Heridas Que Sangran

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Algunas experiencias te cambian para siempre. Cuando tenía catorce años, mi primer novio me violó. Eso me cambió para siempre y no se lo dije a nadie, especialmente a mi mamá, porque ella me había prohibido verlo. Yo la desobedecí cuando fui a su casa cuando nadie más estaba ahí.

Poco tiempo después, ese trauma me orilló a vivir una vida tomando, y fumando marihuana en un intento por borrar el dolor y la vergüenza. La joven que amaba la escuela, que sacaba buenas calificaciones, y que tenía sueños por delante, había quedado en el pasado. A esa joven la reemplazó una chica deprimida e impotente, aunque este nuevo yo todavía sacaba buenas calificaciones, solo que con menos alegría.

Mis elecciones me pusieron en situaciones en las que la violación volvió a ocurrir. Una y otra vez.

La oscuridad que me rodeaba se hacía más profunda con cada golpe que llegaba. El último asalto me dejó embarazada y asustada. El hilo final de lo que alguna vez fueran mis ambiciosos sueños estaba a punto de romperse.

Así que hice lo único que se me ocurrió para atar los hilos deshilachados de la vida que todavía esperaba en lo más profundo de mi corazón. Elegí la muerte para mi hijo y una promesa de libertad para mí. Sin embargo, esta elección resultó ser otro trauma envuelto en dolor y vergüenza que traté de enterrar.

Consecuencias dolorosas

Me tomó décadas para sanar de las repetidas heridas que sufrí en mi adolescencia. No existe una cura sencilla y directa para el trauma sexual que está profundamente arraigado tanto en la mente como en el alma. Incluso la sanidad de una sola violación es demasiado compleja para remedios simples. No es tan fácil. Las drogas y el alcohol ciertamente no son la respuesta, y solo retrasan el arduo trabajo de aceptar una vida que nadie había deseado. Mantener el trauma en secreto agrava los sentimientos de culpa y vergüenza.

Tales secretos también se abren camino en las relaciones y las hacen más difíciles. Un verano, estando en la universidad, conocí al que sería mi futuro esposo. Nos casamos un año después y creí que por fin había encontrado la felicidad. Pensando que enterrar mi dolor en lo profundo de mi corazón y mi mente era lo mismo que dejarlo atrás, oculté la verdad a mi nuevo amor. Por esa razón, él no podía entender mis repentinos arranques de ira o mis ataques de pánico cuando me dejaba sentada sola en un bar o en la fiesta de algún amigo.

Siguiendo adelante

Fui a ver a mi primera consejera nueve años después de que mi novio me había violado y un año después de haberme casarme con mi esposo. No recuerdo su nombre, pero recuerdo que era buena para escuchar. No me sanó, pero dio el primer paso importante para que las heridas profundas se convirtieran en cicatrices. Pero con ese paso que avancé, tuve temor de lo que habría más adelante y me retiré.

Decidí que regresar a mis raíces académicas era la razón a esa tristeza que no entendía del todo. Me inscribí en la facultad de derecho y por fin decidí dejar atrás mi pasado. Funcionó (más o menos) ya que durante los tres años pasaba la mayor parte del tiempo que estaba despierta en clases, en la biblioteca, estudiando o escribiendo artículos sobre el factor de previsibilidad en los contratos. Me gradué con honores, orgullosa de mi logro y del hecho de que tenía un trabajo en una pequeña empresa antes de graduarme.

Encontrando la libertad

Seis o siete meses en ese trabajo, que era un poco menos a lo que había soñado, caí en picada hacia una fuerte depresión clínica. El éxito académico no garantiza el éxito en el trabajo, especialmente cuando trabajaba para un hombre que tenía el mismo nombre del que me había violado en la adolescencia. Los pensamientos de mi pasado me atormentaban una y otra vez. No había escapatoria.

Eventualmente, con el tiempo y más consejería, con oración y paciencia, mis heridas comenzaron a sanar. Aprendí que mantener en secreto mi trauma le permitía tener poder sobre mí para decirme mentiras sobre mi vergüenza. Aprendí la verdad de que, independientemente de las malas decisiones que tomé, el que alguien me agrediera no era culpa mía. Mi valor no está determinado por lo que he hecho o lo que otros me han hecho.

Mi valor está asegurado en el hecho de que fui creada a imagen de Dios (Génesis 1:27) y que Jesús es mi Salvador (1 Juan 4:13-15).

