Manso – Como Caballo de Guerra

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Mansedumbre y caballo de guerra parecen ser términos muy contradictorios. Los caballos de guerra son intrépidos, listos para pelear en la batalla, mientras que la mansedumbre a menudo se equipara con cobardía, timidez y debilidad. De hecho, Merriam-Webster define manso como “deficiente en espíritu y coraje, no violento ni fuerte”. Enumera sinónimos como humilde, modesto, reservado, y sin pretensiones.

Y, sin embargo, estos ejemplos bíblicos parecen contradecir tal definición:

  • Los mansos heredarán la tierra (Mateo 5:5), ¿porque son débiles? No lo creo.
  • A los cristianos se les dice que sean mansos (Efesios 4:2; Colosenses 3:12; 1 Timoteo 6:11). Pero, ¿se espera que seamos cobardes?
  • Dos personas en la Biblia son descritas como mansas: Moisés (Números 12:3) y Jesús (Mateo 11:29; 21:5). Vivir sus vidas requirió un gran valor, enfrentando graves peligros y dolor tanto físico como emocional. Así que tal vez la palabra manso signifique algo más.

Definición bíblica

Considere el significado original y el uso de la palabra manso. La Concordancia de Strong enumera la palabra griega como praus. Según algunas fuentes, esta palabra se asoció con el acto de domar a los caballos. Los sementales salvajes eran capturados en las montañas y los llevaban para ser domados y entrenados para una variedad de usos. Era imperativo que los caballos conservaran su espíritu, coraje y poder. Pero sin disciplina y obediencia total, esas cualidades eran inútiles.

De hecho, los mejores caballos estaban reservados para la guerra, donde su coraje para correr hacia la batalla era esencial. Un caballo de guerra que no respondía inmediatamente a una orden era de poco valor y en realidad ponía en peligro a su jinete. Estos caballos de guerra ejemplificaron un gran poder bajo control.

Tomados desde un punto de total desenfreno o rebelión, esos animales eran transformados en herramientas fuertes pero obedientes. Ejemplificaban la verdadera mansedumbre y habían sido transformados de la obstinación desenfrenada al coraje y la sumisión en situaciones de peligro extremo.

La mansedumbre del Antiguo Testamento

Moisés mostró mucho valor, aunque un poco a regañadientes, cuando Dios le encargó que fuera a ver a Faraón. Es difícil imaginar regresar repetidamente a la corte del hombre más poderoso de la tierra y exigir la liberación de miles de esclavos. Cada vez que comparecía ante Faraón era después de la última plaga devastadora que Dios había lanzado sobre la tierra.

Después de la liberación de los israelitas, los problemas no terminaron. Mientras se enfrentaba al Mar Rojo por delante y al ejército de Faraón por detrás, Moisés mostró el mismo poder controlado, instruyendo a los israelitas: “No temáis; estad firmes, y ved la salvación que Jehová hará hoy con vosotros . . . Jehová peleará por vosotros, y vosotros estaréis tranquilos” (Éxodo 14:13, 14).

Note la confianza en esas palabras: “ved la salvación de Jehová” y “Jehová hará hoy con vosotros” (énfasis mío). No había duda, ninguna vacilación en esas palabras.

Otro ejemplo de la fuerza tranquila de Moisés fue cuando el Señor amenazó con destruir a Su pueblo en el Monte Sinaí. Disgustado por la rapidez con la que se habían vuelto del único Dios verdadero a un becerro de oro, con ira Dios declaró que deseaba destruirlos y convertir a Moisés en una gran nación. En lugar de pensar en sí mismo, Moisés le rogó a Dios que lo reconsiderara, y así lo hizo (32:9-14).

La mansedumbre del Nuevo Testamento

Avancemos unos cuantos miles de años hasta otro Hombre que enfrentó un peligro extremo con valentía y siguió la dirección de Dios. Jesús enfrentó repetidamente a los fariseos. Constantemente lo reprendian, se burlaban y lo condenaron, criticaban cada uno de Sus movimientos y finalmente se aseguraron de que fuera golpeado y crucificado. Jesús nunca dejó de señalar sus faltas, Él los enfrontó en muchas ocasiones con una fuerza tranquila. Me llaman la atención tres escenas:

  • Jesús expulsando a los cambistas del templo con un látigo de cuerdas (Juan 2:13-16).
  • Jesús diciéndoles a los fariseos, “Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer” (8:44). Y antes en el Evangelio de Juan: “¿No os dio Moisés la ley, y ninguno de vosotros cumple la ley? ¿Por qué procuráis matarme?” (7:19). Esto debió haber tocado un nervio en los fariseos, considerando la alta estima en que se tenían a sí mismos.
  • La obediencia de Jesús hasta la muerte: “Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:42). Al igual que Moisés, Jesús no retrocedió cuando se enfrentó al peligro. Enfrentó con calma las burlas de los fariseos y de las multitudes, continuó realizando la misión para la cual Su Padre lo había enviado a la tierra y enfrentó la terrible muerte que sabía que se avecinaba.

En tales situaciones, la respuesta natural es defendernos, explicar cómo hemos sido maltratados o incomprendidos, luchar, al menos verbalmente, con quienes se nos oponen. Con demasiada frecuencia, esos argumentos suben de tono o se vuelven acalorados, definitivamente sin mostrar un control apacible.

La calma es fuerza. Cuanto más ruidosamente nos defendamos o tratemos de controlar una situación, menos control ejemplificaremos. La aparición de Cristo ante los principales sacerdotes y el concilio no habría sido tan efectiva si Él hubiera proclamado a gritos Su inocencia. Sus respuestas tranquilas demostraron quién estaba realmente a cargo.

Tranquilo y valiente

Para vivir como testigos cristianos efectivos, necesitamos aprender la verdadera mansedumbre: permitir que el Espíritu Santo controle nuestras lenguas y nuestras acciones, para pensar no en quiénes somos sino de Quién somos. Necesitamos ser como los caballos de guerra, listos para pelear en la batalla, no relinchando ni sacudiendo la cabeza sin control, sino enfocándonos en nuestro Maestro. Debemos aprender a someter nuestra voluntad con mansedumbre a la Suya y aprovechar Su fuerza, en lugar de tratar de hacerlo por nuestra cuenta.

Esa total obediencia no llega fácilmente. De hecho, requerimos que Su Espíritu guíe nuestras vidas. Pero es esencial si queremos comprometernos totalmente a Cristo.

Marcia Sanders
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Marcia Sanders is the mother of three: Matthew, Adam, and April (Brann), and she is "nana" to Ava and Jonah Brann. Since she retired from her career in education, Marcia and Randy have enjoyed spending time with their children and grandchildren, as well as camping, hiking, motorcycling, kayaking, and traveling.