Que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina (2 Timoteo 4:2).
Después de ir a dejar a mi familia a un lago cerca de nuestra casa, puse en marcha nuestra minivan y me dirigí a la biblioteca. Mientras mi marido y mis hijos pescaban, yo tenía la intención de empezar a planificar la escuela en casa para el nuevo año escolar.
Esperaba comenzar el segundo grado con mi hijo y tenía en mente algunos temas que quería abarcar. Ahora necesitaba algunos recursos. Indagaría sobre poesía y títulos en temas de ciencia, y también cuadernos para escribir los planes de estudio. Quería administrar fielmente esa época tan especial en la vida de mis hijos. Con un solo vehículo en nuestra familia, tenía el tiempo limitado antes de tener que recogerlos del lugar donde pescaban.
Las tardes de verano en Florida son sofocantes y con un calor insoportable y casi a diario vienen con una tormenta de lluvia. Así que, con libros y papeles en la mano, me dirigí hacia una mesa vacía en aquella biblioteca con aire acondicionado. Fue entonces cuando me percaté de un hombre con botas de mujer y con una larga peluca roja al estilo de la Sirenita. Andaba caminando por los libreros hasta que me vio, después me estaba enseñando las negras nubes que se estaban formando afuera de las ventanas. Le sonreí y respondí a su comentario sobre el clima. Luego puso su atención en los libros otra vez, y yo volví a centrarme en los planes de educar en casa.
Momentos después, el hombre comenzó a hablar de los huracanes que él había vivido, algo que teníamos en común. Parecía algo nervioso, pero a la vez interesado en tener una conversación. Parado al lado de mi mesa, empezó (sin que yo le preguntara nada) a decir que no siempre se vestía con ropa de mujer y que no se consideraba totalmente una mujer. También me compartió algunos detalles de su hijo pequeño. Lo escuché con suma atención, sorprendida de que me lo compartiera, una extraña, tan vulnerablemente.
Cerré mi cuaderno. Creo que tenías un plan diferente para mi tarde, ¿verdad, Señor? En ese momento, decidí seguir la oportunidad que el Señor me había presentado en lugar de seguir mis propios planes. Me di cuenta, que quizá nunca tendría otra oportunidad como esa en mi vida. Dios también me dio la gracia para entender que si Él me había llamaba para enseñar y preparar a mis hijos a través de la educación en casa, podía confiar en que Él me daría tiempo para lograr la planificación necesaria.
Después de hacer a un lado mis libros, el hombre se sentó conmigo. Mencionó a su ex — novia, algunos problemas de salud mental, y dificultades con los miembros de la familia. Después los asuntos de índole espiritual entraron a nuestra conversación. Compartió sobre sus antecedentes en la fe. Sintiendo que esta interacción era una cita divina, le pregunté al hombre si podía orar con él en el nombre de Jesús. Él consintió. Poniendo mi mano sobre la suya, oré para que conociera a Dios y entendiera los planes de Dios para su vida.
Una vez que terminó nuestra conversación, me apresuré a recoger a mi familia. Guardando los pocos útiles que traía, me di cuenta de que ese día algo mucho más vital que la planificación de la educación en casa se había llevado a cabo en aquel lugar. Al hacer a un lado mi agenda (y mi mesa), acepté la invitación de Dios para ofrecer hospitalidad a ese extraño de peluca roja. Doy gracias a Dios por confiarme una oportunidad divinamente orquestada y por haberme equipado para fielmente aceptarla.