Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria (Isaías 6:3).
Desde los tiempos de Isaías hasta hoy, tratar de explicar la persona y la santidad de Dios ha sido un trabajo complejo. El profeta Isaías luchó por explicarlo. Él tuvo el privilegio de vislumbrar la impresionante y aterradora sala del trono de Dios (Isaías 6:1-4). Entonces se preguntó: “¿Cómo puede un hombre pecador como yo hablar de la santidad de Dios? ¿Cómo puedo describir al infinito Creador?”.
Lo que hace esto tan difícil es un aspecto teológico del carácter de Dios: Su trascendencia. Eso significa que es totalmente diferente a nosotros, totalmente independiente del universo material. Por eso, cualquier intento de describirlo se queda muy corto. Todo lo que podemos hacer es arañar la superficie.
Como Dios es trascendente, no puede ser conocido por nuestros propios esfuerzos. Por eso, otro aspecto teológico de Su carácter es Su inmanencia. No podemos conocer a Dios por nosotros mismos, así que Él decidió revelarse a nosotros, como lo hizo con Isaías. Nos mostró todo lo que nuestras pequeñas mentes podían captar sobre quién es Él.
Eso es lo que Dios hizo con Juan el Revelador. La misma escena que le concedió ver a Isaías, se la concedió a Juan. Cuando Juan fue llevado en visión, puso su atención sobre el trono de Dios (Apocalipsis 4). Vio a Dios allí y, desde allí también vio los relámpagos, estruendos y truenos que simbolizaban la acción de Dios, en particular, Sus juicios sobre la tierra. El brillo de la sala del trono era sobrecogedor, con cristales relucientes y rojos ardientes. Juan vio un arcoiris alrededor que brillaba como una esmeralda. También vio un mar de cristal ante el trono y a veinticuatro ancianos sentados en tronos a su alrededor.
Mientras Juan miraba, los cuatro seres vivientes estaban sentados alrededor del trono, cada uno de ellos con seis alas y llenos de ojos alrededor y por dentro. Ellos repetían las palabras de los Serafines en Isaías 6: “¡Santo, santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso, el que era, el que es, y el que ha de venir!” (v. 8).
¿Con qué frecuencia decían estas palabras estos cuatro seres vivos? Juan dice que día y noche – sin parar. De todos los atributos que podrían haber utilizado para describir al Señor, los cuatro seres vivos eligieron la santidad. Se decían unos a otros: “Santo, santo, santo”, usando la repetición para enfatizar este singular atributo. La santidad de Dios es Su único atributo que se repite por triplicado.
En toda la Biblia, Isaías 6 es el único lugar en el que se habla de los serafines, lo que los convierte en una orden misteriosa de ángeles (véase el recuadro). Tienen seis alas y se les representa volando en la sala del trono de Dios. Sus alas les cubren la cara y los pies, tal vez porque la gloria de Dios es demasiado intensa para verla y por la tierra sagrada que pisan, como experimentó Moisés (Éxodo 3).
Definiendo ‘santo’
¿Qué significa que Dios es santo, santo, santo? La Biblia da varias respuestas.
- Dios no puede pecar. Números 23:19 dice: “Dios no es hombre, para que mienta”. Es lógicamente incorrecto decir que Dios puede hacer todo; Dios no puede pecar. Sus motivos son puros. Sus acciones son correctas. Sus planes son perfectos. Ya que Dios no puede pecar, podemos confiar en Él completamente.
- Dios odia el pecado. Proverbios 8:13 dice: “El temor de Jehová es aborrecer el mal; la soberbia y la arrogancia, el mal camino, y la boca perversa, aborrezco”. Recuerden que para odiar el pecado, necesitamos acercarnos a Dios.
- Dios juzgará el pecado. Hebreos 9:27 dice: “Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio”. La justicia de Dios fluye de Su santidad porque Él es toda bondad y un día juzgará todo pecado. Sólo una de dos personas tomará el juicio por el pecado: el pecador en el día del juicio o Jesús, quien tomó el juicio por el pecado en la cruz.
¡Ay de mí!
Teniendo en cuenta la opinión de Dios sobre el pecado, es hora de que nos miremos a nosotros mismos para un avivamiento personal y comunitario. Se necesitan dos cosas para que nuestra vida espiritual surja: una conciencia de la santidad de Dios y una conciencia de la profundidad de nuestro pecado. Así lo expresó Isaías:
¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos (6:5).
A Isaías se le dio una oportunidad asombrosa, pero no se enorgulleció de que, entre todas las personas del mundo, el fuera el elegido para este privilegio. Cuando vio la gloria del Señor, se sintió abrumado por su peso y por el peso de su propio pecado. Comprendió la profunda maldad de su propio corazón. A veces el ay se utiliza en la Biblia para denotar una angustia ineludible o un sentimiento de pena tan grave que las palabras no pueden expresarlo. La gente piensa que su pecado no es grave, porque utiliza el estándar equivocado: o sea el de ellos mismos. Nos damos cuenta de que nuestros pecados son graves sólo cuando nos encontramos con el estándar de la santidad de Dios.
