No siempre glamoroso, pero siempre glorificando a Dios.
por Denise Kohlmeyer
N o todos podemos ser pastores, líderes de alabanza o músicos talentosos — aquellos que aparentemente ocupan las posiciones ministeriales más emocionantes y atractivas. Su servicio es notado y a menudo recompensado con reconocimiento público como elogios e incluso aplausos.
Francamente, la mayoría de los creyentes sirven en ministerios poco glamorosos. Algunos cambian pañales sucios, lavan platos o limpian baños muy sucios. Algunos ponen las mesas y las sillas para eventos de la iglesia. Algunos hacen oración o escriben notas de aliento desde casa. Algunos llevan a los ancianos a sus citas médicas o al supermercado. Algunos cuidan con paciencia a un familiar enfermo. Algunos escuchan con compasión a un amigo afligido mientras toman café.
Para muchos, servir a los demás no siempre es divertido, aceptado o reconocido públicamente. Pero se nota. Se aprecia. Es recompensado y honrado por Aquel cuyo favor y buena opinión realmente importa.
El reconocimiento de Dios
Ánimo. Jesús mismo llevó una vida sin glamour en Judea como hijo terrenal de un carpintero, alguien a quien hoy llamaríamos un simple obrero. De hecho, Jesús creció en una familia nazarena común y corriente. Iba a la sinagoga cada día de reposo. Jugaba con Sus medio hermanos. Hacía las tareas de la casa para Su madre, María. Trabajó junto a José en su negocio.
Solo cuando Jesús cumplió treinta años comenzó a servir, pero todavía en el anonimato. De hecho, el mundo en general nunca escuchó acerca de Él hasta después de Su muerte, cuando Pablo realizó sus viajes misioneros, y décadas después, cuando cuatro de Sus seguidores pensaron en escribir Su biografía (55-100 d. C.; Jesús murió en el 33 d. C.). Ellos no querían que Su recuerdo y Sus milagros fueran olvidados, y querían que otros conocieran a Jesús y creyeran en Él como su Salvador y Señor.
Sin embargo, incluso antes de que Jesús comenzara a servir, fue reconocido y recompensado. “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia”, dijo Su Padre desde el cielo el día del bautismo de Jesús (Mateo 3:17). Dios estaba complacido con Jesús simplemente porque era Su Hijo, no porque hubiera realizado algún ministerio.
Pero cuando Jesús empezó a servir, Su atención no se centró en la fama o la fortuna o en ser un hombre pretencioso. Más bien, Jesús sirvió calladamente, a los más humildes de la sociedad y muchas veces de la manera más humilde. Rescató la vida de una mujer adúltera (Juan 8:10, 11). Invitó a los rechazados religiosos a convertirse en Sus seguidores (Marcos 1:19-21; Mateo 9:9-13). Sanó a diez hombres leprosos e impuros (Lucas 17:11-19). Lavó los pies sucios de Sus discípulos (Juan 13:1-17).
Nuestro reconocimiento de parte de Dios es el mismo. Él nos ama simplemente como Sus hijos redimidos. Él está complacido con nosotros incluso antes de que hayamos realizado algún servicio activo en Su nombre.
La perspectiva de Dios
Sin embargo, sabemos que Dios nos llama a entregar nuestras vidas en servicio a Él y a los demás con nuestro tiempo, nuestros diezmos y nuestros talentos (1 Pedro 4:10). Lo hacemos por gratitud a Aquel que no escatimó la vida de Su propio Hijo por nuestro perdón y salvación. Por lo tanto, vemos el servicio, como una forma de honrar a Dios, ofreciéndole nuestros cuerpos, mentes y almas.
La visión que Dios tiene del servicio es contraria a la del mundo. Mientras el mundo ve el servir a los demás incluso como algo bajo, degradante e indeseable, Dios lo considera nuestra grandeza (Mateo 23:11). De hecho, en Lucas 22:24-27 Jesús se lo dijo a Sus discípulos quienes estaban buscando la gloria:
Surgió también entre ellos una discusión, sobre cuál de ellos debía ser considerado como el mayor.Y Jesús les dijo: “Los reyes de los gentiles se enseñorean de ellos; y los que tienen autoridad sobre ellos son llamados bienhechores. Pero no es así con ustedes; antes, el mayor entre ustedes hágase como el menor, y el que dirige como el que sirve.Porque, ¿cuál es mayor, el que se sienta a la mesa, o el que sirve? ¿No lo es el que se sienta a la mesa? Sin embargo, entre ustedes Yo soy como el que sirve.”
¿Quién es considerado el más grande? El que sirve, siendo Jesús el ejemplo por excelencia del servicio.
Siervo en griego (doulos) se traduce como “esclavo, siervo, hombre de condición servil”. Metafóricamente es “el que se entrega a la voluntad de otro; aquellos cuyo servicio es utilizado por Cristo para extender y hacer avanzar su causa entre los hombres”.
