Ríos en Lugares Desolados

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A veces me encuentro mirando una vieja foto de mi madre abrazándome cuando era un bebé. Una sonrisa orgullosa y feliz se extiende por su rostro mientras me sostiene fuertemente sobre su cadera. Me veo contento, como si supiera que estoy feliz y cómodo en los brazos de mi madre. Al mirar esa foto, tengo la impresión de que nos fascinaba estar juntos, que podríamos haber sido inseparables.

La realidad de esa imagen es tan distante de la relación que tengo hoy con mi madre. Hay muchas cosas que se interponen en nuestro camino. Demasiadas palabras hirientes, demasiadas promesas rotas, y muchas líneas dibujadas en la arena.

El resultado es un alejamiento funcional. En lugar de un abrazo inseparable, mantengo una distancia aprendida.

He pasado veintiún años en este patrón: evitar, descuidar, ignorar. He estado haciendo esto durante tanto tiempo, y mi mente está tan arraigada a eso que no puedo ver otra realidad para nuestra relación. Estar alejado de mi madre se ha vuelto normal.

Algo nuevo

“¡Voy a hacer algo nuevo! Ya está sucediendo, ¿no se dan cuenta? Estoy abriendo un camino en el desierto, y ríos en lugares desolados” (Isaías 43:19).

Israel entendía sobre el alejamiento. Alguna vez esta nación había sido un reino con su propia tierra, sus propios sistemas, su propia libertad. Pero cuando Isaías hace esta declaración, ahora es una nación caracterizada por el vacío, la corrupción, la infertilidad, la esclavitud y la muerte. Esta es una nación separada de su reino, una nación en el exilio. En esta realidad desesperada, Dios promete la reconciliación: “No temas, que yo te he redimido; te he llamado por tu nombre; tú eres mío” (v. 1).

Dios llama a Su pueblo, implorándoles que olviden las cosas pasadas, que olviden todas las cosas que estorban en el camino entre Él y Su pueblo. Todas esas cosas, el pasado, las acciones, las palabras, los momentos perdidos, las peleas, el abandono, el dolor, se convierten en una barrera que parece imposible de derribar. El alejamiento es la única realidad que se puede percibir. Aún con esa mentalidad, Dios proclama: “¡Ves, estoy haciendo algo nuevo!”

Dios es bueno para hacer realidades inconcebibles en concebibles. Las Escrituras revelan a un Dios que saca un cosmos del caos, que saca a una nación de esclavos a la libertad. Incluso se hace a Sí mismo, la Palabra que estaba al principio, concebible al convertirse en la Palabra encarnada: Jesucristo. “¡Ves, estoy haciendo algo nuevo!” Para Dios, entrar en este mundo como carne es algo inconcebible, sin embargo, proclamamos esto como una realidad. Dios se encarnó.

Como Dios encarnado, Jesús es la manifestación real del deseo de Dios de reconciliarse con la humanidad. Jesús es el ministerio de la reconciliación. Jesús es lo nuevo que surgió, lo que una vez fue inconcebible. Jesús es el camino en el desierto, el arroyo en tierra desolada.

A través de Jesús, Dios nos muestra que cualquier tipo de reconciliación requiere que surjan cosas nuevas de realidades que nos parecen demasiado imposibles de cambiar. Para reconciliar, o ser reconciliado, requiere que nos convirtamos en algo nuevo.

Viviendo en plenitud

“Yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia” (Juan 10:10).

Por lo tanto, si alguno está en Cristo, es una nueva creación. ¡Lo viejo ha pasado, ha llegado ya lo nuevo! (2 Corintios 5:17).

Durante veintiuno de mis treinta y nueve años, he justificado mis acciones hacia mi madre al creer que estoy protegiendo a mi familia y a mí de un dolor inexorable si le permito que entre a nuestras vidas. Lucho por amarla. Me he permitido creer que mi capacidad de amarla y la capacidad de Dios de crear una nueva relación entre nosotros es limitada. En pocas palabras, he permitido que el pecado gobierne esa parte de mi vida. Al establecer y reforzar los límites de la capacidad de Dios para ayudarme a amar, perdonar, imaginar y vivir una forma de vida diferente, me he sometido a vivir con mis debilidades las cuales limitan la vida.

Como he llegado a ver el pecado como una creencia equivocada en mis límites, estoy llegando a comprender que elegir el distanciamiento es mi lucha con la fe. ¿Creo que Dios se encarnó? ¿Creo que Dios resucitó a Cristo de la tumba? ¿Creo que el Espíritu Santo puede llevarme a ser alguien nuevo que pueda encontrar una forma de amar?

