso a prueba, pero aumentó mi fe. Incluí viajes adicionales en mi agenda con la mayor frecuencia posible.
A pesar de las dificultades inherentes a mi trabajo, nunca planeé jubilarme. Esperaba morirme mientras hacía visitas a domicilio o que me corrieran cuando dudaran de mis habilidades. Sin embargo, una vez más Dios habló. Sabía tan seguramente que tenía que irme como había sabido todos esos años antes que estaba donde Dios quería que sirviera. Sin tener idea de lo que me deparaba el futuro, escuché una vez más: “Confía en Mí. Sígueme. Nunca te dejaré”.
El mensaje de esa vez incluía estas palabras: “Todo va a estar bien”.
Camino sinuoso
El llamado de Dios a servir como una familia amiga para estudiantes universitarios internacionales surgió de la nada. Un amigo, originario de Hong Kong, preguntó si una o dos jovencitas de Taiwán podían quedarse con nuestra familia durante las vacaciones de invierno de la universidad local.
Aunque un poco inseguros, dijimos que sí. Esa respuesta condujo a algunas de las mejores relaciones y experiencias de nuestra vida. Seguimos escuchando de muchos de los estudiantes que se han convertido en parte de nuestra familia en constante crecimiento.
Poco después de que asumimos ese rol, a mi esposo le diagnosticaron un tumor cerebral maligno. Su pronóstico inicial fue de tres a cinco años. Entró en remisión después de tres años y su recuperación continúa desconcertando a los profesionales de la medicina.
Sin embargo, los problemas de salud de mi esposo por el tumor, además de un ataque cardíaco, un derrame cerebral y una caída con una lesión cerebral grave cinco años después, detuvieron los viajes misioneros. Al mismo tiempo, esta experiencia continua ha aumentado el impacto de nuestro testimonio con los jóvenes que se han convertido en parte de nuestra familia. Apreciamos como nunca antes el liderazgo de Dios en todas las circunstancias. “Confía en Mí. Sígueme. Nunca te dejaré”.
Como estaba más tiempo en casa, comencé a enviar algunos de los dramas que había escrito para los viajes misioneros y la iglesia para que fueran publicados. Eventualmente agregué otros trabajos, incluyendo artículos, devociones, poesía y estudios bíblicos. En una conferencia de escritores, sentí que Dios me impulsaba a asistir a un taller sobre el ministerio a través de la escritura. Eso condujo a hacer dramas para programas de radio para que fueran traducidos a múltiples idiomas transmitidos en todo el mundo. Ya no hago viajes misioneros, pero ahora comparto el amor de Dios con más personas de las que podría en una vida de viajes cortos. “Confía en Mí. Sígueme. Nunca te dejaré”.
Lecciones de la promesa de Dios
A través del decaimiento y la muerte de mi padre, Dios nunca se fue. Mientras varios miembros de la familia enfrentan un futuro incierto, Dios permanece. Él convierte encuentros inesperados con amigos, familiares, conocidos y perfectos extraños en lecciones de fe y oportunidades de ministerio.
Mirando hacia atrás o hacia adelante, en cada etapa de la vida, y en cada evento, nunca dejo de asombrarme por el consuelo y la fortaleza de Dios. En la cima del mundo o en el abismo de la desesperación, he aprendido lo siguiente:
- Volverse a Dios en fe es una elección. Ya fuera a los ocho o a los ochenta, tuve que llegar a un punto en el que reconocí mis fracasos, me volví hacia Jesús, y le di el control total de mi vida. Sin esa decisión, nada más importaba. Cuando di un paso de fe, Dios llenó mi vida con Su presencia, para nunca irse, y nunca abandonarme.
- Independientemente de mis circunstancias o de mi reacción hacia ellas, puedo contar con Dios. Puede que me sienta abandonada y sola, pero Dios permanece. Sus promesas nunca dependen de mis emociones. Yo tampoco debería. Confio en la naturaleza inmutable de Dios, no en mis sentimientos siempre cambiantes.
- Dios conoce y comprende mis luchas. Jesús ha “estado ahí y ha vivido” cada situación que enfrento. Agotamiento físico, espiritual y emocional; exasperación por las acciones de los demás; dolor y muerte: Jesús los enfrentó todos.
- Si no confío en Dios, cometo un error. Demasiadas veces he hecho las cosas por mi cuenta, solo para caer de cara. Si bien todavía soy un trabajo en progreso, sé que Dios nunca falla. Puede que Su camino no siempre sea fácil, pero siempre será el correcto.
- Además de Su presencia, Dios concede Su poder. Eso sigue siendo tan cierto hoy como cuando Josué se preparó para entrar en la Tierra Prometida. Dios no solo prometió que estaría con Josué, sino que varias veces le dijo: “Esfuérzate y sé valiente” (Josué 1:6, 7, 9, 18). En el verso 9, Dios agregó: “¡No tengas miedo ni te desanimes! Porque el SEÑOR tu Dios te acompañará dondequiera que vayas”. La mejor parte: cuando Dios dice: “¡Sé fuerte y valiente!”, Él nos da Su fuerza y valor. Cuando pienso que no puedo seguir, Dios puede. Ya sea que me tome de la mano y me lleve a donde necesito ir o me levante y me lleve allí, Dios extiende Su presencia y poder para cada desafío.
Así que podemos decir con toda confianza: “El Señor es quien me ayuda; no temeré” (Hebreos 13:6).