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Herido

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La vida está llena de buenas y malas experiencias. Las buenas no nos afectan tanto como las malas. A menudo, las malas experiencias nos dejan heridas causadas ​​por la pérdida de un ser querido, el abuso físico, la enfermedad y la injusticia. Muchas veces estas heridas no cicatrizan; permanecen abiertas durante mucho tiempo.

A veces nos sentimos como Jenny en la película Forrest Gump. Ella es amiga de Forrest y su padre ha estado abusando sexualmente de ella. Después de que él es arrestado, Jenny se va a vivir con otra persona, pero sus luchas con lo que su padre le había hecho solo habían comenzado. De hecho, pasa el resto de su vida tratando de recuperarse del daño que le había causado.

Años después, Jenny regresa al pequeño pueblo donde había crecido para visitar a Forrest. Ambos, ahora de treinta años, caminan cerca de la casa donde ella había vivido. Al ver la casa, Jenny inmediatamente se ve inundada por dolorosos recuerdos del abuso, recuerdos que han existido durante mucho tiempo. Ella comienza a llorar de dolor y enojo y arroja sus zapatos a la casa. Luego avienta piedras. Cuando se queda sin piedras, cae al suelo, llorando.

Reflexionando sobre lo que acababa de suceder, Forrest dice: “Supongo que a veces no hay suficientes piedras”.

Un Salvador Sufriente

La Biblia habla del sufrimiento que Jesucristo experimentó en la tierra, pero no arremetió con dolor e ira como lo hizo Jenny. Mateo 20:17-19 describe Su última parada en Jerusalén y también algunos de los eventos que tendrían lugar allí en un futuro cercano. Jerusalén era el centro del judaísmo en ese momento y el símbolo de un pueblo dominado por el Imperio Romano. Era el destino final de Jesús donde sería traicionado, condenado a muerte y crucificado. El lugar donde los discípulos lo abandonarían y Pedro lo negaría.

Jesús fue crucificado, tal como lo predijo. Pero Su muerte no fue el final. Dios había preparado algo que trascendería la historia humana: la resurrección del cuerpo crucificado de Cristo. A pesar de este milagro de nueva vida, Jesús cargó con las cicatrices de Sus heridas. De hecho, terminaron convirtiéndose en las señales que lo identifican (Juan 20:20-29). Sus cicatrices son permanentes.

Esta verdad es significativa para nosotros. La Resurrección no despoja a Jesús de Su condición humana exterior. Proporciona continuidad entre el pasado y el presente. Jesús continúa uniéndose a cada uno de nosotros en nuestro sufrimiento.

Jesús tenía la opción de descender de la cruz, pero no lo hizo. Él prefirió estar con nosotros. Aunque regresó al cielo, lleva nuestras heridas causadas por la enfermedad y la injusticia. De esa manera, Él nos consuela y nos sana de lo que nos ha causado daño.

Daño Interior

En otra escena de Forrest Gump, Jenny, de cinco años, huye de su padre borracho y le pide a Dios que la convierta en un pájaro para poder volar lejos de allí. Nosotros también podemos ser así, con el dolor y la ira dañando nuestros corazones. A veces, una voz enojada dentro de nosotros grita: ¡Dios, esto no es justo! No está bien. ¿Qué hice para merecer esto?

Algunas heridas son emocionales, psicológicas y físicas, y a menudo nada puede curarlas; sólo Dios puede. A veces vivimos con resentimiento hacia Dios porque desearíamos haber nacido en un lugar diferente o en una familia diferente, con mejores oportunidades de educación o trabajo.

La mayoría de nosotros llevamos heridas que experimentamos a lo largo de la vida, y tenemos las cicatrices de un cuerpo que logró sanar. Estas pueden verse de dos maneras: podemos revivir el dolor, el miedo o la ira que nos causaron y caer en la amargura, o podemos mirar más allá de ellas y agradecer que fuimos rescatados de cualquier amenaza inminente.

Mientras estaba en la cruz, Jesús enfrentó el abandono del Padre. “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mateo 27:45, 46), Jesús clamó, no solo por Sí mismo, sino también por nosotros. A través de ese grito, Jesús expresó a Dios nuestro dolor, sufrimiento por la injusticia, la soledad, la discriminación, la enfermedad y el miedo a la muerte.

Sobrevivientes

Viktor Frankl, un psiquiatra judío, fue capturado por los nazis y llevado a Auschwitz. En su libro El Hombre en Busca de Sentido (Man’s Search for Meaning) cuenta cómo sus padres y su esposa murieron en diferentes campos de concentración. Él experimentó hambre, frío y maltrato físico y psicológico. Los campos de concentración estaban rodeados de cercas eléctricas y, en varias ocasiones, Frankl tuvo ganas de suicidarse. Pero en algún momento se dio cuenta de su propósito en el mundo, y al final sobrevivió, gracias a que Dios estaba con él.

No importa cuán grande sea nuestro sufrimiento, no tenemos que enfrentarlo solos. La gracia y el amor de Dios han estado con nosotros todo el tiempo. Como prueba de ello, aquí estamos, tal vez enfermos, sin trabajo y en duelo, pero Dios está presente en nuestras vidas.

Dios sabe que cada uno de nosotros está experimentando ese viaje de pasar por nuestra propia Jerusalén. Tal vez esté lidiando con la soledad, la falta de trabajo, la enfermedad o el divorcio. Quizá por impotencia está clamando: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”

Todos podemos sentirnos así. En una ocasión, un hermano de la iglesia que había sufrido con su familia los efectos del virus, dijo: “Somos sobrevivientes de COVID-19”. Todos somos sobrevivientes de todas las heridas causadas por diferentes circunstancias de la vida.

Es cierto lo que dijo Forrest Gump: A veces simplemente no hay suficientes piedras. Pero no las necesitamos. Somos sobrevivientes victoriosos por la gracia de Dios a través del Cristo crucificado y resucitado.

Raul Cruz
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Raul Cruz, born in Mexico, works for a company that provides computer maintenance. He and his wife, Claudia, have two daughters, Britania and Abigail. Raul and Claudia were baptized in 1999 in Danbury, CT. In 2001, he began self-study in theology, and in 2009-2011 he studied at the Latin American Faculty of Theological Studies (FLET) in the US. While continuing his training online, Raul serves the CoG7 in Ossining, NY.