Tal vez su vida haya sido sólo un ascenso constante, peldaño tras peldaño, en la escalera del éxito. Quiás el sonido de su vida esté llena únicamente de canciones felices.
Pero tal vez eso no describa adecuadamente su jornada. Tal vez haya experimentado algunos altibajos. Usted ha sido bendecido y está agradecido. Pero, francamente, a veces la vida se pone difícil. Usted siente que ha tenido más sufrimiento del que debería y la banda sonora de su vida podría estar llena de canciones tristes.
De cualquier manera, es posible vivir bien incluso cuando la vida se pone difícil, afrontar las peores circunstancias sin perder la esperanza. Algunas claves se pueden encontrar en un libro antiguo de la Biblia. Eclesiastés se atribuye al rey Salomón, un hombre que probó de todo — vino, mujeres, canciones, dinero, sexo y poder — en un intento de entender la vida. El libro no se anda con rodeos. Algunos lectores de la Biblia lo encuentran demasiado directo, otros demasiado cínico. Pero cualquiera que valore la transparencia, la honestidad y la experiencia de la vida real apreciará la descripción cruda y directa de Eclesiastés de un mundo que no es para los débiles de corazón.
Dios inspiró este libro no menos que el resto de la Biblia y conservó su franqueza y humor durante miles de años para que las personas atrapadas en el tormentoso siglo XXI pudieran leerlo y aprender de él. Entre las cosas que podemos aprender de sus páginas está cómo reaccionar cuando la vida se pone difícil.
Cultive la fe
Mucha gente conoce y le gusta el poema de Eclesiastés 3, que comienza así:
Todo tiene su momento oportuno; hay tiempo para todo lo que se hace bajo el cielo: tiempo para nacer y tiempo para morir; tiempo para plantar y tiempo para cosechar; tiempo para matar y tiempo para sanar; tiempo para destruir y tiempo para construir; tiempo para llorar y tiempo para reír; tiempo para estar de luto y tiempo para bailar (vv. 1-4).
Algunas de esas palabras parecen demasiado duras para nuestros delicados oídos modernos. ¿Un momento para morir? ¿Matar? ¿Llorar? Pero esos versos no nos están diciendo lo que debemos hacer (de ser así, algunos de ellos contradirían mandamientos claros de las Escrituras). Simplemente están diciendo las cosas como son.
En última instancia, nosotros no decidimos el momento de nacer o morir, de plantar o recoger, etc. Esas cosas nos llegan en los momentos que Dios elige. Y aunque todos queremos orar así: “Dios, por favor permite que mi vida esté llena de días felices”, realmente sabemos que no es así. O deberíamos saberlo.
Incluso para la persona más rica, más sabia, más educada y más acomodada de su tiempo, la vida tuvo temporadas de bien y de mal, de altibajos, de bendiciones y de tragedias para Salomón. No deberíamos esperar lo contrario. “La verdad es”, dijo el poeta y novelista Anatole France, “que la vida es deliciosa, horrible, encantadora, aterradora, dulce, amarga y eso lo es todo”.
El nacimiento, la muerte, el llanto, la risa, la adquisición y la pérdida son parte del curso normal de las cosas. No podemos evitar completamente ninguno de ellos; no deberíamos esperarlo. Pero podemos cultivar la fe para aceptar el tiempo de Dios.
¿Está en una temporada de recoger? Alabado sea Dios . . . y cultive la fe para aceptar esta temporada así como la próxima, que puede ser una época de dispersar.
¿Está pasando por un período de pérdida? Apóyese en Dios. . . y cultive su fe para aceptar esa etapa mientras espera la próxima, que podría ser una temporada de gozo.
¿Está sufriendo discordia y división? Ore por fe para ver el propósito de Dios en todo, incluso mientras espera el amanecer de una nueva era de paz en sus relaciones.
En lugar de quejarnos cuando los ciclos y las estaciones de la vida nos golpean duramente, debemos cultivar la fe para creer que Dios sabe lo que está haciendo, que Sus intenciones son buenas y que Su tiempo es sabio.
Cultive la sabiduría
Después de catalogar los altibajos de la experiencia humana, Eclesiastés 3 continúa:
¿Qué provecho saca el trabajador de tanto afanarse? He visto la tarea que Dios ha impuesto al género humano para abrumarlo con ella. Dios hizo todo hermoso en su tiempo, luego puso en la mente humana la noción de eternidad, aun cuando el hombre no alcanza a comprender la obra que Dios realiza de principio a fin. Yo sé que nada hay mejor para el hombre que alegrarse y hacer el bien mientras viva; y sé también que es un don de Dios que el hombre coma o beba y disfrute de todos sus afanes. Sé, además, que todo lo que Dios ha hecho permanece para siempre, que no hay nada que añadirle ni quitarle y que Dios lo hizo así para que se le tema (vv. 9-14).
Imagínese al gran rey Salomón al final de su vida, recordando todo por lo que trabajó, todo lo que construyó. Y mientras lo hace, quizá haya fruncido el ceño. Sacudido su cabeza. Quizás incluso haya gemido. Pensando: Sólo lo que Dios hace realmente perdura y debería haber disfrutado más de la vida. Debería haber encontrado satisfacción trabajando duro, haciendo el bien, siendo feliz, viviendo el momento en lugar de estresarme siempre por el futuro. Muy sabio.
