La pronunciamos al final de cada oración, y con frecuencia con muy poca reflexión en su significado — como decir “adiós” al final de una conversación. Pero, ¿Qué, si éstas fueran las seis palabras más poderosas que habláramos? ¿Cambiaría eso la forma en la cual oramos? ¿Cambiaría la forma en la cual vivimos? En el nombre de Jesús, amén.
¿Alguien puede decir amén?
Es una palabra sorprendente y una de las más dichas universalmente sobre la tierra. El amén se originó hace milenios en el lenguaje Hebreo. Igual a la palabra Hebrea para creer o fiel, ésta conlleva dos significados diferentes, pero relacionados. Cuando va al inicio de una oración (tal como Jesús con frecuencia lo hizo), amén significa que algo es cierto y fiel, confiable y creíble. Cuando se usa al final (como frecuentemente es el caso de una oración), ésta es respuesta a una expectativa confiable. Ella significa “Yo creo,” “así sea,” ó “que sea haga.”
Tal palabra estuvo destinada a seguir al pueblo de Dios desde el antiguo hasta el nuevo pacto. Los judíos que escribieron el Nuevo Testamento lo hicieron casi en su totalidad en griego, pero esta palabra fue traslada literalmente del Hebreo. Cuando la Biblia fue traducida al Latín, la palabra amén fue conservada. Con el tiempo, apareció en inglés, español, y en otras docenas de traducciones. Cuando se dice después de una lectura Escritural, o después de las palabras de un predicador que suenan verdaderas, amén se convierte en un gesto de aceptación, de estar de acuerdo, y apropiación de esas poderosas palabras. Cuando se dice al final de una oración, amén es una confesión de fe de que Dios está escuchando y responderá.
Orando en el nombre de Jesús
Entonces, ¿Qué significa decir “Amén” después de decir “en el nombre de Jesús”? Una experiencia de la escuela secundaria me viene a la mente cuando medito en ella. Un verano, tuve la oportunidad de hacer unos proyectos para el Dr. Albert Carlin en su casa en el pequeño pueblo de Stanberry, Missouri. El doctor Carlin era conocido como un miembro fiel de la Conferencia General. Era incluso mejor conocido como un miembro fiel de la comunidad Stanberry, habiendo atendido partos de niños nacidos allí por varias décadas, y habiendo provisto de cuidado médico a la mayoría de sus habitantes.
Mientras trabajada en su casa, necesité comprar provisiones en varias ocasiones. Las instrucciones del doctor Carlin eran simples: “Ve y encuentra lo que necesites, y cuando vayas a pagar diles que lo pongan a mi cuenta.”
Me sentía un poco ansioso. Un muchacho de dieciséis años manejando un carro prestado en un pueblo nuevo, entrando en una variedad de negocios y armado únicamente con, ¡en nombre del Dr. Carlin! La escena, sin embargo, se desarrolló tal como se esperaba. Sólo colectaría las provisiones que necesitaba, iría ante la cajera y, en vez de pagar sólo diría, “Cárguelo a la cuenta del Dr. Carlin.”
Todo empleado de cada tienda que visitaba respondía alegremente sin dudar nada. Su nombre tenía gran poder en ese pequeño pueblo. Sólo tenía que decirlo de acuerdo a su voluntad y obtenía toda la autoridad necesaria para cumplir con el cometido.
Esa es la esencia del significado de orar en el nombre de Jesús. Cuando mencionamos Su nombre de acuerdo a Su voluntad, obtenemos toda la autoridad necesaria para realizar Su encomienda. Unos diez años más tarde, tuve el privilegio de ser el pastor del doctor Carlin cuando partió de esta vida. Al sentir la briza de verano en los rostros de familiares y amigos, de pie ante su tumba oré para que Dios aceptara el espíritu de este hombre y lo resucitara en el día postrero. En el nombre de Jesús. Amén.
Viviendo en el nombre de Jesús
Las palabras finales de Jesús sobre la tierra fueron palabras de autoridad. Habiendo alcanzado decisivamente la victoria sobre el pecado y la muerte mediante la resurrección de los muertos, y estando preparado para partir al cielo, dijo:
“Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28:18-20).
La Gran Comisión de Jesús está cimentada en Su gran autoridad. Jesús envía a Sus discípulos al mundo adhiriéndose a la misión de Dios de evangelizar y discipular con toda la autoridad en el cielo y en la tierra. La promesa de Jesús a Sus seguidores es que Él — teniendo suprema autoridad — los acompañaría hasta el final de esta era y los prepararía para la próxima. Si ellos fueran con Él en la misión al mundo, de hecho irían con Su plena autoridad. Sus seguidores sólo tendrían que mencionar Su nombre de acuerdo a Su voluntad, y ellos tendrían toda la autoridad necesaria para cumplir la misión.
