Antes de Iron Man (El Hombre de Hierro), estaba Spiderman (El Hombre Araña). Y antes de Spiderman, estaban los Fantastic Four (Los Cuatro Fantásticos). Y antes de los Cuatro Fantásticos, estaban Captain America y Wonder Woman (Capitán América y La Mujer Maravilla). Y antes de ellos estaba Flash… y Batman. Y antes de todos ellos estaba Superman.
Esos son sólo algunos de los superhéroes que han pasado a formar parte de nuestro tejido cultural en los últimos cien años. Superman debutó en 1938 en el primer número de Action Comics, y Batman y Flash aparecieron al año siguiente.
Todos ellos son ficticios, por supuesto, a diferencia de los héroes de la vida real que surgieron tras los atentados del 9/11 y de los primeros socorristas, enfermeros, médicos y trabajadores de primera línea durante la pandemia mundial de COVID-19. Estos héroes siempre han surgido en tiempos difíciles, inspirándonos y sirviéndonos de ejemplo.
Pero, ¿qué es lo que hace a un héroe? ¿Cómo una persona común y corriente se convierte en un héroe, no sólo a los ojos de los demás sino, lo que es más importante, a los ojos de Dios?
Dónde comienza el heroísmo
Hace mucho tiempo, después de los días de Moisés y Josué, el pueblo de Israel se alejó de Dios. Y en ese entonces, como ahora, cada vez que el pueblo de Dios se alejaba, el resultado era que sufría. Cada vez, clamaban a Dios, y Él enviaba un libertador. Envió a Otoniel, luego a Aod, luego a Samgar. Cada uno fue utilizado por Dios de manera heroica. Después de ellos, Dios levantó a otro héroe:
En aquel tiempo lideraba a Israel una profetisa llamada Débora, que era esposa de Lapidot. Ella tenía su tribunal bajo la Palmera de Débora, entre Ramá y Betel, en la región montañosa de Efraín, y los israelitas acudían a ella para resolver sus disputas (Jueces 4:4, 5).
Aunque Débora vivió en una época en que las mujeres en general, y las esposas en particular, tenían un estatus bajo — y ningún derecho — Débora «dirigía a Israel en aquel tiempo». No hay ninguna referencia a que esto fuera una excepción o concesión. La Biblia no dice que Débora dirigía a Israel porque no había hombres capaces disponibles. El texto no dice que Débora dirigía Israel en circunstancias excepcionales o que dirigía Israel a causa de su género o a pesar de su género. Simplemente dice, sin más, que ella estaba al frente de Israel en ese momento.
Aunque Débora fue una de las cuatro profetas mencionadas en las Escrituras hebreas (las otras son Miriam, Hulda y la esposa de Isaías), como líder de la nación de Israel, ella está sola en un inventario exclusivamente masculino que se extiende desde Moisés hasta Samuel.
Sin embargo, ella está con ellos, sin disculpas ni explicaciones, sugiriendo que cualquiera que sea el aspecto que el mundo diga que un héroe debe tener, Dios está dispuesto a hacer lo que quiera con quien Él elija. También podría sugerirnos a cada uno de nosotros que, seamos quienes seamos, Dios puede y está dispuesto a hacer cosas extraordinarias con nosotros, para nosotros y a través de nosotros.
Ahí comienza el heroísmo: con la capacidad de Dios y nuestra disponibilidad.
Dónde se encuentra el heroísmo
Como profeta, Débora escuchó de Dios de maneras extraordinarias.
La Biblia dice:
Débora mandó llamar a Barac, hijo de Abinoán, que vivía en Cedes de Neftalí y le dijo: —El Señor, el Dios de Israel, ordena: “Ve y reúne en el monte Tabor a diez mil hombres de la tribu de Neftalí y de la tribu de Zabulón. Yo atraeré a Sísara, comandante del ejército de Jabín, con sus carros y sus tropas, hasta el arroyo Quisón. Allí lo entregaré en tus manos”. Barac dijo: —Solo iré si tú me acompañas; de lo contrario, no iré” (vv. 6-8).
La respuesta de Barac a Débora revela quién será el verdadero héroe de esta historia, y no es Barac. También muestra el alto grado de confianza que Barac tenía en el liderazgo de Débora. Él reconoció que la mano de Dios estaba sobre ella.
Probablemente también muestra una falta de fe por parte de Barac, o una fe equivocada, ya que le resultó más fácil confiar en Débora que confiar en el Dios al que ella servía.
Entonces Débora respondió, diciendo que iría con Barac, pero que él no recibiría ningún honor por la victoria de ese día. Fueron juntos a Cedes, donde Barac reunió un ejército para luchar contra Sísara, el hombre que comandaba los ejércitos de los opresores de Israel.
