Mis amigas y yo cantábamos una canción popular en el radio del auto, riéndonos y moviéndonos en el asiento trasero. La cadera izquierda de Catherine presionaba mi cadera derecha y mi hombro izquierdo golpeaba el lado del auto cada vez que bajaba el ritmo.
Cuando salimos de la autopista en dirección a la iglesia, mi mirada se fijó en un hombre con una sudadera holgada y unos pantalones desgastados. Llevaba un cartel que decía Tengo Hambre. Cualquier cosa ayuda.
El semáforo se puso en rojo y el carro se detuvo. ¿Le doy algo de dinero? Tenía varios billetes en la cartera.
Y no me faltaban fondos.
Mientras la canción continuaba, Catherine me dio un codazo y sonrió. Le devolví la sonrisa, pero ya no tenía ganas de divertirme.
Me volví hacia la ventana, no para mirar al hombre, sino para apartar la vista de mis amigos. Siempre me había considerado generosa. ¿Por qué me costaba tanto bajar la ventanilla y darle unos dólares a aquel hombre?
El semáforo se puso en verde. Nos alejamos del cruce y de mi oportunidad de practicar la generosidad.
Mis amigos siguieron cantando mientras entrábamos al estacionamiento. Cuando salimos del carro y entramos a la iglesia, ya podía oir la guitarra y el teclado. Pero aún no estaba preparada para cantar. No me sentía como una hija de Dios. No sentía que le estuviera sirviendo. Y si no le estaba sirviendo, probablemente no le estaba obedeciendo, amando o permaneciendo en Él. Pero supuse que, de todos modos, debía aguantarme el vacío en el estómago y alzar mi voz y mis manos hacia Él.
¿Qué otra cosa podía hacer?
Pablo declara que todo el que está en Cristo es una nueva creación, que lo viejo ha pasado y lo nuevo está aquí (2 Corintios 5:17). Ya no somos lo que éramos. Gracias a Cristo, hemos cambiado radicalmente. Su Espíritu está obrando, transformándonos y capacitándonos para amarlo y servirlo de maneras que antes no podíamos. Pero eso no significa que el cambio haya terminado. No significa que seamos perfectos.
Simplemente, aún no lo somos.
Santificación
Los teólogos utilizan términos como santificación, que es una palabra elegante para la madurez espiritual. Hay dos tipos de santificación: posicional y progresiva.
La santificación posicional significa que Cristo murió una vez en la cruz, y este sacrificio fue suficiente para todos los que creen en Él (Hebreos 10). Él no tiene que morir de nuevo, y nosotros no recibimos el castigo de la ira de Dios por nuestros (muchos) pecados. La expiación es completa. Somos nuevas creaciones, y el proceso es unidireccional: No volveremos a ser las viejas creaciones.
La santificación progresiva significa que a medida que vivimos en esta tierra y crecemos en Cristo, Él continuamente nos hace más semejantes a Él (2 Corintios 3:18; Colosenses 3:10). Este es un proceso, no un estado. Sí, somos nuevas creaciones, pero no hemos sido terminados. O mejor dicho, Él no ha terminado con nosotros. Cada día podemos parecernos más a Jesús en la forma en que lo amamos a Él y a los demás.
Sin embargo, nunca seremos completamente como Cristo. Él no terminará su obra en nosotros hasta que regrese, juzgue al mundo y reúna a los creyentes con Él en gloria eterna.
Buenas obras
Gloria eterna. Suena muy bien, ¿verdad? Pero todavía no es nuestra. Por ahora, por razones desconocidas para nosotros los mortales, Dios nos quiere en la tierra. Ha preparado buenas obras para que las hagamos (Efesios 2:10), y estas buenas obras son un torrente de nuestra fe (Santiago 2:26). Su Palabra nos instruye a no descuidarlas (Hebreos 13:16).
Leer acerca de todas estas buenas obras que Dios tiene para mí crea una enorme presión. ¿Qué va a pasar si no las hago? ¿Y que va a pasar si a alguien se le cae un sandwich, y un niño pequeño lo recoge antes de que yo pueda llegar? ¿Y que va a pasar si tenía que ayudar a una anciana a cruzar la calle, pero el carro dando vuelta a la derecha le corta el paso? ¿Y si tenía que hacer un donativo a las personas sin hogar, pero mis amigos me distrajeron con sus canciones?
O, peor aún, ¿que va a pasar si no ayudé porque mi corazón se endureció?
Como persona con una conciencia moral sensible que lucha contra la culpa y la vergüenza, las pequeñas cosas pesan mucho sobre mi. No, probablemente no habría salvado a ese hombre de morir de hambre. Pero no se trata sólo de ayudarle; se trata también de hacer la voluntad de Dios. Él usa las circunstancias para ablandar mi corazón, desatar mis dedos y abrir mis ojos.
Y aun cuando mi corazón esté duro, mis dedos apretados y mis ojos obstinadamente cerrados, Él me sigue amando.
Las buenas acciones que no se hacen no son el fin del mundo. Sólo Dios tiene autoridad para declarar el fin del mundo. Cuando me equivoco, tal vez perdí una oportunidad. Pero eso no significa que lo haya echado todo a perder. Dios es demasiado poderoso como para que mis errores hagan mella en Su agenda cósmica.
Eligiendo bien
No estoy diciendo: “No donen a los desamparados, porque Dios los está cuidando” o “Las buenas obras son opcionales” o “Alguien más lo hará”. Dada la elección entre la culpa y una buena obra, espero elegir la buena obra la próxima vez, porque Pablo dice: “No nos cansemos, pues, de hacer bien” (Gálatas 6:9). Pero no tengo que seguir dando vueltas en esa culpa. Cristo ya murió por todos los pecados que he cometido y cometeré. Sí, soy culpable, pero por eso fue condenado. Mi nueva identidad en Cristo es una de perdón, inocencia e incluso pureza.
La próxima vez, le daré a ese hombre diez o veinte, o tal vez un taco. Pero será porque quiero mostrarle el amor de Cristo, no porque tema la alternativa. He sido adoptada en la familia de Dios (Efesios 1:5). Aunque no soy un producto terminado, no voy a perder mi condición de hija Suya jamás.
Noelle Chow recently graduated from Biola University with a bachelor’s degree in English and psychology. She serves in the youth ministry and on the worship team at her church. “Living the New Life” in the September-October BA is Noelle’s first published piece. She lives in Irvine, CA.