Y las manos de Moisés se cansaban . . . y Aarón y Hur sostenían sus manos, el uno de un lado y el otro de otro; así hubo en sus manos firmeza hasta que se puso el sol (Éxodo 17:12).
Crecí en una granja donde el trabajo duro era la norma. El sol del verano nos hacia sudar, y el sudor atraía a las abejas. Los músculos se acalambraban y las tareas parecían interminables. Cuando necesitábamos un descanso, a menudo nos apoyábamos en la valla más cercana. Nos servía de apoyo mientras bebíamos agua fría, nos limpiábamos la cara y nos preguntábamos cuánto faltaba para la hora de salida. No siempre teníamos una valla para apoyarnos, pero seguro que nos ayudaba cuando la teníamos.
Al igual que esas vallas, los buenos amigos nos apoyan en los momentos difíciles. Podemos confiar en que siempre estarán ahí, firmes, constantes, seguros.
Eso es lo que Aarón y Hur hicieron por Moisés. Cuando Moisés se cansaba, le levantaban las manos, de modo que “sus manos estuvieron firmes hasta la puesta del sol”. Permanecieron con Moisés, sin vacilar, hasta que completó su tarea de asegurarse de que los israelitas salieran victoriosos.
Ejemplos como éste y de otros hombres y mujeres de la Biblia me impulsan a preguntar: “¿Permito que otros se apoyen en mí cuando se sienten débiles?”. Como familia de Dios, podemos preguntarnos: “¿Ofrecemos un lugar para que la gente recupere el aliento antes de seguir adelante? ¿Ofrecemos un momento de respiro cuando piensan que su tarea nunca terminará?”. Podemos decidir apoyarnos unos a otros cuando la vida se pone difícil.
Así como Aarón y Hur ayudaron a Moisés, y así como el Espíritu Santo hace por todos los que ponen su fe en Jesús, apoyémonos unos a otros cuando la vida se ponga difícil. Pablo lo puso de esta manera: “Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo” (Gálatas 6:2).
Que Dios nos ayude a ser recipientes de Su fuerza al extender nuestras manos para apoyarnos unos a otros.