Isaías experimentó esa norma santa, y en comparación con la de Dios, se quedó corto. Así como la escritura de Dios en la pared a Belsasar, rey de Babilonia, le dijo a Isaías: “Has sido pesado y hallado falto”. Isaías no estaba cerca. Tampoco lo estamos nosotros. Por nosotros mismos, no tenemos esperanza.
Isaías comprendió la profundidad de su pecado cuando fue comisionado como profeta. Hasta donde sabemos, la Biblia no nos dice que él fuera especialmente pecador. Comparado con los que le rodeaban, era más santo y más justo que la mayoría. Pero al ver a Dios, se encontró cara a cara consigo mismo, y no le gustó lo que vio. Conoció la culpa.
Declarado culpable
La culpa no es un sentimiento agradable. En el mundo actual, la gente busca escapar de los sentimientos de culpa. Pero la Palabra de Dios es un espejo que muestra Sus santas normas y cómo nos quedamos cortos de ellas y cómo Su Espíritu nos convence para arrepentirnos de nuestro pecado y culpa.
Algunos pecados de los que la Biblia dice que somos culpables son la soberbia, la fornicación, la impureza, el afecto desmedido, la concupiscencia, la codicia, la idolatría, la ira y el enojo; la malicia, la blasfemia, la comunicación sucia, la mentira, el egoísmo y la infidelidad; chismes, descontento, terquedad, embriaguez, envidias, falta de perdón y de sumisión, odio, dureza de corazón, homosexualidad, aborto, juramento, ingratitud, falta de misericordia. Somos amantes de nosotros mismos, burlones, ladrones, evasores de impuestos, entrometidos, etc. (Romanos 1; 2 Timoteo 3).
Cuando Isaías vio a Dios, se vio a sí mismo en esta lista, y se sintió abrumado por ella. ¿Ha llegado usted al punto en que pueda decir: “¡Ay de mí!”? Antes de poder avanzar hacia donde Dios quiere que vayamos, primero debemos enfrentarnos a nuestro santo Dios y, como Isaías, decir: “¡Ay de mí! Soy impuro”.
La buena noticia es que Dios no le reveló esto a Isaías para restregarle en la cara su propia culpa. Lo hizo para mostrarle a Isaías la vía de escape. El único escape verdadero es a través de la misericordia y el perdón de Dios en Cristo.
Sí, Dios es un Dios santo. Un día nos uniremos a los miles de millones de personas en el trono y lo alabaremos por Su santidad que nos limpia del pecado. Amén.
Serafines
Los serafines son el orden angélico identificado únicamente en Isaías 6. Así como los seres vivientes de Apocalipsis 4, pero a diferencia de los que se ven en Ezequiel 1, los serafines tienen seis alas. Un par cubre su rostro, dos más sus pies, y con otras dos alas vuelan. Los serafines también difieren en referencia a su “rostro” único (Isaías 6:2), mientras que los seres vivientes en Ezequiel y Apocalipsis se describen con cuatro rostros: hombre, león, buey/becerro y águila.
Su función principal parece ser la de adorar a Dios, llamando la atención a Su santidad, majestad y trascendencia. También participan como agentes de purificación, llevando el carbón encendido a Isaías y anunciando su perdón (6:6, 7). Los serafines son seres asombrosos que nos recuerdan el impresionante poder creador de Dios.
— Ubong Edet
La Verdadera Adoración
¿Cuál es la respuesta adecuada a un Dios tan santo y sin pecado? La adoración, según Isaías 6 y Apocalipsis 4. Una de las cosas que vemos en esos capítulos es que el trabajo de tiempo completo de los ángeles es adorar a Dios. Si la adoración se hace correctamente en algún lugar, es dentro de la sala de Su trono. Allí, Dios será adorado como debe ser, con el enfoque total en Él – quién es y qué ha hecho – y no en nosotros.
Este debe ser el objetivo de nuestra adoración. ¿Es Dios el centro de atención, o lo somos nosotros? ¿Se honra Su nombre o el nuestro? ¿Es verdadero el canto que cantamos? ¿Es auténtica la oración que hacemos? ¿Le agrada a Dios? De los ángeles podemos aprender una importante lección sobre la naturaleza de la verdadera adoración. Se trata de ensalzar, de elevar el carácter de Dios. La verdadera adoración se centra en Dios. Los ángeles lo contemplan y se regocijan en quien es Él.
La pregunta que debemos hacernos es si nuestra adoración es adorable. ¿Nos exalta a nosotros mismos o a nuestro Dios? Dios busca la alabanza y la gloria por todas las cosas que ha hecho. Él es el Creador. Es el Redentor. Él es el Rey. Si alguien más trata de tomar la gloria para sí mismo, es injusto y roba a Dios. “Yo Jehová; este es mi nombre; y a otro no daré mi gloria, ni mi alabanza a esculturas” (Isaías 42:8).
— Ubong Edet