Si sus prioridades son la fortuna o la fama, algún día terminará como Salomón, preguntándose: ¿En qué estaba pensando? Si está enfocado en ganar premios o conseguir un ascenso, o absorto en vivir como le plazca, terminará preguntándose: ¿De qué sirvió? Nada de eso le traerá satisfacción.
Estamos hechos para mucho más de lo que creemos. Estamos destinados para propósitos eternos. Por eso debemos cultivar la sabiduría para lograr las prioridades de Dios. Ser felices y hacer el bien mientras vivimos. Disfrutar de lo que tenemos mientras lo tenemos. Vivir nuestra vida y hacer nuestro trabajo a la luz de la eternidad, porque “todo lo que Dios hace permanecerá para siempre” (v. 14).
El resultado es que las cosas que hacemos no perdurarán. No mi trabajo. Ni mi casa. Definitivamente no mi sueldo. Pero mi esposa sí. También mis hijos y mis nietos, mis amigos, mis vecinos y mis compañeros de trabajo. La eternidad llama a nuestras puertas cada día en la forma de las personas que Dios pone en nuestro camino. Si algo nos enseñan las Escrituras es que las personas son importantes para Dios. Cuando hacemos de los demás una prioridad, podemos disfrutar de todos los dones de Dios — comer, beber, trabajar — porque estamos siguiendo las prioridades de Dios.
Cultive la paciencia
La sabiduría sigue apareciendo en Eclesiastés 3, esta vez en relación con la maldad, el juicio y la justicia (vv. 16, 17).
Probablemente no hay hombre o mujer entre nosotros que no se haya quejado de pequeñas injusticias. La vida se pone difícil cuando parece que los malvados van por delante en la escalera del éxito, cuando a su vecino perezoso le toca la lotería, cuando a su compañero de piso que nunca estudia le dan una beca. Por eso debemos cultivar la paciencia para esperar el juicio de Dios. No espere que Dios resuelva las cosas aquí y ahora. El autor del Eclesiastés promete: “Hay un tiempo para toda obra y un lugar para toda acción” (v. 17).
Pero ese momento aún no ha llegado. Así que ore. Espere. Y cultive la paciencia para esperar el juicio de Dios.
Cultive la esperanza
Cuando la vida se pone difícil, e incluso cuando no, podemos cultivar la esperanza para anticipar la recompensa de Dios. Eclesiastés 3:18-22 dice:
Pensé también con respecto a los seres humanos: «Dios los está poniendo a prueba, para que ellos mismos se den cuenta de que son como los animales. Los seres humanos terminan igual que los animales; el destino de ambos es el mismo, pues unos y otros mueren por igual, y el aliento de vida es el mismo para todos, así que el hombre no es superior a los animales. Realmente, todo es vanidad y todo va hacia el mismo lugar. Todo surgió del polvo y al polvo todo volverá. ¿Quién sabe si el aliento de vida de los seres humanos se remonta a las alturas y el de los animales desciende a las profundidades de la tierra?”
He visto, pues, que nada hay mejor para el hombre que disfrutar de su trabajo, ya que eso le ha tocado. Pues, ¿quién lo traerá para que vea lo que sucederá después de él?
Como un anciano que siente acercarse la muerte, el autor se pone filosófico sobre la inmortalidad del alma humana: “Los seres humanos terminan igual que los animales; el destino de ambos es el mismo, pues unos y otros mueren por igual, y el aliento de vida es el mismo para todos, así que el hombre no es superior a los animales” (v. 19). En la época en que escribió Eclesiastés, la creencia en la vida después de la muerte no estaba muy extendida. Pero unos versos antes escribió: “Él sembró la eternidad en el corazón humano, pero aun así el ser humano no puede comprender todo el alcance de lo que Dios ha hecho desde el principio hasta el fin” (v. 11, NTV).
Desde una perspectiva terrenal, no tenemos forma de determinar de manera concluyente que somos diferentes de los animales. Vivimos al otro lado de la Resurrección del Rey Salomón, pero todavía “vemos por espejo, oscuramente” (1 Corintios 13:12, RV 1960). La única manera de ver la vida eterna es por la fe. Como dice la Biblia: “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (Hebreos 11:1).
Por eso, cuando la vida se pone difícil, ayuda cultivar la esperanza de anticipar la recompensa de Dios. Si esta vida “bajo el sol” es todo lo que hay, todo carece de sentido. Pero como expresó Thornton Wilder en Our Town (Nuestra Ciudad):
Todos sabemos que algo es eterno. Y no son las casas, ni los nombres, ni la tierra, ni siquiera las estrellas… todo el mundo sabe en sus huesos que algo es eterno, y ese algo tiene que ver con los seres humanos. Todas las grandes personas que han existido nos lo han estado diciendo durante cinco mil años y, sin embargo, te sorprendería ver cómo la gente siempre lo pierde de vista. Hay algo muy profundo que es eterno en cada ser humano.
Vivir en esa esperanza es una de las claves para vivir bien, incluso cuando la vida se pone difícil. Es posible vivir día a día, sin ver “todo el alcance de lo que Dios ha hecho desde el principio hasta el fin” (Eclesiastés 3:11, NTV), pero todavía descansando en la esperanza de que “Tu bondad y tu amor inagotable me seguirán todos los días de mi vida, y en la casa del Señor viviré por siempre” (Salmo 23:6 NTV).