Luciérnagas

FacebooktwitterredditpinterestlinkedinmailReading Time: 6 minutes

Antes de Su crucifixión y muerte, Jesús oraba a Su Padre por Su pueblo:

“Y ya no estoy en el mundo; mas éstos están en el mundo, y yo voy a ti. Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros” (Juan 17:11).

El año pasado, despertamos a una nueva y extraña normalidad. Pasamos de tener planes, visitar lugares sin pensarlo, y sonreír a la gente, a evitar a la gente y el contacto visual, incapaces de ver las expresiones de sus rostros.

Cuando les digo a mis hijos que se mantengan a seis pies de distancia de personas extrañas en las aceras, hacen un obvio y amplio círculo y se alejan de ellos. No puedo evitar sentir tristeza cuando veo a mis hijos que evitan el contacto humano como si eso fuera algo normal.

Incluso antes de la llegada de COVID, muchos ya estaban luchando con una terrible soledad, con la pérdida de una comunidad y propósito. Un artículo de National Geographic de julio del 2020 se titula: “No estamos hechos para esta nueva normalidad. Y afirma, “En tiempos peligrosos, nuestro impulso humano más profundo es acercarnos unos a otros, lo mismo que se nos ha dicho que no hagamos”.

La Biblia sostiene esto. Dios dijo en el Jardín del Edén que no es bueno que el hombre esté solo. Lo mismo es cierto en cuanto a las iglesias. A pesar de las restricciones de distancia, ¿estamos unidos en propósito en estos tiempos tan difíciles como la iglesia que somos? Hay muchas creencias, identidades y formas de ver este mundo. Sin embargo, como comunidad de fe, nuestra identidad está en Cristo y en nada más, y debemos reflejar ese mensaje a los demás.

Luces en las tinieblas

Estamos llamados a ser luces en un lugar oscuro. La luz es lo opuesto a la oscuridad, una ciudad en una colina, resplandecientes hijos de luz, no muy diferentes a las luciérnagas que vuelan en la noche. En ocasiones, en los apacibles susurros de la noche de una ciudad llena de luces, las luciérnagas son difíciles de verse porque hay demasiada luz. A pesar de ello, si observan con atención, se pueden ver brillando entre los arbustos, recordándonos la luz de Dios.

Las luciérnagas espirituales reflejan la luz de Dios, y hacen algo más: Resisten a sus enemigos pacíficamente, luchando por la verdadera luz, aunque todo lo que se pueda ver sea la oscuridad que envuelve su brillo encantador.

Hay tanta información hoy en día. Hay información bastante buena, pero mucha no lo es. Esta es una advertencia para nosotros. Como cristianos, estamos en el mundo, pero no somos del mundo (Juan 17:14-16). Estamos llamados a estar apartados, lo cual incluye analizar adecuadamente la vasta información y la política, y no contribuir a la violencia porque ya el mundo está luchando con eso mismo. ¿Podremos ser como las luciérnagas en este mundo de tinieblas? A veces las luciérnagas pierden su camino, pero de alguna manera encuentran la forma de volver a su propósito original y encontrar otras luces de verdad para su pacífica causa. De igual forma también nosotros debemos hacerlo.

El mundo es un entorno aterrador y volátil. El miedo y la ira sacan lo peor de nosotros. Aunque Dios nos hizo a Su imagen, me pregunto hasta qué punto, incluyendo el pueblo de Dios, hemos caído de esa imagen. También nos vemos atrapados en la intensidad de elegir bandos causando divisiones. Nuestras mentes se desvían de Cristo. Pero la verdad es que nuestra ciudadanía está en el cielo, y debemos dar testimonio al mundo de esa ciudadanía.

Paz y amor

Como representantes de Cristo, somos llamados a ser esa ciudad en la colina, irreprochables. Cuando Pablo escribe que “no damos a nadie ninguna ocasión de tropiezo, para que nuestro ministerio no sea vituperado” (2 Corintios 6:3), está diciendo que hay otro camino diferente al del odio y la ira. La paz y que el amor sin prejuicios a los demás es posible, pero tristemente, nuestros propios deseos carnales alimentan inconscientemente al dios de este mundo (4:1-4). Él prefiere mantenernos en esclavitud antes que permitirnos renunciar a nuestros deseos mundanos. Nuestra esperanza está en un nuevo cielo y una nueva tierra, libres de sufrimiento y muerte. Pero como cristianos, con demasiada frecuencia nos vemos atrapados en la política del mundo, esperando que ésta posea la solución a todo nuestro sufrimiento.

Una cosa que nos ayudará a centrarnos es Filipenses 2:3. Pablo dice que no hagamos nada por contienda o vanagloria, sino que consideremos a los demás como superiores a nosotros mismos, en la humildad de la mente. Por lo tanto, debemos buscar la humildad en nuestras acciones y en nuestras palabras, y buscar el verdadero significado de la empatía.

