Yendo a Jesús

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Burbujas. Esto es exactamente lo que necesitamos aquí. Pensé. El esposo e hija de una amiga habían venido a recoger unos muebles. Eran esperados; la pequeña Alianna de tres años no lo era. Cuando me la presentaron, ella hizo una pirueta, revelando el estilo, tanto de su falda como de su personalidad — definitivamente el tipo de niña burbuja.

Retraje dos botellas de burbujas del escondite que guardo en nuestro armario delantero. Mientras su madre y abuelo luchaban con una mesa de comedor y las sillas en la parte trasera, y sobre el techo de su camioneta, mi nueva amiga y yo soplábamos burbujas. Reíamos al verlas flotar en la suave brisa y explotar en el pasto, en los arbustos, y entre sí. Una en particular se mantuvo flotando.

“¡Mira Alianna!” exclamé. “Esa burbuja va hacia Jesús.”

Mientras Alianna seguía el rumbo de la burbuja con los ojos bien abiertos, ella dio un pequeño y alegre salto, y se puso de puntillas como si ella misma estuviera flotando hacia el cielo con la burbuja. “¡Yendo a Jesús!” Ella resonó, aplaudiendo con emoción.

Al mismo tiempo, un fuerte peso de culpa hizo que mi corazón se hundiera dentro de mí. ¿Por qué dije eso? Esa burbuja realmente no va adonde Jesús. La vamos a ver romperse en cualquier segundo y Alianna sabrá que yo le dije algo falso.

La burbuja no explotó. Juntas la vimos que continuó flotando hacia arriba hasta desaparecer de nuestra vista. “Jesús ama a los niños, debe también amar las burbujas,” aseguré, tanto a mí misma como a Alianna.

Con ese pensamiento, una imagen espontáneamente se formó en mi mente de Jesús sentado en Su trono, una botella en una mano, y una varita de plástico rosada en la otra. Él estaba soplando burbujas, pero las de Él se trasformaban de esferas a corazones a medida descendían hacia nosotros. Él tenía una gran sonrisa en Su rostro, y yo sentí en mi corazón Su deleite al unirse a nuestra diversión.

A Jesús le gustaba estar con nosotras. Él habló a mi corazón diciéndole que Él encuentra un profundo gozo al amar al tipo de niña que gira cuando ella te dice su nombre, y a la clase de mujer que no tiene hijos propios pero que aún tiene botellas de burbujas en su armario. Él es esa clase de Dios. Esa es la razón por la cual Él dijo que necesitamos “ser como niños” (Mateo 18:2-4), no sofocados, ansiosos adultos, para entrar en Su reino.

Yo sabía que la familia de Alianna le había enseñado que Jesús la amaba, tal como ellos mismos la apreciaban. Con su alegre personalidad, pude fácilmente imaginarla viajando en esa burbuja en toda su trayectoria hacia el cielo, para luego correr sin dudar hacia el regazo de Jesús con un abrazo amoroso. Envidié su enfoque despreocupado a la vida, pues sabía que provenía de la seguridad de ser protegida, así como amada, por la gente grande en su vida.

Infancia oscura

Como sobreviviente de un abuso sexual en la niñez, con frecuencia he considerado que la invitación de llegar a ser como niño es más amenazadora que atractiva. Fui amada, pero no hubo gente grande en mi vida que me protegiera. Ser pequeña no significa ser alegre; significa ser una presa fácil.

Yo también solía girar y posar como Alianna, pero fui forzada a exponer mucho más que mi sonrisa y bonito vestido. La inocencia de Alianna estaba siendo apreciada; la mía había sido explotada. ¿Por qué iba a desear yo ser una niña otra vez? ¿Por qué iba yo a desear ser vulnerable de nuevo? Ahora que llegué a ser adulta — una “persona grande” — todo lo que deseaba era estar segura. Lo que Jesús deseaba era liberarme.

Viaje de confianza

Igual que los discípulos que trataron de alejar a los niños de Jesús, la vergüenza y el temor impedían a mi corazón “ir a Jesús” con el mismo espíritu alegre que Alianna. El día que Jesús me bañó con burbujas y me sumergí en Su delicia, marcó el inicio de mi viaje de aprender a confiar en que Él me ama sin hacerme daño.

No fue fácil, pero Jesús fue paciente y tierno conmigo, y Él siempre respetó mis límites. Descubrí que Él podía sostenerme sin el peligro de ser violada. Había seguridad en ser pequeña y vulnerable, teniendo un Dios grande que me cuidara. Con el tiempo, pude compartir con Jesús el dolor y la humillación del abuso que había sufrido cuando niña. Él, no sólo me confortó en mis lágrimas, sino que también hizo que fuera seguro para mí el expresarle mi enojo con Él por permitir que me sucedieran todos esos terribles abusos.

Al enfrentar todos esos recuerdos juntos, Jesús me mostró que Él siempre había estado conmigo. Nunca había estado sola. También trajo gente a mi vida para que me acompañaran en mi viaje de recuperación. Experimenté la seguridad de un esposo, de amigos, y de consejeros cristianos que disfrutaron conmigo sin explotarme, y quienes mostraron que el afecto puede ser ofrecido libremente sin la explotación.

Encontrando libertad

Hoy, cuando leo o escucho las palabras de Jesús “dejad a los niños venir a mí” (Mateo 19:14), me siento libre de correr a Sus brazos. Así como reí y jugué con Alianna, también estoy aprendiendo a sonreír y pasar buenos momentos con Jesús. Juntos, pisamos las crujientes hojas de otoño, corremos descalzos en la arena a lo largo del lago Michigan, hacemos ángeles de nieve en el parque, y disfrutamos la dulzura de las frambuesas silvestres en el bosque. Incluso cuando Él me pide hacer cosas difíciles, tales como perdonar a aquellos que me ofenden, me siento segura con Él y tengo confianza en que Él obra las cosas para mi bien.

La declaración de Jesús en la cruz, “consumado es” (Juan 19:30), no significa que yo nunca seré vulnerable, o que nunca seré dañada nuevamente. Más bien significa que nunca regresaré al temor y vergüenza de mi niñez. En vez de eso, puedo avanzar hacia adelante aumentando la libertad infantil, con una mano sostenida en Jesús y la otra sosteniendo una varita plástica rosada.

Mary Anne Quinn 
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Mary Anne Quinn has been published in Positive Note Magazine, DuPage County Writers Literary Journal, and Christian Devotions. She shares her testimony of healing in the “joy of the Lord” through writing and speaking at conferences and retreats through creativelyattached.com. Mary Anne lives in the Chicago area with her husband, John.