Jerusalén, ac 33.
A la nueva iglesia se le había dado una misión, un llamado que desafiaría las normas sociales, alteraría las tradiciones religiosas e identificaría a sus miembros como un grupo de radicales.
Fue un llamado del cual huyeron.
Sí, los discípulos habían visto a Jesús resucitado. Lo habían escuchado hablar y lo vieron ascender. Pero eso no fue suficiente para evitar que buscaran refugio a puerta cerrada (Juan 20:19) y orar para que la Ciudad Santa no se convirtiera en su tumba.
Entonces llegó Pentecostés – y nada volvería a ser lo mismo.
¿Qué permitió a los hombres y mujeres aterrorizados convertirse en un eco vivo del rugido del León de Judá? ¿Qué les dio la audacia, la pasión y el ferviente deseo de ver a Cristo glorificado, incluso a costa de sus propias vidas?
No era confianza en su brillantez teológica ni confianza en su elocuencia filosófica. Francamente, la Escritura registra que muchos de los discípulos eran “hombres sin letras y del vulgo” (Hechos 4:13, VRV1960). Sin embargo, su conducta, milagros y amor fraternal sin precedentes obligaron incluso a sus adversarios a admitir que habían estado con Jesús.
La diferencia era la presencia permanente del Espíritu Santo. Pedro y los otros 120 creyentes eran prueba viviente de que la profecía de Joel de un derramamiento espiritual era exacta (Joel 2:28). Aquí vemos uno de los aspectos más convincentes del plan divino de Dios: la preparación. Dios no sólo nos llama al servicio; El nos equipa. Cristo no había abandonado a su incipiente iglesia. Él estaba operando con esos creyentes, y en ellos, tal como lo prometió. Contra viento y marea, ellos, — los testigos empoderados — cambiaron el mundo.
Métodos divinos
El patrón de Dios de preparar a Sus hijos antes del servicio no ha cambiado (Hechos 2:39), pero sus métodos para equiparnos son a menudo inesperados y, algunas veces, invisibles.
En 2010, me encontré elegido por unanimidad como pastor de una pequeña congregación rural. Al igual que los antiguos creyentes, me sentí intimidado por el trabajo que Dios me había llamado a hacer. Tenía sólo 25 años y, aunque había estado en el ministerio por aproximadamente ocho años, muchos de los miembros de mi congregación eran mayores que yo y venían de diversos orígenes étnicos. La iglesia tenía poco dinero y no contaban con un edificio propio, y recientemente había sufrido una serie de pérdidas devastadoras.
Si bien no me sentía preparado, me di cuenta más tarde de que, sin que yo lo supiera, Dios había estado moldeando mi vida para ese momento. La fuerza y el liderazgo que necesitaba ya estaban allí, pero se necesitó esta situación aparentemente abrumadora para que Dios demostrara lo que Él puede hacer si estamos dispuestos a dar un paso en obediencia a Su llamado.
Lección
Avance rápido diez años. Esa misma iglesia está floreciendo con un fuerte enfoque tanto en el alcance local como en las misiones globales. Nutrimos los matrimonios cristianos en todo el país. Hemos alimentado a los hambrientos, nos hemos acercado a los encarcelados y hemos ofrecido esperanza a los maltratados y huérfanos. Para mí, es un milagro, pero es un milagro con una lección.
Muy a menudo limitamos a Dios al centrarnos en nuestras debilidades en lugar de en Su fortaleza. Al igual que Moisés, enumeramos nuestras inhabilidades sin darnos cuenta de que, a través de Él, nuestra habilidad para llevar a cabo Su comisión es ilimitada. Somos Sus testigos, facultados por Su Espíritu y moldeados por la experiencia.
Recordemos las palabras pronunciadas a Josué cuando recibió su comisión: “Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo en dondequiera que vayas” (Josué 1:9). En un momento en que el temor y el disturbio social reclaman los corazones de muchos, la necesidad de testigos empoderados nunca ha sido mayor.
Al igual que los creyentes de la antigüedad, demos un paso adelante valientemente, reconociendo que tenemos a Dios. Y eso significa que podemos cambiar el mundo.