El Amado (el Novio): Como el lirio entre los espinos, así es mi amiga entre las doncellas.
La Sulamita (La Novia): Como el manzano entre los árboles silvestres, así es mi amado entre los jóvenes; bajo la sombra del deseado me senté, y su fruto fue dulce a mi paladar (Cantares 2:2, 3).
El hermoso cántico de amor de Salomón es único en las Escrituras porque, en lugar de proporcionar directamente ideas históricas, teológicas o espirituales para nuestro caminar con el Señor, revela detalles íntimos de la relación entre Salomón y su novia.
Sin embargo, hay una gran cantidad de principios y aplicaciones en las palabras de Salomón. Por ejemplo, podemos conocer la intención de Dios para el matrimonio cuando los novios expresan su amor mutuo en preparación para su unión y durante ella. No puedo evitar pensar en mi relación humana más importante mientras leo su historia.
“¿Lista?” Me preguntó mi papá con una sonrisa.
Lo miré y supe que estábamos compartiendo un momento que cambiaría nuestras vidas. Temblé levemente, asentí y dejé que me guiara a mi posición. Cuando sonaron los tubos del órgano y comenzó la marcha nupcial, papá me acompañó por el pasillo hasta donde estaba mi prometido.
Mi futuro esposo sonrió ampliamente y el amor irradiaba de sus ojos. Me hizo sentir hermosa, creada para este momento. Le devolví la mirada amorosa y no podía quitarle los ojos de encima. No podría imaginar un partido mejor para mí. Este hombre había cambiado mi vida y me había hecho feliz en muchos sentidos. Sabía que Dios nos había unido y que seríamos novios para siempre.
Han pasado casi cuarenta y un años y mi marido y yo estamos más enamorados que nunca. Pero no ha sido un camino fácil. Durante nuestra etapa más desafiante, me alejé de su amor. Sufrí las consecuencias de un trastorno de estrés postraumático (TEPT) y una enfermedad mental que no se trataron, lo cual resultó en un programa de tratamiento ambulatorio en un hospital psiquiátrico.
Pero incluso mientras sanaba y Dios restauraba mi vida, me preguntaba: ¿Lo he perdido?
La Sulamita (La Novia): Por las noches busqué en mi lecho al que ama mi alma; lo busqué, y no lo hallé. Y dije: Me levantaré ahora, y rodearé por la ciudad; por las calles y por las plazas buscaré al que ama mi alma; lo busqué, y no lo hallé. Me hallaron los guardas que rondan la ciudad, y les dije: ¿Habéis visto al que ama mi alma? Apenas hube pasado de ellos un poco, hallé luego al que ama mi alma; lo así y no lo dejé, hasta que lo metí en casa de mi madre, y en la cámara de la que me dio a luz (3:1-4).
Cuando nuestro Dios fiel reúne a dos personas, quiere que hagan todo lo posible para permanecer juntos. A mi esposo y a mí nos tomó años reparar el daño a nuestro matrimonio, pero a través de esta experiencia, nuestra devoción mutua se fortaleció. Y, si bien nuestros cuatro hijos experimentaron dolor y angustia durante esos años difíciles, estoy agradecida de que también hayan sido testigos de la obra redentora y restauradora de Dios. Observaron cómo su mamá y su papá se perdonaron mutuamente, aprendieron nuevas formas para comunicarse y comenzaron a amar como Cristo ordenó. Como bendición adicional, nuestro gran y misericordioso Dios nos trajo una relación más profunda con Él mientras obraba un milagro de sanidad en nuestro matrimonio y familia.
A medida que la vida continuaba, nos emocionamos cuando nuestras dos hijas se casaron. Sus bodas reflejaron sus distintas personalidades y nos recordaron cómo Dios creó a todos para ser únicos. Salomón hizo eco de esta verdad acerca de su novia. Podría fácilmente aplicar muchas de sus palabras a mis preciosas hijas el día de su boda.
El Amado (el Novio): Pero sin igual es mi paloma, mi perfecta, es la hija única de su madre, la preferida de la que la dio a luz. Las doncellas la vieron y la llamaron bienaventurada, también las reinas y las concubinas, y la alabaron, diciendo: “¿Quién es esta que se asoma como el alba, hermosa como la luna llena, refulgente como el sol, imponente como escuadrones abanderados?” (6:9, 10, NBLA).
En 2013, miré a mi hija menor a los ojos y le dije: “¿Estás lista?”.
Ella sonrió y asintió con ojos brillantes. Había conocido al joven que esperaba junto al predicador sólo ocho meses antes, pero no tenía dudas de que Dios los había unido.
Terminamos de arreglar su cabello y ajustamos el velo antes de que caminara por el pasillo con la música que su esposo escribió para la ocasión. Hoy tienen dos hermosos hijos, una hija y un hijo, que son criados en un hogar cristiano por padres dedicados a enseñarles la Palabra de Dios.
Al año siguiente, mi otra hija se casó. A diferencia de su menos paciente hermana, ella pasó un año entero planificando ese especial día. Consideró cuidadosamente cada detalle desde la cena de ensayo hasta la recepción. Mientras su papá y mi hija procedían solemnemente hacia el frente de la catedral, se me llenaron los ojos de lágrimas cuando ella le dijo: “Sí” a su alma gemela.
Hoy tienen dos hermosas hijas. Una vida de oración vibrante es una de sus fortalezas como pareja, y tenemos la bendición de ver prosperar sus matrimonios cristianos.
Es asombroso cómo Dios usa los acontecimientos cotidianos para revelar verdades acerca de Su reino. Un novio y una novia representan maravillosamente la relación prevista por Dios entre Jesús y Su iglesia. En su revelación, Juan escribe que vio “la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido” (Apocalipsis 21:2).
Será un hermoso día cuando la novia (la iglesia) se encuentre con su esposo (Jesús) por una eternidad en un cielo nuevo y una tierra nueva: “Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron” (v. 4).
Jesús regresará por Su novia. Los últimos versos de los Cantares de Salomón podrían representar las palabras de Jesús para nosotros y el sentido de urgencia que necesitamos mientras esperamos esa ocasión.
El Amado (el Novio): Oh, tú que habitas en los huertos, los compañeros escuchan tu voz; házmela oír.
La Sulamita (La Novia): Apresúrate, amado mío, y sé semejante al corzo, o al cervatillo, sobre las montañas de los aromas (Cantares 8:13, 14).
Hagamos eco del sentimiento de la novia: “Ven, Señor Jesús”.