La mujer estaba de pie en el centro de los fariseos, mirando hacia abajo por la culpa. Había sido sorprendida en el acto de adulterio, y la ley era clara en cuanto a su castigo. Sabía que esos serían sus últimos momentos.
Mientras esperaba su muerte, se dio cuenta de que los fariseos interrogaban a un hombre entre la multitud.
Maestro, a esta mujer se le ha sorprendido en el acto mismo de adulterio. En la ley Moisés nos ordenó apedrear a tales mujeres. ¿Tú qué dices? (Juan 8:4,5).
El Hombre al que se dirigían se inclinó y escribía en el polvo, aparentemente ajeno a su presencia.
Ellos seguían bombardeándolo con preguntas hasta que por fin habló: “Aquel de ustedes que esté libre de pecado, que tire la primera piedra” (v. 7).
La mujer se quedó atónita. ¿Quién era aquel Hombre? Después, para su asombro que seguía creciendo, la multitud se dispersó, uno a uno. El Hombre seguía escribiendo en el suelo. Finalmente, se levantó y la miró a los ojos. “Mujer, ¿dónde están? ¿Ya nadie te condena?” (v. 10). Temblando, ella bajó la mirada. Nadie, señor.
Tampoco yo te condeno. Ahora vete, y no vuelvas a pecar (v. 11).
Llena de asombro, la mujer se marchó, sabiendo que su vida nunca volvería a ser la misma.
¿Quién es este Hombre llamado Jesús? A lo largo de nuestra vida, vamos comprendiendo mejor quién es Jesús. En nuestros momentos de mayor remordimiento, Él nos recuerda que nos liberó de la culpa con Su muerte en la cruz. En nuestros momentos de mayor desesperación, nos recuerda que Él es el Salvador resucitado y nuestra Esperanza Viva.
Éstas son las verdades que debo tener presentes cuando me encuentro con otras personas. Como ser humano que vive en el planeta Tierra, a menudo me encuentro juzgándoles y comparando mi pecado con el suyo. Estoy bien dispuesta a tirar piedras a los que están atrapados en medio del pecado o a aquellos cuyos pecados son más evidentes para los de afuera. Pero si realmente sé quién es Jesús, no juzgaré a alguien que es un pecador igual que yo.
Jesús nos invita a todos a una vida libre de pecado. Él era el único de la multitud que tenía derecho a tirar una piedra, pero no lo hizo. En lugar de condenar, le ofreció a la mujer una segunda oportunidad.
Todo en este encuentro es asombroso. No sólo cambió por completo la vida de esta mujer, creo que también cambió la de toda la multitud. Jesús les hizo enfrentarse cara a cara con su verdadera naturaleza. Ellos no eran diferentes de la mujer sorprendida en adulterio, como tampoco nosotros somos diferentes de ella.
Como seguidores de Cristo, cuando veamos a otro en la agonía del pecado, recordemos lo que nuestro Salvador ha hecho y dónde nos encontró por primera vez. Espero que abramos nuestras manos y soltemos las piedras. Y sobre todo, que podamos mostrar a los demás el amor y la gracia que Jesucristo derramó tan libremente sobre nosotros.
Nunca podré comprender la plenitud de Jesucristo, pero esto sí lo sé: Jesús tenía todo el derecho a condenarnos y, sin embargo, vino humildemente y eligió salvarnos. Sólo por Su gracia estamos libres de condenación. A Él sea la gloria y el honor, por los siglos de los siglos. Amén.
Samara Harvey es hija de Jon y Cathy Harvey y cursa el último año en la Universidad Estatal de Dakota del Sur. Las citas bíblicas son de la Nueva Versión Internacional.