El clima invernal me agrietaba las manos. Aunque usaba guantes y me ponía crema, mis manos seguían siendo ásperas. Un día, un problema cardíaco terminó en un viaje en ambulancia. Cuando un médico intentó insertar una aguja intravenosa, comentó: “¡Estás deshidratada! Eso podría haber desencadenado su problema cardíaco”.
Toda mi vida tomaba agua cada vez que tenía sed. Pero ese era el problema: rara vez tengo sed. Así que compré una botella de agua cubierta con capacidad para dos tazas y ahora tomo tres botellas de agua al día, además de lo que tomo en las comidas. Ha tomado mucha disciplina para seguir tomando agua, pero mantenerme saludable ha hecho que el esfuerzo valga la pena.
Incrementar el consumo de agua me trajo una agradable sorpresa: Mis manos rara vez se agrietan. El agua en el interior del cuerpo evidentemente beneficia el exterior.
Eso me recuerda los beneficios del agua viva que Cristo le ofreció a la mujer samaritana. Con demasiada frecuencia pensamos que podemos ser felices solo si ganamos un buen salario, si somos dueños de una casa bonita y si disfrutamos de unas vacaciones lujosas. Pero al igual que mis guantes y la crema de manos, esas son influencias externas. El verdadero contentamiento y felicidad provienen de una fuente interna: el agua viva que Cristo ofreció a la mujer en el pozo, registrada en el evangelio de Juan. Esa agua viva es el Espíritu Santo de Dios.
Con el Espíritu dentro de nosotros, encontramos contentamiento en una choza o en un hotel. Disfrutamos tanto una hamburguesa como un bistec. Agradecemos la gracia de Dios en cada momento del día.
Puede que las cosas no siempre salgan bien. Podríamos perder un trabajo, perder a un ser querido, perder nuestra salud. Pero sabemos que Cristo camina con nosotros y que Su Espíritu de gracia nos sostiene. Esa agua viva es tan vital para nuestra vida espiritual como el agua de la llave para nuestra vida física.
Agua física y espiritual
¿Sabías que el cuerpo está compuesto de un 60 por ciento de agua? Constantemente necesitamos reponer la que perdemos por medio de la transpiración y otras funciones corporales. El agua ayuda a regular nuestra temperatura corporal, elimina los desechos y lubrica las articulaciones. También ayuda a nuestro cerebro a funcionar, combate las enfermedades y mejora la circulación. Sin agua, no podríamos vivir por mucho tiempo.
De igual forma, necesitamos al Espíritu Santo para tener almas sanas. Jesús les dijo a los discípulos que era bueno que Él se fuera porque enviaría al Espíritu Santo. Jesús entonces estaría con Sus discípulos y Su Espíritu moraría en la vida de cada creyente a través de las edades.
Al reflexionar sobre esta verdad, me doy cuenta de cómo el Espíritu nutre fielmente cada área de mi vida espiritual, así como el agua nutre mi cuerpo.
El papel del Espíritu
Nos da seguridad de la salvación. “En Él también ustedes, después de escuchar el mensaje de la verdad, el evangelio de su salvación, y habiendo creído, fueron sellados en Él con el Espísiru Santo de la promesa, que nos es dado como garantía de nuestra herencia, con miras a la redención de la posesión adquirida de Dios, para alabanza de Su gloria” (Efesios 1:13, 14, NBLA).
Yo crecí en un hogar cristiano, leía las Escrituras y oraba regularmente. Criada en una granja, tenía un fuerte sentido de Dios a través de la naturaleza. Pero me preguntaba, si Jesús realmente era el Hijo de Dios, ¿por qué tuvo que sufrir y morir? Luego, después de ver las cruzadas cristianas por televisión cuando era una joven adulta, di un paso de fe y le dije a Dios que reconocía a Cristo como mi Salvador.
Ese paso trajo al Espíritu Santo, el Ayudador divino de Dios, a mi vida y me abrió los ojos. De repente, las Escrituras cobraron sentido. Dios es santo, y solo aquellos que son puros y perfectos pueden entrar a Su presencia. Necesitaba un Salvador perfecto que me representara ante el Padre y asegurara mi salvación.
Convence de pecado. “Por esto, yo también me esfuerzo por conservar siempre una conciencia irreprensible delante de Dios y delante de los hombres” (Hechos 24:16).
Me siento culpable cuando hablo de alguien o hago algo que entristece a Dios. El Espíritu quiere que mi vida honre a Dios.
Explica las Escrituras. “El Espíritu Santo . . . les enseñará todas las cosas, y les recordará todo lo que les he dicho” (Juan 14:26). Al leer las Escrituras, el Espíritu Santo me ayuda a comprender los pasajes y me recuerda que los lea en contexto. Por supuesto, el Espíritu también puede enseñarme a través de comentarios y libros de eruditos que han estudiado las Escrituras y las culturas de los tiempos bíblicos. Lo que me toca hacer es orar y tener discernimiento.
Guía en oración. “No sabemos qué pedir, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos que no pueden expresarse con palabras” (Romanos 8:26). El Espíritu ora a través de mí cuando me quedo sin palabras y abrumada por las preocupaciones de este mundo, o cuando simplemente no sé cómo orar por una situación difícil.
Conforta en la noche. “Y yo rogaré al Padre, y os dará otro consolador, para que esté con vosotros para siempre. (Juan 14:16, RVR- 1960). Cuando me entristezco o me preocupo por las circunstancias de la vida, el Espíritu me consuela por la noche al recordarme las Escrituras que he memorizado. Me tranquiliza mientras leo los salmos que me ayudan a expresar mis emociones.
Ayuda a dar fruto. “Más el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley” (Gálatas 5:22, 23). Cuando llamo a Dios, el Espíritu me prepara para mostrar mansedumbre y dominio propio cuando me falta paciencia y quiero criticar a mi esposo o mis hijos. El Espíritu me prepara para afrontar el día para que mi vida bendiga a los demás sirviéndoles frutos espirituales.
Guía al servir a Dios. “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28:19, 20).
Cuando mis hijos eran pequeños, el Espíritu me dió un empujoncito a liderar clubes bíblicos después de la escuela. A medida que maduraban, me desempeñé como directora de educación cristiana. Ahora que no puedo ser tan activa físicamente, escribo artículos inspiradores. El Espíritu siempre me ha llevado a servir para lo cual estoy preparada física, social y mentalmente.
Vida cambiada
Creo que la vida de la mujer samaritana cambió dramáticamente después de que Jesús se le reveló como el Mesías que ella buscaba. La mía también cambió.
Ella debió haber tomado Su afirmación en serio porque, dejando atrás su cántaro de agua, corrió de regreso a su pueblo para invitar a otros a conocer a ese Hombre especial. El cántaro de agua puede representar no solo su antiguo estilo de vida, sino también su vergüenza, culpa y rechazo. La mujer descubrió que Aquel que tenía más derecho a rechazarla era el que más la amaba. Ella bebió de esa agua viva e inmediatamente la compartió con los demás.
Beber agua me satisface físicamente y evita que mis manos se agrieten, y el agua viva que ofrece Cristo me satisface espiritualmente. El Espíritu de Dios le susurra a mi espíritu: “Tú eres Mi hija, Mi amada”.
Pídale a Dios que le dé sed de agua viva, y luego agradézcale por el fiel ministerio del Espíritu Santo que satisface su sed.