por Stephen R. Clark
Puede ser divertido estar cerca de una fogata, pero el olor a humo que se mete en la ropa y el cabello puede ser realmente desagradable. Tampoco se puede evitar. Cuando te acercas a cualquier tipo de fuego, vas a oler mal.
Es lo mismo que cuando nos encontramos en un punto crítico de la vida y nos quemamos, ya sabes, esos momentos difíciles que generan reacciones fuertes y siempre alguien sale lastimado. Puede ser una discusión seria, un amargo malentendido, un despido de un trabajo, un divorcio o mil situaciones más. No importa si nosotros u otra persona lo provocó. Los ánimos o las emociones se encienden, la humildad se endurece hasta convertirse en arrogancia y el humo del evento apesta nuestros corazones y nuestra memoria.
Para algunos, el humo nunca se disipa. ¿Alguna vez has conocido a alguien que podría hablar solamente de todas las formas en que la vida lo ha lastimado y tratado mal? Algunas personas catalogan y relatan todos los males que han experimentado. Otras han experimentado una situación en que las heridas les ha dejado un hueco en el alma. En ambos casos, la falta de perdón y sanación provoca un hedor tan desagradable como el humo rancio. No es agradable estar cerca.
Protección contra el fuego
En la conocida historia de Sadrac, Mesac y Abednego (Daniel 3), estos tres hombres se encontraron en una situación sumamente difícil que los puso en medio de un horno de fuego literal. De hecho, el horno en el que fueron arrojados estaba tan caliente, ¡que los hombres que los arrojaron murieron por el calor! Esa sí que fue una situación muy ardiente.
Pero los jóvenes hebreos mantuvieron la calma y salieron ilesos. Aquellos que estaban presentes vieron cómo “el fuego no había tenido poder alguno sobre sus cuerpos, ni aun el cabello de sus cabezas se había quemado; sus ropas estaban intactas, y ni siquiera olor de fuego tenían” (v. 27).
¿Puedes creerlo? Sadrac, Mesac y Abednego se pusieron de parte de Dios y aceptaron las consecuencias de sus acciones, mientras confiaban plenamente en que el Señor los cuidaría. Y lo hizo. Pero ¿por qué no había olor a humo en ellos? Porque no guardaban rencor contra el rey y los otros que los habían arrojado al horno.
Opciones
La vida duele porque la gente es pecadora. Te harán cosas que te ofenderán, te lastimarán y te causarán un dolor sin sentido. Y tú harás cosas que lastimarán a los demás. El dolor no se puede evitar; incluso los cristianos sufren. Pablo afirma esta verdad en Filipenses 1:29: “Porque a vosotros os es concedido a causa de Cristo, no solo que creáis en él, sino también que padezcáis por él”.
Cuando la vida y los demás inevitablemente te lastiman, solo tienes dos opciones: el perdón o la amargura. En otras palabras, puedes ser libre del olor del humo o apestar. Así como fumar cigarrillos conduce al cáncer y otras enfermedades, guardar rencor, buscar venganza o negar el perdón conduce a la amargura. Y la amargura contaminará cada parte de tu vida. También será ofensiva para quienes te rodean, ya que a nadie le gusta estar cerca de una persona que huele mal.
Para estar físicamente sano, uno evita fumar. Ser espiritualmente sano significa estar libre de humo en tu corazón y alma.
Efesios 4:31, 32 dice: “Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo”.
El perdón huele como la fragancia que desprende una lluvia primaveral purificadora. La sanación del alma comienza cuando dejamos ir las heridas. Es un acto de gran humildad.
Despejando el humo
¿Cómo hueles? ¿Hay humo en tu vida? ¿Llevas el rencor como una insignia de honor? Si es así, no eres un mártir, sino un esclavo de lo que sea o de quien sea que te haya hecho daño. En Hechos, Pedro dijo a Simón el hechicero: “porque en hiel de amargura y en prisión de maldad veo que estás” (8:23). Puesto que el pecado conduce a la muerte, no vale la pena aferrarse a la amargura. Todos tenemos que pasar por el fuego de vez en cuando. Así es la vida. Pero que te quemes no significa que tengas que seguir sufriendo. Perdona humildemente y sé humildemente perdonado. Deja que Dios limpie todo rastro de humo. Te sentirás mejor y serás más fuerte para la inevitable próxima vez que la vida se ponga difícil.
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