El Antiguo Testamento abunda en símbolos, tipos, y profecías que señalan a la vida, muerte, y resurrección de Jesucristo. No obstante, tal como Pablo lo señala en su segunda carta a los Corintios, esas referencias con frecuencia son oscuras y menos obvias.
Refiriéndose al velo con el cual Moisés cubrió su rostro después de recibir los Diez Mandamientos (Éxodo 34:29, 33), Pablo sostiene, “Porque hasta el día de hoy, cuando leen el antiguo pacto, les queda el mismo velo no descubierto, el cual por Cristo es quitado” (2 Corintios 3:14).
Viviendo en este lado del Calvario podemos apreciar en su totalidad la enseñanza del Pentateuco mucho más que aquellos contemporáneos de Moisés. Considere por ejemplo, la institución de la Pascua. En la última de las diez plagas, Dios tomó las vidas de los primogénitos de Egipto (Éxodo 12:12). La excepción consistía en que cuando la sangre de un cordero sacrificial era rociada en el dintel y postes de la puerta, “pasará Jehová aquella puerta, y no dejará entrar al heridor en vuestras casas para herir” (v.23).
Ese fue un presagio de la provisión de salvación de Cristo para aquellos que confían en Él, así como también una advertencia para los que deciden no creer. Cuán grande es la bendición para aquellos de nosotros que, habiendo sido removido el velo, entendemos más plenamente el plan de salvación de Dios.
Otro ejemplo de la revelación encubierta de los propósitos divinos de Dios para Su pueblo, es la liberación de los Israelitas del cautiverio egipcio, y la entrada eventual hacia la tierra prometida. Detenidos por las aguas del Mar Rojo al frente, y las fuerzas perseguidoras del Faraón atrás, los hijos de Israel se encontraron a sí mismos en una situación imposible. Estaban sin esperanza, pero en ese día aprendieron una lección de confianza: “Por fe pasaron el Mar Rojo como por tierra seca; e intentando los egipcios hacer lo mismo, fueron ahogados” (Hebreos 11:29). Pablo comparó esto con el bautismo cristiano (1 Corintios 10:1, 2).
Quizá la enseñanza oculta más impactante del Antiguo Testamento es la historia de la serpiente de bronce. “Y habló el pueblo contra Dios y contra Moisés: ¿Por qué nos hiciste subir de Egipto para que muramos en este desierto? Pues no hay pan ni agua, y nuestra alma tiene fastidio de este pan tan liviano. Y Jehová envió entre el pueblo serpientes ardientes, que mordían al pueblo; y murió mucho pueblo de Israel” (Números 21:5, 6)
Los Israelitas se arrepintieron y pidieron a Moisés que buscara un remedio de parte de Dios. El Señor le dijo a Moisés que hiciera una serpiente de bronce y la pusiera en un poste. Cualquiera que hubiese sido mordido y mirase hacia ella sería sano (vv. 8, 9).
Ciertamente esta era una referencia velada de la muerte sacrificial de Jesús: “Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado” (Juan 3:14). Pero, ¿por qué Dios sanaría y salvaría a través de una serpiente, un símbolo Satánico y del mal?
La respuesta revelada es que Cristo, quien no conocía el pecado, vino a ser pecado por nosotros (2 Corintios 5:21). ¡Sorprendente! ¡El santo Hijo de Dios en realidad vino a ser pecado para que nosotros pudiésemos ser salvos!
Gracias a Dios por los maravillosos libros inspirados del Antiguo Testamento. Pero aún mayor agradecimiento que en Cristo, la Palabra viva, el velo ha sido removido.