El Salmo de la Cruz

Mateo y Marcos, dos escritores del Evangelio, registran que cerca de Su muerte, Jesús exclamó en voz alta lo que podría parecer una declaración extraña:

“Elí, Elí, ¿lama sabactani? Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mateo 27:46).

“Eloi, Eloi, ¿lama sabactani? que traducido es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Marcos 15:34).

Mientras que Mateo registra las palabras de Jesús en hebreo, Marcos las registra en arameo. Pero las palabras son casi idénticas y el significado es el mismo.

Estos versos han sido interpretados durante mucho tiempo como Jesús cargando los pecados de todo el mundo, y Dios como quien no puede ver al mal (Habacuc 1:13), alejándose de Su Hijo, quien quedó en un aislamiento casi desesperado. Debido a que el pecado nos separa de Dios, el argumento está hecho, y debido a que Jesús en ese momento representó a todos los pecadores, Dios se separó totalmente de Su perfecto Hijo.

Pero, ¿es eso lo que realmente significan esas terribles palabras? ¿Realmente Dios se apartó de Su único Hijo, quien había vivido una vida de perfecta obediencia hasta la muerte misma (Filipenses 2:8)?

Aunque podamos pensar que ese es el caso, ninguna escritura lo dice. ¿Y, cómo combinamos ese concepto con el hecho de que fue porque Dios amaba tanto a los pecadores que envió a Su Hijo a morir por ellos (Juan 3:16)? ¿O el hecho de que Dios mira y trata personalmente a cada pecador que llama? ¿O que tenemos la autoridad bíblica de que “nada nos puede separar del amor de Dios en Cristo” (Romanos 8:38, 39)?

La pista

Hay una forma más positiva de entender esas palabras de Jesús.

Durante mucho tiempo, los rabinos judíos han utilizado el principio de referirse a un pasaje de las Escrituras por medio de algunas de sus palabras, sabiendo que sus oyentes proporcionarían mentalmente el resto del pasaje. Este método de enseñanza (llamado remez en hebreo, significa “una pista”) y ciertamente se usó en la época de Jesús. Él lo usaba con frecuencia.

Por ejemplo, en Mateo 21:15, cuando los hijos de Jerusalén alzaron alabanzas en Su honor y los sacerdotes y maestros de la ley se indignaron, Jesús respondió citando solo unas pocas palabras del Salmo 8: “De la boca de los pequeños y de los que todavía maman has establecido la alabanza” (v. 2, RVA-2015).

Pero los líderes religiosos se habrían dado cuenta de que el resto de este pasaje dice que las alabanzas de los niños silenciarán a los enemigos de Dios.

Es casi seguro que Jesús estaba usando esta técnica cuando dijo: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” Esta es la primera línea del Salmo 22, el gran salmo mesiánico que predijo aún los detalles más pequeños de la muerte del Mesías.

Cada judío bíblicamente educado que estuvo presente en la crucifixión habría recordado las profecías hechas en ese salmo: los insultos de la multitud burlona (vv. 6-8); la sed agonizante del Siervo de Dios (v. 15); los “perros”/gentiles que le traspasaron las manos y los pies (v.16); el echar suertes sobre Sus vestiduras (v. 18) — simplemente por la “pista” de Jesús cuando citó el verso inicial del salmo.

Estas palabras también fueron las únicas que Jesús pronunció “a gran voz” en la cruz (Mateo 27:46; Marcos 15:34). Jesús dijo estas palabras en Su agonía a todos los presentes, y todos los presentes probablemente habrían reconocido la intención del pequeño remez que hacía referencia a todo el salmo del que fue tomado.

Visto así, nos damos cuenta de que las palabras de Jesús “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” fueron Su última gran enseñanza, una referencia abreviada a todo el Salmo 22, esa era la prueba final que dio de que Él era, en verdad, Aquel de quien había sido profetizado.

Una comprensión más completa

Entender las palabras de Jesús como un remez del Salmo 22 no es para argumentar que el pecado nos separa de Dios, sino para instarnos a no asumir que esa es la razón por la que Jesús pronunció esas palabras. Debemos moderar ese concepto con una comprensión más completa del amor de Dios, de que Dios siempre nos ama como Sus hijos a pesar de nuestros pecados. Esto significa que Dios todavía amaba a Su Hijo en ese terrible momento en que Él cargó con nuestros pecados. El mismo Jesús le dijo a Sus discípulos poco antes de Su crucifixión: “He aquí la hora viene, y ha venido ya, en que seréis esparcidos cada uno por su lado y me dejaréis solo; mas no estoy solo, porque el Padre está conmigo” (Juan 16:32).

De hecho, cerca de su final, el mismo salmo que Jesús citó contiene, no palabras de Su rechazo mientras sufría, sino palabras en las que Jesús sabía que podía confiar completamente: “Porque no menospreció ni abominó la aflicción del afligido, ni de él escondió su rostro; sino que cuando clamó a él, lo oyó” (Salmo 22:24).

Al aplicar todo el Salmo 22 a la crucifixión de Jesús, nos damos cuenta de que mientras colgaba de la cruz, completamente humano y cargando todo el peso del pecado y la muerte humanos, Su Padre no lo rechazó y no le había “ocultado el rostro”. El Padre amó a Jesús hasta Su último aliento. “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” fue citado para nuestro beneficio como un resumen de las profecías que Jesús estaba cumpliendo al dar Su vida por nosotros.

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De Antemano Elementos del Discipulado

Written By

R. Herbert holds a Ph.D. in ancient Near Eastern languages, biblical studies, and archaeology. He served as an ordained minister and church pastor for a number of years. He writes for several Christian venues and for his websites at http://www.LivingWithFaith.org and http://www.TacticalChristianity.org, where you can also find his free e-books. R. Herbert is a pen name.

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