¿No sería bueno escuchar a Dios?
Para los estudiantes que batallan para elegir una escuela, una especialización, una carrera; para los novios que están pensando en casarse; para un padre que está muy preocupado por un hijo; para un empresario que está considerando un nuevo riesgo; para casi cualquier persona que esté sufriendo, que se tambalee o tenga miedo, sería muy agradable escuchar a Dios y obtener Su perspectiva, Su dirección.
Felizmente, una historia en la Biblia ofrece una guía para cualquiera que desee escuchar de Dios en asuntos tanto grandes como pequeños.
En los primeros días de la historia de Israel, el pueblo de Dios había atravesado una mala racha. Les pareció que Dios se había quedado en silencio. Rara vez alguien esperaba o decía tener noticias de Dios. Pero había un joven llamado Samuel que vivía en el templo de Jerusalén y ayudaba al sacerdote Elí en su trabajo.
Una noche, Samuel escuchó una voz que lo llamaba. Fue con Eli, pero el sacerdote le dijo que no lo había llamado. Después de que esto sucedió dos veces más, Elí le dijo a Samuel: “Ve y acuéstate, le dijo Elí. Si alguien vuelve a llamarte, dile: “Habla, SEÑOR, que tu siervo escucha” (1 Samuel 3:9).
Samuel volvió a la cama, volvió a oír la voz y respondió como le había dicho Elí. El Señor habló y le dio al niño un mensaje específico y detallado, el cual, eventualmente, le relató a Elí. Esa historia, contada en 1 Samuel 3, puede sugerir siete cosas a la persona que quiere aprender a escuchar la voz de Dios.
- Sea humilde. Dios eligió hablar con “el niño Samuel” (v. 1). Ese parece ser un detalle clave. Dios no habló al sacerdote ni a los altivos hijos del sacerdote, sino al “niño Samuel”. Santiago 4:6 dice: “Dios se opone a los orgullosos, pero da gracia a los humildes”. Es una gracia escuchar la voz de Dios, y Dios da gracia a los humildes.
- Guarde silencio. Según el relato, Dios habló cuando “Samuel dormía en el santuario del SEÑOR” (1 Samuel 3:2-4). Probablemente no sea una coincidencia. Eso suele suceder a menudo, Dios habla cuando guardamos silencio, cuando de alguna manera nos apartamos de la prisa y el ruido de la vida, del tráfico y la confusión, es cuando escuchamos la “apacible y delicada voz” de Dios.
- Entre en la presencia de Dios. La Biblia dice que “Samuel dormía en el santuario del SEÑOR, donde se encontraba el arca de Dios. El SEÑOR llamó a Samuel” (vv. 3, 4). Si desea escuchar la voz de Dios, debe entrar en la presencia de Dios. Eso no es lo mismo que ir a la iglesia. Ciertamente, adorar con otros puede llevarlo a la presencia de Dios, pero si solamente está adorando junto con otros, es probable que tenga dificultades para escuchar la voz de Dios. Lo contrario también es cierto: si está adorando usted solo, es probable que tenga dificultad para escuchar la voz de Dios. Si desea escuchar a Dios, ayuda si usted está regularmente en la presencia de Dios, solo y con otros.
- Busque consejo. Si lee el pasaje completo en 1 Samuel 3, notará que Dios le habló repetidamente a Samuel. Y Dios le habló a Samuel por su nombre. Y Samuel tardó en darse cuenta al principio. Es posible que Samuel nunca se hubiera dado cuenta si Elí, aunque no fue él quien escuchó la voz de Dios, no le hubiera dado un consejo sabio al niño. Así puede ser en su caso. Si cree que Dios le está hablando pero no está seguro, acuda a alguien a quien respete, alguien que conozca a Dios, alguien que sea espiritualmente maduro. Por supuesto, a veces buscamos consejo cuando sabemos que Dios está hablando; simplemente no nos gusta lo que está diciendo. En ese caso, dice Oswald Chambers en “En Pos de lo Supremo” (My Utmost for His Highest), “Nunca pida el consejo de otro sobre cualquier cosa que Dios le haga decidir antes que Él. Si pide un consejo, casi siempre se pondrá del lado de Satanás”.
