(Mateo 28:16)
Con la Gran Comisión, Jesús nos incluye en Su misión de rescatar a un mundo perdido. Sin embargo, Él no puede usarnos para rescatar a otros si nosotros mismos estamos en necesidad de rescate. En nuestras vidas cotidianas, a menudo no vemos nuestra necesidad de transformación. Nos comparamos unos con otros y pensamos que estamos bien. Somos amables con aquellos que son amables con nosotros, y nos sentimos justificados por ser desagradables con aquellos que no son amables con nosotros.
La ley de Dios requiere que amemos a los demás, ¡punto! No hace ninguna excepción por la forma en que los demás nos tratan. Cuando devolvemos mal por mal, nos convertimos en autores del mal, y la pena por el pecado es la muerte. La apacible y maravillosa voz de Dios nos convence de nuestros pecados, pero es fácil ignorar Su espíritu en nuestro mundo tumultuoso. Por consecuencia, no nos damos cuenta del peligro en el que nos encontramos. Para obtener una perspectiva, necesitamos un momento de tranquilidad con Dios. En otras palabras, necesitamos una experiencia tal como en la cima de la montaña.
Queremos pensar en nosotros mismos como personas buenas, no malas. Sin embargo, Jesús nos dijo que nadie es bueno, excepto Dios. La bondad no viene de nosotros; viene de Él. Por eso necesitamos un Salvador. Jesús dejó la seguridad del cielo, no para rescatar a los justos sino para rescatar a quienes lo abandonaron, se burlaron de Él y lo crucificaron. Por ellos murió Jesús: por nosotros.
La transformación se produce cuando abandonamos nuestra pretensión de inocencia y aceptamos nuestra culpa. Nos arrodillamos ante la cruz sin ofrecer nada más que un espíritu quebrantado y una confianza en la bondad de Dios. Dios nos perdonará, no porque seamos buenos, sino porque Él es bueno. Cuando le entregamos nuestra vida, Él nos da Su buena naturaleza.
Para mí, esta experiencia en la cima de la montaña se produjo en un campamento juvenil en Oklahoma cuando tenía 14 años. Estaba bajo un dosel de árboles de mimosa, sentado sobre una manta rascando mordeduras de ácaros mientras nuestro grupo escuchaba a un joven pastor llamado Jerry Camero. Capturó mi atención cuando comenzó a hablar sobre el terror que Jesús soportó en el Jardín de Getsemaní. Dijo que Jesús eligió quedarse en el jardín a pesar de estar tan asustado que sudó grandes gotas de sangre. Cuando Jerry describió la brutalidad que Jesús sufrió en la cruz, pareció como si el resto del grupo se desvaneciera. Luego me dijo que Jesús murió en mi lugar, para pagar por lo que yo he hecho.
En ese momento, no entendía palabras como justificación y santificación. Simplemente supe que me sentí condenado por mis pecados que causó que Jesús sufriera y muriera por mí. Le dije a Jesús que lamentaba todas las cosas que había hecho y le pedí que me perdonara. Sentí que mi culpa se desvanecía en paz, y supe que había sido perdonado. Con mi corazón inundado de gratitud, ese día entregué mi vida a Aquel que dio Su vida por mí. En ese momento, me convertí en una nueva criatura. Me convertí en cristiano y comencé a seguir el plan de Jesús.
Todos necesitamos transformación, y sucede de manera diferente para cada uno de nosotros. ¡Gracias a Dios por Su gracia que trae esa transformación!