¿Qué es un pacto divino?
Nuestro Dios es un Dios de pactos, y la Biblia narra la historia de Sus pactos. De Adán a Noé, de Abraham a Moisés y de David a Cristo, los pactos divinos proporcionan el marco unificador de la historia redentora de Dios. Como tema central de toda la Escritura, el pacto revela y ordena los propósitos progresivos de Dios con Sus criaturas: creación y maldición, cruz y nueva creación, y todos los puntos intermedios.
Estos pactos divinos siempre surgen por iniciativa divina. No proceden de nosotros, sino de la gracia de Dios. Por eso el Señor siempre los llama “Mi pacto” (Génesis 9:9; Éxodo 19:5; Salmo 89:28; Isaías 54:10; Romanos 11:27; Hebreos 8:9). El énfasis nunca se pone en lo que hemos hecho nosotros, sino en lo que Dios ha hecho. En el acto divino de hacer el pacto, “Yo haré” es el recordatorio de Su voluntad fiel y soberana de actuar a favor de nosotros. (Génesis 12:1-3; Éxodo 6:5-8; Jeremías 31:31-33).
Decir que nuestro Dios es un “Dios de pactos” es decir que es un Dios de relación. En el acto mismo de la creación, Adán y Eva quedaron vinculados a Dios, imbuidos con una identidad y una vocación benditas para Sus propósitos y Su gloria. Aunque la palabra pacto (berit) no aparece en Génesis 1-3, la relación divina que representa sí está. Como creación de Dios, estamos hechos para una relación de pacto.
Después de que Adán y Eva cayeron de la gracia fue que la palabra berit aparece explícitamente en la Biblia. Primero con Noé, después de que toda la tierra había caído en la violencia y la corrupción: “Mas estableceré mi pacto contigo” (Génesis 6:11, 18). Aquí aprendemos que el pacto está íntimamente vinculado con la creación porque esta relación establecida por Dios es el medio por el cual Dios rescata la creación del pecado y la maldición y restaura la vida y la bendición, los propósitos originales de Dios. Así que es en el contexto de la redención, después de que el pecado destruyó al mundo, que asociamos el pacto de Dios sobre todas las cosas.
La etimología de berit es incierta. Una variedad de orígenes sugeridos incluyen “cortar, comer, atar”. Encontramos estos y otros actos involucrados en la realización de pactos en la narrativa bíblica. Si bien los estudios de antecedentes del antiguo Cercano Oriente son útiles, en última instancia, el concepto de pacto se define por su contexto bíblico. En su admirado libro, The Christ of the Covenants (El Cristo de los Pactos), O. Palmer Robertson da una de las mejores definiciones: “un pacto es un vínculo de sangre administrado soberanamente”. Definiciones más sutiles como “acuerdo”, “arreglo”, “promesa”, “pacto” no logran captar la intimidad apasionada y el propósito de los pactos divinos.
Este vínculo sagrado y sacrificial habla de la profundidad de la relación eterna, de manera muy similar a como el matrimonio, la promesa y el juramento unen a las partes divina y humana en fe y amor mutuos (Génesis 15:5, 6; Salmo 89:33, 34; Jeremías 31:3). Entendemos que estamos en una relación con nuestro trascendente Creador, pero en el pacto, Él se acerca. Que Dios sea un Dios de pacto significa que es inmanente e íntimo con Su pueblo. Esto se ve en la fórmula del pacto esparcida por toda la Biblia: “Yo seré vuestro Dios, y vosotros seréis mi pueblo” (Génesis 17:7; Éxodo 6:7; Levítico 26:12; Jeremías 31:33; 2 Corintios 6 :16; Apocalipsis 21:3). Éste es el objetivo de los pactos divinos: la reunión del Creador y la creación. En la sangre del nuevo pacto de Jesucristo, esta meta divina se alcanza plena y finalmente: “Dios con nosotros” (Mateo 1:23; cf. 26:28; 28:20; Hebreos 13:20, 21).
Adaptado del próximo estudio del NAMC Nuestro Dios del Pacto, de Calvin Burrell, Jonathon Hicks y Jason Overman.