- Adquiera el hábito de decir: “Habla, Señor”. Cada vez que se enfrente a una decisión, grande o pequeña diga: “Habla, Señor”. Cuando le falte sabiduría: “Habla, Señor”. Cada vez que abra la boca en oración: “Habla, Señor”. Al saludar un nuevo día: “Habla, Señor”.
- Adopte una actitud de escuchar.
Cuando Dios finalmente habló, Samuel lo escuchó porque estaba escuchando. No hablaba, no cantaba, no miraba televisión, no leía. Él estaba escuchando. Y Dios habló. Spurgeon dijo:
Recuerdo que me pidieron ver a una persona y pensé que quería aprender algo de mí; pero cuando lo vi durante tres cuartos de hora, habló todo el tiempo, y luego le dijo a un amigo que era una persona encantadora con quien conversar. Cuando me dijeron eso, dije: “¡Oh, sí, eso fue porque no lo interrumpí! Él estaba herido y dejé que se desahogara”.
Dios es un caballero. No le gusta interrumpir, por lo que rara vez habla a menos que lo estemos escuchando.
- Prepárese para actuar de acuerdo con lo que Dios dice. Cuando Dios finalmente le habló a Samuel, no fue una gran noticia. Dios dijo:
“Mira, le dijo el SEÑOR, estoy por hacer en Israel algo que a todo el que lo oiga le quedará retumbando en los oídos. Ese día llevaré a cabo todo lo que he anunciado, de principio a fin, en contra de Elí y su familia. Ya le dije que por la maldad de sus hijos he condenado a su familia para siempre; él sabía que estaban blasfemando contra Dios y, sin embargo, no los refrenó. Por lo tanto, hago este juramento en contra de su familia: ¡Ningún sacrificio ni ofrenda podrá expiar jamás el pecado de la familia de Elí” (1 Samuel 3:11-14).
Samuel no se mostró entusiasmado al transmitir el mensaje. Pero lo hizo. Si desea escuchar a Dios, debe estar preparado para la posibilidad de que Él diga algo que no se alinee con sus pensamientos o preferencias. Puede que le revele cosas que no quería saber. Pero si no está preparado para actuar de acuerdo con lo que Dios dice, de cualquier manera, probablemente no esté listo para escucharlo.
Esa es probablemente una gran parte de la razón por la que Dios le habló a Samuel en primer lugar, y no a Elí. Cito a Spurgeon nuevamente:
Uno puede ser un hijo de Dios, como Elí, y sin embargo vivir de tal manera que Dios no le hable; y, por otro lado, uno puede ser un niño como Samuel, obediente, de carácter hermoso y atento para conocer la voluntad de Dios, orando: “Habla, Señor; que tu siervo escucha; y luego Dios te hablará.
Si tiene la intención de escuchar la voz de Dios y luego decide si le hará caso o no, es probable que no escuche la voz de Dios. Escuchar es siempre para prestar atención.
Jesús dijo: “Mis ovejas oyen mi voz; yo las conozco y ellas me siguen” (Juan 10:27). Si Dios le ha dicho algo, instándole a que se arrepienta, o a que se rinda o le obedezca en alguna área, y todavía está diciendo: “Todavía no . . . . Yo no . . . . Eso no”, entonces es poco probable que Él le diga algo nuevo hasta que lo obedezca en lo que sea que le haya dicho.
Sin embargo, a los que siguen a Dios, Él se dará a conocer a Sí mismo y Sus instrucciones, especialmente a medida que aprendamos a hacer de las palabras de Samuel nuestra oración: “Habla, Señor, que tu siervo escucha”.