Con pluma en mano y un pergamino delante de él, Lucas se dispuso a dirigirse a Teófilo, un viejo conocido, referente a los extraños sucesos ocurridos al final del tiempo. ¿Por dónde empezar?
Aunque no fue un testigo presencial, Lucas tuvo numerosos contactos con los que sí lo fueron, además de un conocimiento preciso de los acontecimientos históricos que reforzaba la veracidad de sus palabras. Este amado médico se sentía a gusto con personas de todos los niveles de la sociedad.
Lucas, un griego de Antioquía de Siria, consideraba importante reivindicar a sus compañeros cristianos y convencer a sus gobernantes romanos de que no tenían ninguna mala intención hacia ellos. Se empeñó en relatar con precisión los acontecimientos como un registro indeleble para Teófilo y sus futuros lectores, acontecimientos que vinculaban a Jesús con la historia: Sus milagros, Su misión y Su mensaje. Lucas deseaba dejar las cosas en claro, mientras los detalles de los acontecimientos pasados desfilaban por su mente, se consagró a la tarea que tenía entre manos.
Hijo y Rey
Lucas registró fielmente los acontecimientos importantes de la vida de Jesús: desde la anunciación del ángel a María antes de Su nacimiento (“el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios”) hasta el juicio de Jesús ante los ancianos del pueblo: “Dijeron todos: ‘¿Luego eres tú eres el Hijo de Dios?’ Y él les dijo: ‘Vosotros decís que lo soy’” (Lucas 1:35; 22:70).
¡De hecho Jesús era el Hijo de Dios!
Lucas documentó la buena disposición de Pilato de liberar a Jesús como dictaba la costumbre en tiempos de Pascua. Sin embargo, incitado por los líderes judíos, el pueblo exigió que Jesús fuera crucificado. Tres postes se perfilaban en el horizonte. A la hora tercera, las cruces, con los prisioneros clavados o atados a ellas, fueron levantadas y luego fijadas a los postes. Un letrero que tenía inscritas las palabras de Pilato estaba colocado en la cruz que estaba en el centro, el cual decía: “ESTE ES EL REY DE LOS JUDÍOS” (23:38).
La multitud enloqueció. ¡Algunos celebraban, otros lloraban! Muchos se burlaban. Jesús oró: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (v. 34). A lo largo de las siguientes horas, lanzaron una descarga de burlas contra Jesús.
Los gobernantes: “A otros salvó; sálvese a sí mismo, si éste es el Cristo, el escogido de Dios” (v. 35).
Los soldados: “Si tú eres el Rey de los Judíos, sálvate a ti mismo” (vv. 36-37).
Uno de los malhechores: “Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros” (v. 39).
Pero Jesús no vino a salvarse a Sí mismo sino a entregarse.
Desde la sexta hasta la novena hora, las tinieblas, tan densas que podían palparse, cubrieron toda la tierra. Un silencio estremecedor dominó ese escenario durante tres largas horas. Entonces Jesús, clamando a gran voz, dijo: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (v. 46).
¡Consumado es! Y exhaló Su último aliento. La cortina del templo que dividía el lugar Santo del Lugar Santísimo fue rasgada por manos invisibles, derribando así la barrera entre el hombre y Dios y anunciando el acto amoroso de redención de Jesús.
Nuevo pacto
Este evento es trascendental. La gloria del antiguo pacto se reflejaba con tal intensidad en el rostro de Moisés que los judíos temían acercársele. Por esa razón usaba un velo, excepto cuando estaba en comunicación con Dios. Con el velo del templo rasgado en dos, la ley, tal como estaba escrita en piedra, quedaba hecha añicos en un sentido figurado (2 Corintios 3).
El antiguo pacto, ahora nuevo, había sido revitalizado, pasando de un ministerio de muerte a un ministerio de rectitud escrita en nuestros corazones y mentes. Motivados por la luz del evangelio y la presencia del Espíritu, venimos a Cristo en fe y recibimos la salvación por gracia. Ahora estamos revestidos de la justicia de Cristo, así como Abraham “Y creyó a Jehová, y le fue contado por justicia” (Génesis 15:6). Así, la reconciliación se efectuó entre el hombre y Dios mediante la sangre expiatoria de Cristo.
En el Día de la preparación del Sábado de Pascua, Jesús hizo el supremo sacrificio por todos nosotros. Ese precioso Cordero de Dios, figurativamente inmolado desde la fundación del mundo, ahora había sido literalmente inmolado por los pecados del mundo, el momento decisivo en la historia que nos afecta a todos.
Sin embargo, los judíos en conjunto siguen obrando bajo la sombra del antiguo pacto de condenación, sin saber que “Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” (2 Corintios 5:21). El velo está aún por ser levantado de sus ojos (3:15; cf. Romanos 10:1-4).
Para recordar y reflexionar
Lucas concluyó su evangelio informando sobre la Resurrección y la Ascensión. El Consolador vendría y escribiría las leyes de Dios en sus corazones y las implantaría en sus mentes. Por ahora, debían aguardar la llegada del Espíritu, y después salir a compartir el mensaje del evangelio. Tenían que llevar las buenas nuevas a su propio pueblo, y luego a los confines de la tierra. Y los discípulos se dirigieron a Jerusalén, contentos de saber que volverían a ver a Jesús.
Hagamos una remembranza y reflexión sobre Jesús y ese decisivo momento para la historia.