(Mateo 28:17)
En mi artículo anterior, hablé de mi transformación a los 14 años, cuando entregué mi vida a Jesús. No entendía la justificación y la santificación; solo sabía que había sido perdonado. ¿Pero qué de las cosas que continué haciendo? Estaba tratando de portarme bien, pero sabía que todavía pecaba. ¿Que significaba eso? ¿Era salvo o no?
Comencé a preguntar a líderes y pastores de la juventud, pero no encontré ninguna respuesta. Pensé que nunca sabría si era salvo hasta que Jesús viniera. Entonces, un día leí 1 Juan 5:13: “Les escribo estas cosas a ustedes que creen en el nombre del Hijo de Dios, para que sepan que tienen vida eterna.”
Yo estaba emocionado. ¡Así que sí puede saber! Pero espere: “escribo estas cosas. . . .” ¿Qué cosas? Rápidamente leo los versos anteriores.
El que cree en el Hijo de Dios acepta este testimonio. El que no cree a Dios lo hace pasar por mentiroso, por no haber creído el testimonio . . . Y el testimonio es éste: que Dios nos ha dado vida eterna, y esa vida está en Su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios, no tiene la vida (vv. 10-12).
¡En lugar de hacerme sentir mejor, este pasaje me hizo sentir peor! Todavía no sabía si era salvo o no, y ahora tenía la culpa adicional de que yo estaba llamando mentiroso a Dios. ¿Ahora que?
A los 30 años, había estado luchando contra esta inseguridad durante dieciséis años. Durante este tiempo, hice algunos intentos de leer la Biblia, pero siempre me quedé atascado en Levítico. Decidí tomar seriedad. Leí a través de Levítico y seguí adelante. Entonces, un día, preparándome para el trabajo, me di cuenta: se que soy salvo porque la salvación no depende de mi justicia, sino de Jesús.“ ¡Eso es!
Era tan claro y simple. ¿Por qué me tomó tanto tiempo para entender? Me di cuenta de que pasar tiempo en la Palabra de Dios me abrió el corazón para recibir la conciencia del Espíritu Santo. Al igual que Martín Lutero, intenté estar a la altura de las expectativas de Dios, pero cuanto más lo intentaba, más me enojaba. ¿Cómo podría un Dios bueno exigir la perfección de una criatura tan falible como yo? ¡No era justo! Pero luego vino la revelación: “Porque por gracia habéis sido salvado mediante la fe; esto no es de vosotros, sino que es el regalo de Dios” (Efesios 2:8).
La ley es santa y buena, pero exige perfección y revela nuestro pecado (Romanos 7:7-14). No puede salvar, solo condenar. A pesar de que sinceramente le había entregado mi corazón a Jesús a los 14 años, estaba tratando de vivir bajo la ley. Aun pensaba que necesitaba ser lo suficientemente bueno para ser salvo. En consecuencia, no tenía seguridad de mi salvación y poco gozo en mi adoración. ¿Cómo podría ser un testigo eficaz para Jesús de esta manera?
Con un nuevo despertar, trascendí la ley a la gracia. Trascendí las reglas a una relación. Por primera vez, vi a Jesús como mi amigo. Su ley ya no me condenaba; vivía en mi corazón. Desde ese día, ha sido un placer adorarle y ser usado por Él en Su obra de rescate.