Siendo Conformados

FacebooktwitterredditpinterestlinkedinmailReading Time: 4 minutes

¿Recuerda su primer verso de memoria? Yo sí. Dorothy Keim me lo enseñó en una convención de la iglesia en 1973, cuando tenía siete años. Muchos amamos este verso: Romanos 8:28: “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados”.

He olvidado muchas cosas en los casi cincuenta años transcurridos desde ese entonces, pero no he olvidado ese verso o su mensaje de que Dios está cumpliendo Su propósito en aquellos que lo aman.

Pero, ¿cuál es ese propósito y cómo Dios lo está haciendo en nosotros? Permitamos que este popular capítulo responda ambas preguntas. Romanos 8 se trata de esa Transformación.

Cristo es el qué

Romanos 8:28 no solo nos dice que nos estamos convirtiendo, pero el verso 29 nos dice en qué nos estamos convirtiendo: “Porque a los que antes conoció [Dios], también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos”. ¡Qué propósito! Qué promesa de que seremos transformados a la semejanza de Jesucristo, quien es la imagen expresa de Dios el Padre (Hebreos 1:3).

Las palabras apenas pueden describir la maravilla de convertirnos en lo que Dios ha planeado para nosotros. Con manos vacías y rodillas débiles, solo puedo decir, ¡Sí! en fe, confiando en que El Alfa y Omega de nuestras vidas es también el Principio y el Fin de Romanos 8. El nombre de Jesús está en el primer y último verso. Y en esos versos vemos no solo en quién nos estamos convirtiendo sino también en quienes ya somos en Cristo: “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús . . . [Nada] nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (vv. 1, 39).

No estamos condenados porque somos amados. El amor de Dios se manifestó y la condenación se canceló cuando Dios “enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne . . . ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó” (vv. 3, 34). No estamos condenados, porque Cristo condenó nuestros pecados en Sí mismo. Él ha resucitado, y nosotros con Él. Este es el amor puro y la vida en la que nos estamos convirtiendo.

Mientras esperamos para ser conformados a Cristo y Su resurrección, no podemos olvidar quién es Jesús: la ofrenda por el pecado entregada por nosotros (vv. 3, 32). La línea de partida nos dirige a la meta. Anhelamos ser como Él mientras estamos anclados a lo que ha hecho.

El Espíritu es el cómo

Pero, ¿cómo es posible que lleguemos a ser como Él? Se necesita algo más grande que yo, mucho más grande: el mismo Espíritu de Dios. “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios” (v. 14). El Espíritu sigue de cerca a Jesús en Romanos 8:1. Los que no están condenados en Cristo son aquellos que caminan por el Espíritu.

Romanos 8 está saturado del Espíritu. Se le menciona diecinueve veces en treinta y nueve versos. La vida santificada que Dios tiene para nosotros es “según el Espíritu” (vv. 1, 4, 5). Al igual que la gloria Shekinah con Israel y el tabernáculo del desierto, el Espíritu no solo nos guía sino que también mora en nosotros. Este espíritu es vida. Y el Espíritu da vida a los que le siguen (vv. 9-11).

Romanos 8 nos dice a dónde nos lleva el Espíritu de Cristo, y lo que hemos dejado atrás. Al igual que el éxodo de Israel, el largo viaje para cambiar significa abandonar “la carne” y la “mente carnal”. Estos están en enemistad con Dios. Se rebelan contra la santa ley de Dios; no pueden agradar a Dios. Conocemos esa manera antigua, pero ya no caminamos de esa manera: “Tener una mente carnal es muerte” (vv. 4-8).

No estamos en la carne sino en el Espíritu. El Espíritu nos está alejando de la muerte y nos dirige   hacia la vida de resurrección y paz porque el Espíritu que levantó a Jesús de los muertos vive en nosotros. ¡Asombroso! Participamos con el Espíritu de Dios en esto al seguir Su dirección y al vencer la carne por el Espíritu: “si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis” (vv. 12, 13).

Por el Espíritu de Dios estamos derrotando a la carne y estamos viviendo Su justa ley (v. 4). “somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó” (v. 37).

Dios es el porqué

No sé usted, pero yo, no siempre me siento como un vencedor. La buena noticia es que el Espíritu está con nosotros en cada paso del camino. Cuando el camino es demasiado difícil de caminar, clamamos “Abba, Padre”, y el Espíritu mismo da testimonio de que somos hijos de Dios y herederos de todas Sus promesas en Cristo (vv. 14-17).

En nuestra debilidad, al gemir junto con la creación caída, sin siquiera poder hablar y teniendo solo un poco más que esperanza, aún ahí el Espíritu está presente e intercede por nosotros (vv. 18-27).

El camino para cambiar no siempre es fácil. A menudo está marcado por trabajos y dolores de parto. Pero por el Espíritu, con ansia y paciencia esperamos la liberación que vendrá: “Las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros habrá de manifestarse” (v. 18).

¡Alabado sea el Señor! A esa gloria y glorificación es a la que Dios nos ha destinado a través de Su Hijo y de Su Espíritu (v. 29). Dios es la razón por la cual estamos, y el camino hacia dónde nos dirigimos. Cuando lleguemos, Él estará esperando.

Así que no se desanime en el camino. Nada puede separarnos del amor de Dios. Y si algo intenta hacerlo, recuerde: “Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?” (v. 31).

Lo aprendí a los siete años. Por Su obra, seremos todo lo que Él había deseado que fuéramos.

Jason Overman
Latest posts by Jason Overman (see all)
Facebooktwitterredditpinterestlinkedinmail

Jason Overman is Editor of Publications of the Bible Advocate Press. After 24 years in the publishing industry (in sales and management) with the Harrison Daily Times, Jason left his general manager’s position to join the BAP family in 2015. He has served in ministry for 30 years and currently pastors the Church of God (Seventh Day) in Jasper, Arkansas, with his wife, Stephanie, and two children, Tabitha and Isaac. Jason enjoys spending time with family and friends, traveling, reading theology, playing his guitar, and taking in the beautiful Ozark Mountains he calls home.