Una señal de la genuina humanidad cristiana es sentir verdaderamente el dolor de otro miembro de la comunidad. Pero si la empatía y la humildad no se ven entre los creyentes, arruinamos nuestro testimonio ante aquellos que están fuera de la iglesia.

La humildad comienza con el yo, así que no debemos nunca olvidar mantener nuestros ojos en el ejemplo de Cristo. En una sociedad de constante desinformación, donde se tuercen las palabras y se empaña la imagen de Cristo, debemos mirar cómo vivió Cristo para poder filtrar, analizar y, en última instancia, perdonar a los que nos hacen daño. Esto ayudará a que nuestra luz brille.

Lugar de refugio

El mundo disfruta hacernos sentir vergüenza por los pecados pasados. Con demasiada frecuencia, los de carácter malvado abusan del ideal cristiano del amor y perdón, incluso aquellos que dicen ser hermanos. Por lo tanto, ¿podemos decir que la iglesia es un lugar de refugio? ¿Podemos expresar nuestras luchas abiertamente sin temor a ser juzgados por otros en nuestra comunidad cristiana? No tener esta libertad afecta nuestro impacto como luciérnagas.

En el mundo, la iglesia debería ser ese lugar de refugio, un escondite (Salmo 32:7). Pero, todavía tengo que encontrar una iglesia realmente segura, libre de condenas e ira. En cambio, a menudo encuentro miedo y paranoia a lo desconocido. Un sentido de pensamiento crítico y de discusión honesta parecen casi imposibles de encontrar en muchos círculos de la iglesia. Tristemente, a menudo encuentro más apertura, más amor y empatía por el prójimo en los círculos seculares. ¿Cómo es posible?

A medida que el mundo occidental se vuelve cada vez más secular, el deseo innato en todos nosotros es la comunidad. Cuando la iglesia fracasa en ser ese “refugio” de seguridad, humildad y amor, la gente buscará en otro lugar su propósito y pertenencia.

Obviamente, algunos lineamientos no deben tomarse moral o doctrinalmente. Esto puede orillar a que una persona abandone sus tradiciones y su comunidad, porque los caminos de Cristo no son los del mundo. Pero, cuando reaccionamos a las críticas de los demás hacia los cristianos de una manera pacífica y amorosa, actuamos como ministros de la luz de Cristo, proclamando otra forma de hacer las cosas.

No existe una comunidad cristiana perfecta, y hay muchos que toman decisiones equivocadas, lo que tristemente afecta a todos los que se dicen pertenecer a Cristo. No obstante, debemos reconocer los pecados cometidos por otros en nombre de Cristo, pero nunca sentirnos humillados por ellos. Como Cristo dijo, por sus frutos los conoceréis (Mateo 7:16).

Vidas transformadas

Los hechos hablan más que las palabras. La buena doctrina no lleva a la gente a Cristo (aunque es muy útil), sino cómo vivimos para los demás como luces resplandecientes. Las personas transformadas nos conducen a una comunidad transformada. Todos somos capaces de tomar malas decisiones. Cuando eso pasa es más heroico decir “lo siento”, en lugar de aparentar como si tuviéramos todo bajo control.

¿Podemos vivir cada día acogiendo al desconocido, confiados en que tenemos a Jesús, quien no conoció pecado pero que fue tentado en todos los sentidos como nosotros? Nuestro pasado no es lo que nos define. Sin embargo, debemos aprender de él para que pueda influir positivamente en el presente y en el futuro. Estaremos en yugo desigual con el mundo si vivimos como si las soluciones a nuestros problemas del pasado pudieran encontrarse en otra parte que no sea el perdón reconciliador de uno mismo y de los demás, que sólo encontramos en Cristo
(2 Corintios 6:14).

El mundo bajo las tinieblas de satanás se resiste al perdón y busca incesantemente denigrarnos por nuestros pecados pasados. Esto es perjudicial para todos. La victimización deja a la gente en una continua parálisis, sin esperanza a la vista. La solución a nuestros problemas debe enfocarse en el futuro, como dice Pablo, “olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Filipenses 3:13, 14).

Por lo tanto, nuestra identidad y nuestra ciudadanía están en Cristo. Independientemente de nuestro pasado, de nuestras malas decisiones, incluso de las decisiones de otros que empañan nuestra imagen, ¿podemos decir honestamente que seguimos el ejemplo de Cristo de humildad, amor y paz?

El mundo no cambiará; permanecerá en tinieblas incluso después de que el COVID se haya ido. Pero Jesús nunca nos dijo que cambiáramos al mundo. Pero si dijo que somos nosotros los que debemos cambiar, por la gracia de Dios y la ayuda del Espíritu Santo. ¡Hacer esto nos ayudará a brillar como luciérnagas en la oscuridad!

Lynn Briscoe
Latest posts by Lynn Briscoe (see all)
Facebooktwitterredditpinterestlinkedinmail

Lynn Briscoe writes from Canada.