También aprendí que perdonar a quienes me habían lastimado fue clave para sanar. Me resistí a esa lección durante mucho tiempo, creyendo a la consejera que me dijo que tenía derecho a estar enojada. Debido a que soy un poco terca, Dios finalmente hizo que la lección fuera lo más clara posible. Me dio un sueño en el que el primer hombre que me había violado siendo adolescente estaba de rodillas por todas partes a donde yo iba pidiéndome que lo perdonara. Me desperté con la certeza de que si quería sanar tenía que perdonar. Y tuve que pedir perdón por aferrarme a mi amargura durante tanto tiempo. Como escribió el rey David:

Mientras guardé silencio, mis huesos se fueron consumiendo por mi gemir de todo el día.

Mi fuerza se fue debilitando como al calor del verano, porque día y noche tu mano pesaba sobre mí. Selah

Pero te confesé mi pecado, y no te oculté mi maldad.

Me dije: Voy a confesar mis transgresiones al SEÑOR”, y tú perdonaste mi maldad y mi pecado. Selah (Salmo 32:3-5).

Testigo de las heridas

A menudo he orado para que Dios me conceda una sanidad completa. Durante años oré para olvidar cada detalle de haber sido violada por niños y hombres que parecían indiferentes al dolor que causaban. Esas oraciones parecían no haber recibido respuesta. Ahora veo que Dios respondió con un rotundo: “No, hija mía”.

Cristo retuvo las cicatrices en Su cuerpo resucitado. Sin esas marcas como testimonio, Tomás no habría creído que Él era realmente el Señor. “Luego le dijo a Tomás: ‘Pon tu dedo aquí y mira mis manos. Acerca tu mano y métela en mi costado. Y no seas incrédulo, sino hombre de fe” (Juan 20:27).

Mis propias cicatrices han ayudado a otros a creer que entiendo por lo que están pasando. Sin la presencia de esas marcas, mi testimonio de que Dios puede traer suficiente sanidad para hoy no tendría el mismo poder.

Preguntas sobre la sanidad

A medida que camino más cerca de Jesús y le confío mi historia, Él me ha animado a compartir abiertamente con los demás. La mayoría de las veces, cuando lo comparto, siento un poco más de sanidad. Pero a veces el relato se encuentra con otro que dice: “Yo también”.

Yo respondo: “Cuéntamelo si quieres”. Y luego escucho sus historias sobre la violación, el dolor y la vergüenza. Y es ahí cuando mis cicatrices cuidadosamente atendidas comienzan a sangrar de nuevo. La herida está abierta, pero el dolor que siento ya no es por mí, sino por aquella persona en cuya historia he entrado.

Ahora sé que nunca lo olvidaré. Y me pregunto si debería querer olvidar si pudiera hacerlo. ¿Me marcharía, fingiendo que nunca sucedió, que nunca fui agredida, violada y que me hicieron sentir vergüenza y duda?

¿Podría ignorar la verdad misma de lo que sé que estuvo mal, que fue pura maldad? ¿Podría simplemente alejarme y dejar de dar testimonio a aquellos que vinieron después de mí, o tal vez a aquellas personas violadas antes de que mi propia inocencia fuera destruida, pero que aún no han sanado?

Si pudiera ser sanada por completo en un instante, pero hacerlo significaría dejar a mis hermanas, a mis amigas, incluso a extraños, sin la esperanza de saber que no están solos, ¿podría? ¿Debería?

Porque sanar al 100 por ciento es olvidar cada gramo, cada momento de dolor y lucha. Y olvidar es perder la compasión. Entonces, tal vez valgan la pena los altibajos de las cicatrices que parecen estar sanadas pero que a veces, más a menudo de lo que nos gustaría, derraman lágrimas de comprensión, ayudando a otros a no sentirse tan solos.

Linda L. Kruschke
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Linda L. Kruschke is an award-winning writer who has published poetry and articles in The Christian Journal, iBelieve.com, WeToo.org, and other publications. She has also self-published four poetry books: Light in My Darkness: Poems of Hope for the Broken Hearted, Rejoice! Rejoice! Poems for the Holidays, Harness the Power of Your #MeToo Story: A Guideed Poetry Journal (digital only), and All Creation Sings (digital only). Linda lives in Lake Oswego, OR.