En pocas palabras, todos los creyentes redimidos están en una condición servil, designados por Dios para avanzar Su misión y mensaje en la tierra — desde el pastor en el púlpito hasta el custodio del edificio de la iglesia. Cada creyente, independientemente de su nombramiento, es grande a los ojos de Dios. ¡Todos glorifican a Dios!
Fidelidad y perseverancia
Así como Jesús es el siervo por excelencia, también es el mayor ejemplo de servicio fiel. Incluso mayor que el reverenciado Moisés, quien fue elogiado como “fiel en toda la casa de Dios” (Hebreos 3:1, 2). Por lo tanto, nosotros miramos a Jesús como nuestro modelo a seguir en el ejercicio de nuestro propio servicio.
La fidelidad es un requisito para todos los siervos de Dios (1 Corintios 4:2). Él no necesariamente exige éxito, ni se desanima por el fracaso. Solo pide que nos comprometamos con nuestros ministerios asignados y le dejemos los resultados a Él.
La fidelidad (pistis, “constancia, confiabilidad”) también es un atributo en el que se nos exige crecer. Es un fruto espiritual mencionado en Gálatas 5:22, 23. Nuestro crecimiento, o santificación, es fortalecido por el Espíritu. Como con todo fruto espiritual, la fidelidad es una característica definitoria del cristiano. Es uno de los muchos testimonios de una vida transformada y espiritualmente productiva.
Podemos desanimarnos fácilmente cuando servimos sin recibir ningún estímulo ni reconocimiento terrenal. A veces sentimos deseos de rendirnos en un ministerio que opera en la oscuridad. Quizá podemos pensar, ¿Qué sentido tiene? ¿A quién le importa?
Pero estas son preguntas equivocadas, porque sabemos de qué se trata: de glorificar a Dios y hacer el bien a los demás. ¿Y a quién le importa? ¡A Dios!
La fidelidad, por tanto, se convierte en una cuestión de perseverar (hupomoné, “permanecer bajo, resistir, mantenerse firme”), a pesar de nuestro desánimo. Perseveramos en la fidelidad porque sabemos que nuestro servicio tiene un fin superior y una recompensa duradera. La verdadera fidelidad persevera a pesar de todo.
Contentamiento
El contentamiento es otra característica del cristianismo. Se aplica a nuestras vidas en cuanto a nuestro estatus socioeconómico, carreras, estado civil (soltero, casado, divorciado, viudo), popularidad (o falta de ella). También se aplica a nuestros ministerios. Dios es bueno y da buenos dones a Sus hijos, incluyendo sus áreas de servicio. Por lo tanto, debemos aceptar con buena voluntad el lugar donde Dios nos ha puesto.
Sí, a veces lucharemos con el contentamiento al servir. Quizás vamos a desear un papel más importante o visible. Quizás podemos anhelar reconocimiento. Quizás podemos comparar nuestro ministerio con el de otro, pensando que el nuestro es inferior o que vale menos que otro.
La forma de combatir esto es estar contentos donde estamos, pero eso no es algo que surge de manera natural. El contentamiento es una actitud aprendida (Filipenses 4:12). Entonces, ¿cómo podemos aprender a estar contentos?
• Valorando y celebrando nuestro ministerio actual como la designación perfecta de Dios para nosotros.
• Comprometiendo todo nuestro corazón, mente y alma en nuestro ministerio.
• Rindiendo nuestra voluntad a la de Dios.
• Confiando en Dios cuando (y si) Él decide aumentar nuestro ministerio o darnos otro nombramiento ministerial.
• Pidiéndole al Espíritu Santo que satisfaga nuestros corazones con los dones que nos ha dado.
• Arrepentirnos de cualquier actitud pecaminosa que podamos estar albergando con respecto a servir — por ejemplo: insatisfacción, ansiedad, celos, orgullo, insuficiencia, resentimiento, ambición egoísta, codicia, auto-engrandecimiento o comparación.
Legado viviente
¿Todavía no está convencido de que su ministerio sea importante? Piense en Tíquico de Epafras, mencionado en Efesios 6:21.
¿Quién? !Exactamente! Esta persona poco conocida fue descrita por el apóstol Pablo como un “ministro fiel en el Señor”. ¿Qué hizo Tíquico? Nadie lo sabe. Pablo no consideró importante mencionar sus servicios específicos, sólo que era fiel.
Sin embargo, el legado de Tíquico es un ejemplo para todos los que sirven en el anonimato. Dios está agradecido por personas como Tíquico y como usted — personas calladas que trabajan fielmente pero sin llamar la atención. Su aparentemente servicio insignificante y sacrificio están cumpliendo la voluntad de Dios. ¡Y eso le trae a Él una gloria incalculable! Ningún servicio es demasiado pequeño para Dios. Él lo ve todo y al final lo recompensará. Porque en el día de su bendito Regreso a Casa, escuchará estas palabras de Dios, en pleno reconocimiento de su servicio: “Bien, siervo bueno y fiel; en lo poco fuiste fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor” (Mateo 25, 23).