Entonces Débora dijo a Barac: —¡Adelante! Este es el día en que el Señor entregará a Sísara en tus manos. ¿Acaso no marcha el Señor al frente de tu ejército? Barac descendió del monte Tabor, seguido por los diez mil hombres. Ante el avance de Barac, el Señor desbarató a Sísara a filo de espada, con todos sus carros y su ejército, a tal grado que Sísara saltó de su carro y huyó a pie. Barac persiguió a los carros y al ejército hasta Jaroset Goyim. Todo el ejército de Sísara cayó a filo de espada; no quedó nadie con vida (vv. 14-16).
Poco después, Sísara también murió e Israel pronto fue liberado de la opresión, liderado por Débora, una mujer, esposa, madre y heroína.
Pero recuerde dónde fue encontrado el héroe. Observe dónde miró Dios para lograr la liberación de Israel: fue a una palmera en una colina en algún lugar entre Ramá y Betel en la región montañosa de Efraín, porque allí era donde estaba Débora. Había estado allí quién sabe cuánto tiempo, liderando a Israel, escuchando las disputas de la gente, ofreciendo consejo y orientación, tomando decisiones, día tras día, semana tras semana, mes tras mes, año tras año.
La Biblia no dice cuánto tiempo había estado sucediendo esto. No dice si habían pasado años o décadas. Pero incluso Barac, un hombre que podía comandar a miles había visto lo suficiente sobre esa mujer, que no quiso proceder sin ella.
Al parecer, Débora había mantenido la corte bajo esa palmera durante algún tiempo. Ella había sido fiel. Quizás a la gente de esa época y de esa cultura les había tomado algún tiempo aceptar a una mujer en ese papel. Pero ella siguió siendo fiel.
Quizás algunos nunca se acostumbraron a la idea. Pero ella siguió siendo fiel.
Lo más probable es que, a lo largo de los años, muchas personas estuvieron en el lado equivocado de sus decisiones. Ella simplemente siguió siendo fiel.
Entonces, cuando Dios escuchó el llamado de auxilio de Su pueblo, recurrió a Débora, porque ella siempre había sido fiel.
Lo que el heroísmo requiere
Cuando las condiciones exigen un héroe, tendemos a pensar que lo lógico es buscar a alguien poderoso, alguien con gran habilidad, alguien que esté claramente capacitado. Pero Dios no actúa así. Él no necesita a los poderosos, porque Él puede suministrar todo el poder necesario en cualquier situación.
Cuando Dios busca un héroe, no emplea a los poderosos, sino a los fieles. Quizá podamos pensar, yo no puedo dar un paso adelante. Eso es para alguien mucho más joven o con más talento. Quizá podamos decir: » No soy lo suficientemente inteligente» o «No sé lo suficiente».
Quizá podamos objetar: «Hay otros que lo harían mucho mejor que yo». Pero Dios no emplea a los poderosos; Él llena de poder a los fieles.
Así como enseñó Jesús en la parábola de los talentos, Dios da más a los que son fieles en lo que ya tienen. Dios da poder a los fieles, ya sea que se les haya dado poco o mucho.
Nuestro ejemplo supremo de esto es Jesús mismo. El escritor bíblico dijo:
Así que, amados hermanos, ustedes que pertenecen a Dios y tienen parte con los que han sido llamados al cielo, consideren detenidamente a este Jesús a quien declaramos mensajero de Dios y Sumo Sacerdote. Pues él fue fiel a Dios, quien lo nombró (Hebreos 3:1, 2a, NTV).
Y de nuevo,
Mientras estuvo aquí en la tierra, Jesús ofreció oraciones y súplicas con gran clamor y lágrimas al que podía rescatarlo de la muerte. Y Dios oyó sus oraciones por la gran reverencia que Jesús le tenía. Aunque era Hijo de Dios, Jesús aprendió obediencia por las cosas que sufrió. De ese modo, Dios lo hizo apto para ser el Sumo Sacerdote perfecto, y Jesús llegó a ser la fuente de salvación eterna para todos los que le obedecen. Y Dios lo designó Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec. (Hebreos 5:7-10, NTV).
Jesús mismo, aunque era único y el Hijo unigénito de Dios, se convirtió en nuestro Salvador, Señor y Sumo Sacerdote, no porque tuviera todo el poder de la omnipotencia — el poder para sanar a los enfermos, calmar la tormenta y resucitar a los muertos. Sino porque fue fiel, porque honró a Dios, porque aprendió obediencia por medio de lo que sufrió y no se rindió.
Al igual que Débora, cuyo mismo nombre es significativo porque significa «abeja». No «mariposa». No «avispón» ni «Mujer araña», sino «abeja». Eso no significa ostentación ni glamour ni gloria — sino fidelidad.
Como le gustaba decir a la Madre Teresa, Dios no exige que tengamos éxito; Él requiere que seamos fieles — como los siervos de la parábola de los talentos que fueron recompensados con las palabras «¡Hiciste bien, siervo bueno y fiel!»
(Mateo 25:21).
No «bueno y deslumbrante». No «bueno y famoso». Sólo «bueno y fiel».
Porque cuando Dios busca un héroe, no emplea a los poderosos, Él llena de poder a los fieles.