Erguido, sin miedo ante el altivo gobernador romano, encontramos a nuestro Señor declarando una de las grandes verdades de Su reino. ¡No es de este mundo! Sus siervos no pelean por Su causa aquí. No son del mundo, incluso como Él no era del mundo.
Han pasado los siglos y todavía hay quienes profesan seguirlo o desean ser conocidos como Cristianos, que aún no han aprendido esta gran lección. Olvidaron que Él había dicho: «En el mundo tendréis aflicción …» y, olvidando, buscan ayudar con los planes mundanos en un esfuerzo por quitar la tribulación.
Nunca hubo un momento en cual el gobierno fuera peor de lo que era en el tiempo de Cristo. Una pobreza extrema y enfermedades desagradables se encontraban en la misma ciudad con una altiva riqueza. A los gobernantes de la gente no les importaba nada el buen gobierno y el orden, ellos solo buscaban extorsionar más impuestos.
Sin embargo, en medio de tales condiciones, encontramos al Cristo que no dirige ningún movimiento para reformar o derrocar al gobierno. Les advirtió acerca de las grandes persecuciones que tendrían, pero no les aconsejó buscar protección en las leyes.
Hoy encontramos un mundo de crimen, guerra, injusticia política y social. Varios planes, sistemas, partidos y leyes se recomiendan para aliviar estas condiciones, y muchos de ellos buscan el apoyo de aquellos que profesan seguir a Cristo.
El verdadero Cristiano reconoce una sola causa de todos los conflictos y problemas en este mundo, y esa gran causa subyacente es el PECADO. Del mismo modo, el Cristiano reconoce un solo remedio para los problemas de este mundo, y ese remedio grandioso y absolutamente suficiente es Cristo en la vida de las personas.
Embajadores del Rey, ciudadanos de un país «celestial», extranjeros y peregrinos aquí – ¿cómo podemos participar en la contienda del mundo? Más bien, proclamemos el mensaje del gobierno que pronto se establecerá, bajo el cual todo será rectitud, gozo y paz. «Aun así, ¡ven, Señor Jesús!»