A pesar del mejor esfuerzo de algunos, vivimos en un mundo fracturado a lo largo de líneas étnicas, religiosas, políticas y raciales. La paz parece eludir a la raza humana. Muchos de nosotros creemos que bajo ciertas condiciones la paz sería alcanzable. Si solo todos tuviéramos las mismas creencias religiosas o políticas, o si solo fuéramos más indulgentes y comprensivos, la paz se convertiría en realidad en nuestro mundo.
En teoría, la paz parece posible y, sin embargo, en la práctica, está muy lejos de nuestro alcance. En ese contexto, sería normal sentirse desanimado y volverse cínico. Algunos argumentarán que debemos enfrentar la realidad y ser pragmáticos porque en algunos casos, la violencia es inevitable e incluso necesaria.
Pero como cristianos, tenemos la verdad de Cristo, que nos reta a vivir y actuar de manera diferente: “Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mateo 5:9). Estas son palabras desafiantes. ¿Cómo podemos nosotros, como cristianos, ser pacificadores y no recurrir a la violencia cuando parece la opción más obvia y más razonable?
Definiendo a un pacificador
Primero, definamos lo que significa ser un pacificador en un contexto cristiano. El teólogo alemán Hans-Werner Bartsch argumenta que ser pacificador no debe simplemente confundirse con no ser violento. De hecho, en el Sermón del Monte, la palabra griega traducida “pacificadores” implica, y no se limita a lo que Bartsch llama una “actitud pasiva”; necesariamente tiene el equivalente activo de hacer las paces, promover esfuerzos hacia la paz y eliminar cualquier causa discernible de guerra y odio”.
En cierto modo, esto es lo que Jesús anima a Sus seguidores a hacer cuando habla de poner la otra mejilla o cuando les dice a los discípulos que “amen a sus enemigos y oren por los que los persiguen” (Mateo 5:38-48). Jesús también dice que no saludemos exclusivamente a aquellos que son nuestros hermanos y hermanas, lo que implica que debemos saludar a nuestros enemigos (enemigos reales o percibidos como tales).
Los cristianos no deben permanecer pasivos y soportar el abuso, sino que deben trabajar activamente por la paz, amando, orando, y reuniéndose y acogiendo a aquellos que perciben como enemigos. ¡Qué desafío! De hecho, en la cosmovisión cristiana, no hay lugar para asimilar la paz con la acción militar o con la preparación para matar a un asaltante percibido.
Una nueva cosmovisión
Fácilmente podemos volvernos legalistas al tratar de obedecer este mandato para ser pacificadores. Podemos sentirnos justos por ser ese verdadero seguidor de Cristo que evita la violencia a toda costa. Pero con cada acción que tomamos como cristianos, todo se reduce a la intención de nuestro corazón (1 Corintios 4:5). Como creyentes, ¿cómo reformulamos nuestra visión del mundo para que podamos amar mejor a quienes nos encontramos en la vida?
Como señaló Herbert Warren Richardson, un teólogo estadounidense, para ser efectivo en alcanzar a nuestros vecinos, ya sean enemigos percibidos o no, nuestra atención debe estar “dirigida contra las fuerzas o la estructura del mal en sí mismo y no contra la persona o grupo que está haciendo el mal.
La fe cristiana no ve a los hombres en particular ni a un grupo en particular como malvados, pero los ve atrapados dentro de una estructura de separación ideológica que hace que el conflicto ritual se vuelva inevitable”. El problema no es tanto los seres humanos que hacen el mal “sino la estructura del mal que hace que los hombres actúen violentamente”.
Con el fin de desafiar con éxito la estructura del mal, los cristianos no tienen más opción que “enfrentar la violencia con la no violencia”. De lo contrario, ¿cómo pueden los cristianos afirmar ser diferentes, ser la sal de la tierra y la luz del mundo (Mateo 5:13, 14)? Pensar y actuar de esa manera hace eco de las palabras de Pablo a Timoteo cuando afirma que algunos seres humanos están cautivos de los poderes del mal (2 Timoteo 2:26). Esto encaja bien con las enseñanzas de Jesús en el Sermón del Monte.
Una iglesia pacifista
Es por eso que la declaración de fe de la Iglesia de Dios (Séptimo Día) puede afirmar correctamente que “la participación en la guerra física es algo contrario al llamado humanitario de un cristiano”. Si nuestro papel como iglesia es ser el representante de Dios en la tierra y una ventana al reino de Dios venidero, debemos reflexionar a fondo sobre lo que significa ser un pacificador de acuerdo a cómo Jesús lo califica. La construcción de la paz debe ser fe en acción, y deben ser acciones que desafíen efectivamente el modus operandi por el cual funciona nuestro mundo (violencia, abuso y coerción, ya sea física o psicológica).
Los cristianos deben ser un ejemplo de resistencia contra las estructuras del mal, las cuales pueden tomar muchas formas. Todavía debemos recordar que “las armas con que luchamos no son del mundo”. Sin embargo, esas armas “tienen poder divino para derribar fortalezas” y “llevar cautivo todo pensamiento para que se someta a Cristo” (2 Corintios 10:4, 5).
De esta manera, ejemplificaremos el mismo evangelio de paz que Cristo predicó para que podamos “pregonar el año del favor del Señor” a los cautivos entre las naciones (Lucas 4:19).
¡Bienaventurados los pacificadores!
Lectura recomendada: Fight: A Christian Case for Non-Violence, (Lucha: Un Caso Cristiano Para la no Violencia), por Preston Sprinkle.