Para muchos ateos y agnósticos, la idea de un Dios que fomenta o demanda alabanza y adoración (Éxodo 8:1, etc.) sugiere a un ser egoísta y egocéntrico. Suponen que la voluntad divina para la adoración es igual a las necesidades de los seres humanos, cuyo ego no recibe suficiente atención y refuerzo.
Pero la incapacidad de entender las necesidades de adoración de Dios se basa en la falacia de que Dios actúa en forma humana, por razones humanas. Una persona que busca constantemente la alabanza es egoísta, por decir lo menos, pero ese no es el carácter o la personalidad de Dios. Cuando miramos debajo de la superficie de lo que pudiera parecer, nos encontramos con que Dios busca principalmente nuestra alabanza no por Su bien, sino por el nuestro.
Verbalizando lo que amamos
En sus escritos, C. S. Lewis frecuentemente señalaba que Dios inició el ciclo de alabanza y adoración porque los seres humanos necesitan alabar las cosas que aman para poder apreciarlas y disfrutarlas plenamente. ¿Alguna vez ha caminado a lo largo de una hermosa playa o ha visto un increíble atardecer y ha deseado que alguien estuviere allí para poder hablar de esa experiencia? Las personas enamoradas no solo se miran la una a la otra; verbalizan cómo se sienten el uno con el otro a través de elogios.
Lewis tocó una verdad importante al escribir que nuestra felicidad con respecto a lo que nos gusta o amamos se completa al elogiarla. Esta correlación entre alabanza y felicidad es evidente en muchos de los salmos. Por ejemplo: “Por lo que se gozó mi corazón, Y con mi cántico le alabaré” (Salmo 28:7), y en otras partes de la Biblia, incluso en la vida de Jesús: “En aquella misma hora Jesús se regocijó en el Espíritu, y dijo: Yo te alabo, oh Padre, Señor del cielo y de la tierra . . .” (Lucas 10:21). ¡Es natural elogiar lo que nos trae felicidad y lo que amamos!
La alabanza muestra nuestra necesidad
Muchos de nosotros crecimos aprendiendo el valor de la autosuficiencia, y no es algo malo si se mantiene en equilibrio. Pero hay cosas en la vida en las que no podemos ser autosuficientes. La fe cristiana, por su propia naturaleza, exige que veamos nuestra necesidad de Dios, de Su perdón y justicia.
La Biblia muestra que no podemos fabricar estas cosas por nosotros mismos, y en la adoración continua a Dios se nos recuerda continuamente nuestra necesidad de Él.
En A Circle of Quiet (Un Círculo de Silencio) Madeleine L’Engle escribió, “Uno no puede ser humilde y consciente de sí mismo al mismo tiempo.” Al alejar nuestro enfoque de nosotros mismos y acercarnos a Dios en alabanza y adoración, encontramos esa perspectiva más amplia. Tal como el rey David escribió: “Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, La luna y las estrellas que tú formaste, digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, Y el hijo del hombre, para que lo visites?” (Salmos 8:3, 4). A través de la adoración llena de alabanza obtenemos la perspectiva que necesitamos.
La adoración ayuda a la obediencia
Otro aspecto de la adoración es que nos ayuda a dedicarnos a los propósitos de Dios. Al adorar la naturaleza y el carácter de Dios, se nos recuerda las cualidades que estamos llamados a imitar, en la medida de lo posible, en nuestras propias vidas (Salmo 119:15). Siempre debemos recordar un aspecto importante de este hecho. A pesar de lo que algunos puedan pensar, la pregunta que todos terminamos respondiendo en la vida no es “¿Adoraré?” Sino “¿Qué adoraré?”
Todo mundo eleva algo hasta cierto grado, y es sólo una cuestión de qué o a quién, debemos elevar en nuestras vidas. Quienes no adoran a Dios eventualmente adoran cosas de su propia elección. La historia ha demostrado que esto conduce inevitablemente a que los humanos se lastimen a sí mismos, y a otros, en el proceso.
Esa es la razón por la que el escritor del libro de Crónicas afirma, “Porque grande es Jehová, y digno de suprema alabanza, Y de ser temido sobre todos los dioses” (1 Crónicas 16:25). Cuando nos damos cuenta de la verdad de esto, vemos que la adoración y alabanza a Dios nos protege de adorar algo que pueda llegar a dañarnos o incluso a destruirnos.
La alabanza como gratitud
Cuando alguien nos ayuda o hace algo por nosotros, a menudo no sólo utilizamos la expresión “Gracias.” Queremos ir más allá y decir algo así como “¡Estoy en deuda contigo!” o “¡Muy amable de tu parte!” — reconociendo la ayuda e incluso directamente alabando a la persona que nos ayudó. Esa es la reacción natural de nuestro sincero agradecimiento.
No es de extrañar, entonces, que nos encontremos con individuos a lo largo de la Biblia que reconocían lo que Dios había hecho por ellos y alabando como parte de su acción de gracias. Vea estos dos ejemplos de David y Salomón: ¡Bendito sea Jehová! . . . que habló a David mi padre lo que con su mano ha cumplido . . .“ (1 Reyes 8:15). “Ahora pues, Dios nuestro, nosotros alabamos y loamos tu glorioso nombre” (1 Crónicas 29:13). La alabanza es una parte natural de la acción de agradecimiento sincero, y cuanto más agradecidos nos sentimos, más natural es la alabanza.
Deseo de adoración
En todas estas formas, y algunas otras, la adoración verdadera no tiene nada que ver con la “adoración” negativa imaginaria prevista por los ateos y algunos otros. Quienes mantienen una relación significativa con Dios pueden haber comenzado a adorarlo, en algunos casos, porque vieron las instrucciones de Dios para hacerlo, pero ellos invariablemente han continuado porque quieren hacerlo. Ya sea que “tuvieran que hacerlo” o no, se dieron cuenta de lo que la adoración les abonaba a sus vidas.
Lo que los críticos de la religión no entienden es que no es Dios quien necesita nuestra adoración y alabanza, sino nosotros que necesitamos adorarle y alabarle.