Si mi pecado es creer en mis límites, entonces el camino a seguir es elegir creer que Dios puede y me está haciendo alguien nuevo. Es posible que no pueda concebir la nueva persona en la que me convertiré, o concebir una nueva relación o las nuevas formas de vida que debo aprender. Pero si creo que Dios se encarnó, que resucitó a Jesús de la muerte y que Su Espíritu está conmigo, elegiré la libertad de mis debilidades que limitan la vida. Elegiré vivir como Cristo quería que viviera, al máximo.

Esta podría ser la razón por la cual Pablo dice: “si alguno está en Cristo, es una nueva creación. ¡Lo viejo ha pasado, ha llegado ya lo nuevo!” Cuando elegimos caminar en Su camino, para dirigirnos fielmente a lugares desolados sabiendo que en el viaje encontraremos arroyos, nos convertiremos en nuevas creaciones por el mismo poder que resucitó a Jesús de una tumba.

Transformación

No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente (Romanos 12:2).

Para creer que Dios puede, y que me está haciendo nuevo, tengo que estar dispuesto a caminar.

Este acto de convertirse en algo nuevo nos sumerge en el misterio. Es un proceso que requiere una apertura a nuevas formas de vida. Nuestras relaciones rotas, cuando se reconcilien, serán diferentes. No seremos las personas que somos en este momento, reforzando la ruptura, cuando estamos reforzando la reconciliación. En Cristo, nos convertimos en algo nuevo cada vez que nos movemos fielmente hacia Él, con Él, a Su manera.

Este movimiento hacia Cristo se parece a la exhortación de Pablo a “ser transformados por la renovación” de nuestras mentes. En mi relación rota con mi madre, no puedo ver lo nuevo: un río en tierra desolada. A pesar de esto, Dios proclama que ya está aquí. Mi nuevo yo, el yo que puede amar y vivir en una nueva relación, ya está surgiendo. Si elijo pensar así, entonces mis acciones y actitudes se alinearán con esa creencia.

Si elijo renovar mi mente volviéndome hacia la verdad de que Dios puede, y está haciendo todas las cosas nuevas, entonces me veré comprometiéndome con nuevas actitudes y acciones hacia mi madre. Con esta mentalidad que ve mi capacidad de amar como ilimitada, a la luz del amor incondicional de Cristo, entonces puedo ver mis nuevas actitudes hacia ella: paciencia y amabilidad. Mis acciones seguirán. En lugar de evitarlo, entablaré, incluso iniciaré, nuestras conversaciones levantando el teléfono o respondiendo a sus mensajes de texto. En lugar de enojarme, consideraré su perspectiva, sus razones, palabras y acciones, y cultivaré una postura humilde hacia ella. En lugar de negligencia, la invitaré a mi vida a celebrar con mi familia. En lugar de acomodar mi propio interés buscando evitar lo que llamo dolor, constantemente me recordaré a mí mismo el comprometerme a acciones que harán crecer nuestra relación.

Esta relación se verá diferente de la que veo en la foto. La que extraño. Quizá nunca volvamos a estar así: contentos, cómodos, inseparables. Pero estoy empezando a ver que podríamos empezar algo nuevo.

Buscando ríos

¿Cuáles son los lugares en nuestras vidas que parecen imposibles de renovar? ¿Qué relaciones parecen irreconciliables? ¿Qué tierras desoladas necesitan ríos?

Debido a que Dios se encarnó, a que resucitó a Jesús de la tumba, a que Su Espíritu está con nosotros, puede llevarnos a ser un pueblo nuevo que siga la forma de vida de Jesús. Podemos reconciliarnos con los demás, a pesar de las barreras aparentemente imposibles. Nunca podemos dejar de buscar lo nuevo, el camino en nuestro desierto, los ríos en nuestras tierras desoladas.

Espero que sepa que Jesús es lo nuevo que Dios ha hecho. Sepa que Dios lo está haciendo nuevo mientras camina hacia Él, con Él.

Que el Espíritu Santo le guíe mientras se convierte en algo nuevo.

Michael R. Flores
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Michael R. Flores, his wife, Victoria, and three children - Kennedy, Ezra, and Maria - live in San Antonio, TX, and love to spend time in nature. As for work, Michael is passionate about ensuring that educational systems are equitable for all students, and that these systems function to empower individuals and communities to effect positive change. He loves conversation, so if you ever want to dialogue, he encourages you to find ways to get in contact. The Flores family fellowships with the Church of God (Seventh Day) community at Willard Street.