Hace seis meses, mi esposo y yo comenzamos a buscar una nueva iglesia. Cuando visitamos otras congregaciones, bromeé diciendo que nos uniríamos a la primera iglesia donde alguien nos invitara a almorzar. Seis meses y siete congregaciones después, todavía estamos esperando esa invitación.
En nuestra iglesia anterior de vez en cuando invitábamos a los que visitaban la iglesia a nuestra casa o a restaurantes locales, así que no pensé que mi idea fuera inusual. Me encantaba escuchar las historias de cómo los visitantes encontraban nuestra iglesia, dónde vivían y qué hacían.
Una ocasión, en un boletín le escribí una nota a mi esposo diciéndole que invitaría a la joven pareja al otro lado de nuestra banca a almorzar. “¿Qué vas a servir?” preguntó. Le dije que serviría la comida preparada que viene en bolsa y que tenía en el congelador. A la pareja le encantó y dijeron que ellos la compraban en ocasiones también. Tuvimos una gran visita, aunque debo admitir que nunca volvieron a la iglesia. Pero seguramente no porque no se hubieran sentido bienvenidos.
Los visitantes buscan conectarse con Dios a través de la adoración y la enseñanza, y los miembros de la iglesia sirven como un enlace crucial: “Así que somos embajadores de Cristo, como si Dios los exhortara a ustedes por medio de nosotros: En nombre de Cristo les rogamos que se reconcilien con Dios” (2 Corintios 5:20).
Para hospedar a las visitas no tenemos que preparar algo elegante, ni debería ser algo amenazante. Tenga la seguridad de que los visitantes están ansiosos por conocerlo y aprender más sobre su congregación. No quieren manejar millas y luego regresar a casa sin haber conectado con alguien a nivel personal.
Sin embargo, estoy descubriendo que cuando visitamos iglesias, rara vez recibimos invitaciones para participar en actividades fuera del servicio de la mañana. Ciertamente, podríamos registrarnos y asistir. Pero hay algo cálido, amigable y hospitalario en una congregación que abraza a los visitantes extendiendo invitaciones.
Aquí están mis sugerencias como visitante.
- Prepare un mostrador de información en su vestíbulo para que, si no hay personas que saluden, pueda encontrar un boletín y saber dónde se encuentran los baños y las guarderías.
- Denme la bienvenida con personas saludando que distribuyen boletines y díganme que están contentos de que vine, o de que haya regresado, si es que regreso.
- Mírenme a los ojos y díganme su nombre durante el saludo. Pregúntenme dónde vivo. Díganme que están contentos de que elegí adorar con ustedes.
- Invítenme a las actividades de la iglesia, a un estudio bíblico en grupos pequeños, para gente nueva. O reuniones de mujeres u hombres. Los podré conocer mucho mejor en un grupo pequeño que sentado detrás de ustedes en la banca. En nuestra iglesia anterior, a menudo invitaba a los visitantes a reuniones de grupos pequeños porque dichos lugares les permiten a los participantes interactuar y conocerse.
- Invítenme a comer después de la iglesia, incluso si los platillos eran para cierto número de personas. Seguramente hay suficiente comida para alimentar a algunos visitantes. Me encantaría sentarme a su lado y conocer a su familia.
- Una vez que sea obvio que soy un visitante habitual, ofrezcan reunirse conmigo para responder las preguntas que pueda tener. Aunque su sitio web ofrece información sobre su iglesia, quiero saber su postura específica sobre varias doctrinas, y la organización de su congregación. ¿Eligen o nombran líderes? ¿A quién se le permite enseñar o servir, y en qué capacidades?
- Denme un regalo que diga que me valoran. Sí, una taza para café está bien. Pero, ¿qué tal una bolsa de regalo que incluya una receta o un libro con devocionales que su iglesia haya creado, una libretita de notas con el nombre de su iglesia, un imán para el refrigerador u otros artículos personalizados que me recuerden su hospitalidad cuando los vea en mi casa?
- Reserven una banca en la parte de atrás solo para visitantes o personas que llegan tarde.
Los visitantes van a la iglesia por muchas razones. Tal vez se han separado de una comunidad y anhelan volver a conectarse. Quizás hayan sufrido un “desencanto” en su propia congregación y busquen un lugar seguro para adorar. Tal vez, al igual que mi esposo y yo, simplemente sienten que es hora de un cambio.
Cualquiera que sea la razón por la que vengan, brinden a los visitantes una razón para quedarse. Con un poco de consideración y esfuerzo, se irán de su reunión sintiéndose amados y cuidados, abrigados por los brazos de uno de los embajadores de Cristo.