Las palabras finales de Jesús también estuvieron envueltas de poder. Lucas registra a Jesús declarándoles a Sus discípulos de no preocuparse por el tiempo del establecimiento de Su reino físico sobre la tierra, sino más bien que esperaran en Jerusalén, confiando en que “recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hechos 1:8).
El relato de Mateo se enfoca en la autoridad de Jesús (griego: exousia), en el hecho de que Él es el gobernante de todas las cosas — Rey de Reyes y Señor de Señores. Sin embargo, las claves del relato de Lucas estriban en el poder (griego: dunamis) que Jesús da a Sus seguidores para que sean Sus testigos. Este es un poder que hace milagros e identifica a los seguidores de Jesús con el mismo gran Obrador de Milagros. Sus seguidores harían “obras mayores” que las que Él hizo puesto que Jesús regresaba al Padre y enviaría al Espíritu Santo para morar en ellos (Juan 14:12).
El mismo poder mostrado en la vida y resurrección de Jesús moraría en Sus discípulos y los facultaría para testificar al mundo en nombre de Cristo. Armados con el poder del Espíritu de Jesús y la autoridad en Su nombre, nada en la voluntad de Dios sería imposible para los seguidores de Jesús. Ellos estaban completamente equipados para unirse a la misión de Dios.
Testificando en el nombre de Jesús
Esta combinación de autoridad y poder la vemos a través del libro de los Hechos cuando los discípulos salieron al mundo confiando en la autoridad del nombre de Jesús y en el poder que obra milagros. El objetivo no era glorificarse a ellos mismos, sino a Dios. Los dones y frutos del Espíritu no se otorgaron para inflar a los creyentes de orgullo, sino para señalar más allá de ellos, al Dios que obra dentro de ellos.
Finalmente, el propósito de que los seguidores de Jesús sean sostenidos con autoridad y poder de lo alto, no fue su progreso personal, sino el avance del reino de Dios. Y eso es justo lo que sucedió. El reino de Dios creció por todas partes donde Sus seguidores iban con el poder y autoridad del nombre de Jesús. Con ello es que Jesús se consumió al dedicar Su ministerio terrenal a la práctica y predicación del innovador reino de Dios.
Por supuesto, para sorpresa de los contemporáneos terrenales de la época de Jesús, Dios no estableció Su reino en su plenitud (1 Corintios 15:20-28; Hebreos 2:5-18). Más bien, Él inauguró Su reino en la aparente e insignificante obra de Jesús y Sus discípulos. Sin embargo, este reino se esparció como levadura en la masa, creciendo como una minúscula semilla hacia un enorme arbusto (Mateo 13:31-34).
Un amigo mío ha comparado el reino de Dios con un tren entrando a una estación. Al detenerse el motor, el tren ya ha llegado. Sin embargo, hasta que todos los carros del tren hayan pasado y el furgón de cola se haya detenido, el tren aún no ha llegado completamente. Así es con el reino de Dios. El motor se detuvo con la primera venida de Cristo, pero el último furgón no llegará sino hasta Su regreso. Mientras tanto, los carruajes están llegando a la estación. Además, los seguidores de Cristo son llamados a tirar de los carros hacia la estación en seguimiento a Su primera venida, y acelerando el día de Su segunda. Esa es la razón por la cual estamos aquí — para proclamar y practicar el reino de Dios con la autoridad y poder de Jesucristo.
¡Amén!
Poniéndolo de otra manera, nosotros somos llamados a vivir acorde a la oración que Jesús nos enseño:
“Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea Tu nombre. Venga Tu reino. Hágase Tu voluntad, como en el cielo así también en la tierra. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Y perdona nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal; porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos, Amén” (Mateo 6:9-13).
“Venga Tu reino hágase tu voluntad, como en el cielo así también en la tierra.” Esta es la primera petición que Jesús nos dice que hagamos — más importante que nuestro pan cotidiano y que incluso el perdón de nuestros pecados. El reino venidero de Dios será en toda su plenitud; la voluntad de Dios hecha en la tierra como se hace en el cielo: ésta es la misión de Dios y la nuestra. Todos los días somos llamados a orar, vivir, y testificar en el nombre de Jesús. Sólo necesitamos mencionar Su nombre de acuerdo a Su voluntad, y obtenemos toda la autoridad que necesitamos para cumplir Su cometido.
Que la autoridad del nombre de Jesús y el poder de Su Espíritu sean evidentes en todo lo que hagamos. En el nombre de Jesús, amén.