La Reconciliación en el Tiempo de Dios

La Biblia habla mucho sobre el tema de la reconciliación. Mediante la sangre de Cristo, Dios perdonó nuestros pecados y nos reconcilió con Él. Pero, ¿qué pasa cuando alguien nos hace daño? A través de la historia de Jacob y Esaú, podemos recibir discernimiento.

Conflictos familiares

Hace mucho tiempo, hubo unos hermanos gemelos nacidos a unos padres que conocían al Dios verdadero. Uno de los hermanos sería objeto de un destino duradero: él y sus hijos. El otro también sería popular entre muchas personas, pero en una región limitada.

El resultado de sus vidas se debe a las decisiones que ellos y sus padres tomaron a lo largo del tiempo. Su madre favorecía a un hijo, mientras que el padre favorecía al otro. Esto llevó a la desconfianza, los celos, la envidia y el favoritismo, llegando al punto en que un hermano quería matar al otro en una serie de eventos.

El hermano en peligro se fue lejos, a instancias de sus padres, para vivir con los familiares de su madre.

Esta es solo una cápsula del comienzo de las vidas de Jacob y Esaú, descrita en Génesis 25-28. Los dos hermanos no tenían idea de cómo Dios trabajaría en ellos individualmente y llevaría a ambos a la reconciliación final.

La trayectoria de Jacob

Al salir de Canaán, Jacob se fue con su tío Labán, en Harán. Viviría allí durante los próximos veinte años, casándose con dos de sus primas. Debido al engaño de su tío, primero se casó con Leah. Jacob trabajó otros siete años para casarse con Rachel, la mujer que realmente quería.

Durante los siguientes años, Jacob se hizo rico. Él hizo un plan para ganar su salario pidiéndole a su suegro que le pagara con las escasas cabras y ovejas manchadas y moteadas que nacían.

Labán estuvo de acuerdo con eso. Con el tiempo, Yahvé Dios multiplicó esos animales manchados y moteados tanto que los rebaños de Jacob superaban en número a los de su suegro. Esto llevó a los celos, la desconfianza, y por último, a una ruptura entre los pastores de Jacob y Labán (Génesis 29-30).

Regresando a casa

La Palabra dice que tus pecados te encontrarán y que cosecharás lo que siembras: la ley de la cosecha. Eso fue cierto para Jacob.

Después de veinte años, la hostilidad llegó a un punto crítico, por lo que Jacob hizo planes para regresar a Canaán. Dios quería que Jacob volviera a la tierra que le había prometido a su padre, Isaac, a su abuelo Abraham, y a él. Debido la ruptura entre él y su suegro, Jacob regresó a la casa que pertenecía. Como después descubriría, Dios habría organizado un regreso a casa que nunca hubiera imaginado (Génesis 31-33).

La reunión

Durante su viaje de regreso a Canaán, Jacob se preguntaba acerca de Esaú y si estaría vivo, por lo que envió algunos mensajeros por delante para averiguar. Después de varios días, los mensajeros regresaron y le dijeron a Jacob que su hermano venía a recibirlo junto con cuatrocientos de sus hombres.

Jacob entró en pánico. Ideó un plan para separar a sus familias en dos grupos y poner cierta distancia entre ellos. De esa manera, si Esaú y su banda de hombres atacaban a un grupo, el otro podría escapar. Jacob recordó que su hermano quería matarlo cuando se fue de la casa. ¿Esaú llevaría a cabo su amenaza?

Jacob no tenía por qué temer; Dios había preparado el camino ante él. Cuando vio a Esaú, se inclinó ante él siete veces, y Esaú lo abrazó y lo besó. Los dos hermanos dieron la bienvenida a las familias de cada uno. No sabemos lo qué Esaú experimentó durante esos veinte años de separación que lo llevaron a perdonar a su hermano. Quizás la relación con sus esposas, hijos y otras personas le recordó los buenos momentos que él y Jacob habían compartido cuando eran niños. O quizás sus relaciones tuvieron sus propios altibajos, y aprendió que la reconciliación es necesaria para obtener resultados saludables.

Lecciones personales

Podemos aprender varias cosas de la historia de Jacob y Esaú. En nuestras vidas, en nuestros matrimonios, como padres, familias extendidas, vecinos, compañeros de trabajo e incluso congregaciones, los desacuerdos son inevitables debido al pecado original. Incluso después de años de ser cristianos nacidos de nuevo, podemos equivocarnos en nuestra naturaleza humana, lo que la Biblia llama nuestra «carne». Las personas pueden hacer o decir cosas que nos hagan enojar debido a diferencias de personalidad o éticas que entran en conflicto con las nuestras.

Si no tenemos cuidado, las cosas pueden pasar de un desacuerdo a una batalla. Ambas partes pueden asumir que la otra les debe una disculpa y, a medida que pasa el tiempo, ninguna de las partes avanza hacia la reconciliación. Si no se controla, esto puede generar resentimiento, disgusto e incluso odio. Un aparente grano de arena se convierte en una montaña que no podemos penetrar.

Entrando en acción

Como cristianos, estamos llamados a un estándar más alto: reconciliarnos con otros que pudieron habernos hecho daño o con aquellos a quienes nosotros se lo hemos hecho. A veces debemos enfrentar lo que no queremos.

Para confrontar, debemos tomar la iniciativa e ir a la otra persona. Puede que esto no sea fácil para la mayoría de las personas, pero es necesario porque el perdón es necesario. Ya sea por teléfono, mensaje de texto o en persona, debemos ponernos en contacto con la persona que nos ofendió.

Esto puede hacer surgir todo tipo de emociones, como miedo, pavor o preocupación. También puede provocar pensamientos irracionales: ¿Qué pasa si cuelgan el teléfono? ¿Qué tal si me gritan o dicen algo grosero?

Independientemente de nuestras dudas, no podemos posponer las cosas. La reconciliación es lo correcto, y posponerla es una irresponsabilidad y falta de justicia y misericordia. Si hicimos daño a alguien, debemos disculparnos. Pedir perdón es el último paso en la reunificación. Es misericordia en el sentido de que nos ponemos a merced de la otra persona.

¿Qué pasa si alguien nos ofendió pero no ha intentado disculparse? En ese caso, debemos perdonar a la persona de todos modos. Esto puede parecernos difícil de hacer, pero, ¿merecía Jacob el perdón de su hermano Esaú? ¿Lo estaba esperando?

Beneficios

¿Por qué es tan importante la reconciliación? Por un lado, nos hace estar bien con Dios. Tenemos comunión con Él cuando estamos bien con los demás. Además, experimentamos sanación emocional, mental, física y espiritual. Tenemos alivio del estrés, la ansiedad, la preocupación, el insomnio y la depresión que nos han acosado durante años.

Dios inició la reconciliación a través de Su Hijo. Por nuestro bien, practiquémosla con otros.

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Written By

Abel Zaragoza works as an alcohol and drug counselor (AOD) for Riverside County, CA, and worships with the Ontario English-speaking CoG7 congregation. His hobbies are gardening, traveling, and doing research to help congregations. Abel lives in Yucaipa, CA.

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