Es jueves por la noche. Hay algo importante que tengo que hacer esta noche, pero tengo pavor en cada fibra de mi ser. Verá usted, el jueves por la noche en nuestra casa es la noche de estudio bíblico familiar.
Me estremezco al recordar el intento del estudio bíblico del jueves pasado. Cierro mis ojos y hago una rápida oración: «Dios, por favor no permitas que esta noche se sienta como una zona de guerra».
Memorias
Mi mente vuela al pasado, a más de veinte años, cuando mis hermanos y yo íbamos a la escuela dominical. Escuchaba con atención, sobre todo porque el maestro conocía muy bien a mis padres y yo no quería que les dieran un mal reporte. Así que, inevitablemente a la edad de 16 años, tomé la decisión de abandonarla.
Unos años más tarde, mi ahora suegro realizaba largos estudios bíblicos familiares los viernes. Mi enfoque ya había cambiado al pasar de los años, por lo que tuve un interés renovado que por fin me llevó al bautismo.
Frustraciones familiares
Pero el silencio respetuoso que mostraban las personas durante los estudios bíblicos a mi suegro cuando varias personas de todas las edades le escuchaban y participaban no me fue mostrado a mí cuando trataba de involucrar a mis propios hijos en la Palabra de Dios.
¿Qué estaba haciendo mal? Cuando empecé a estudiar la Palabra de Dios con ellos, eran todavía muy pequeños. Todavía guardo gratos recuerdos de cuando nos acurrucábamos en el sofá viendo dibujos, haciendo oraciones sencillas y simplemente disfrutando al compartir Su Palabra con materiales apropiados para sus edades. Pero a medida que mis hijos crecían, me costaba trabajo hacerlos participar en cualquier historia bíblica. Todo lo que intentaba, simplemente no parecía dar en el clavo.
Batalla interna
Así que esta noche me espera todavía otra batalla. Respiro larga y profundamente, exhalando lentamente mientras me preparo para la habitual resistencia. Puedo hacerlo, me digo a mi misma. Pero la voz en mi cabeza me dice: «Vamos a dejarlo por la paz esta noche. ¡De todos modos ni les gusta!».
Otras excusas empiezan a fluir por mi mente en rápida sucesión. Enérgicamente sacudo mi cabeza, intentando ignorar los comentarios que tratan de detenerme. Me levanto lentamente de la comodidad de mi sillón y avanzo por el pasillo hacia el final de la escalera. «¿Michael? ¿Sarah? Es hora de nuestro momento especial en familia», grité, sonando un poco más entusiasmada de lo que me sentía.
Una respuesta lenta
Al principio hay un silencio. Vuelvo a llamarles por su nombre, fingiendo que no sé si me escucharon la primera vez. En mi mente, me los imagino poniéndose las manos sobre los oídos para ignorarme.
Pasan otros diez minutos y tres llamadas más (las cuales van siendo cada vez más fuertes) antes de que sus desinteresados rostros aparezcan por el barandal de la escalera. Mientras se deslizan por las escaleras, hago mi mayor esfuerzo por ignorar los ojos en blanco y los ocasionales susurros en voz baja. «¡Es aburrido! ¡Mis amigos no tienen que hacer esto!» son algunos de los comentarios que tengo la bendición de escuchar.
Un pequeño estímulo
Después de zapatear por las escaleras, Michael y Sarah se tiran en los dos sillones de nuestra sala. Los sigo.
Bien. Los he hecho bajar las escaleras. Es un buen comienzo, ¿no es así? Me digo, tratando de aferrarme a alguna migaja de aliento que me incite a dar el siguiente paso.
Inicio de la oración
Comenzamos como siempre lo hacemos: con una oración de reconocimiento y gratitud, seguida por el habitual recordatorio de que debemos traer nuestras Biblias al estudio.
Ambos se levantan y se dirigen al librero, sacan sus Biblias y vuelven a sus sillones. Mientras lo hacen, mis pensamientos vuelven a un artículo que he estado leyendo últimamente sobre el poder que nos infunde una oración de gratitud. El autor escribe que uno de los beneficios de la oración de agradecimiento es que nos ayuda a ver a Dios.
Perseverancia
Veo los infelices y desinteresados rostros de mis hijos, perdiendo toda esperanza de que nuestra oración les aporte algo que se relacione con Él.
Mi hijo, tan diferente a su habitual bulliciosa y curiosa personalidad, ahora está callado y reservado. Mi hija se vuelve desafiante y cautelosa, características muy alejadas de la niña simpática y cooperativa que naturalmente es.
¡Pero no! Me digo a mí misma. No me daré por vencida. Repaso las escrituras en mi cabeza que dicen que los padres deben enseñar los caminos y la Palabra de Dios a sus hijos. «De acuerdo Señor. No me voy a rendir». Vuelvo a respirar profundamente, y empezamos de nuevo.
Lucha bíblica
Hablo durante unos instantes preguntándoles por su día en la escuela. Surgen algunos gruñidos como respuesta, y luego comenzamos a leer las Escrituras. Mi hijo, tras leer los pasajes tocantes a la caída de Jericó (con el tono más monótono que se conozca), termina la lectura con un bostezo mientras cierra su Biblia.
A lo largo de la lectura, veo que los ojos de mi hija se concentran en el enorme reloj en la pared. En cuanto termina, cierra también su Biblia de golpe y suspira como si estuviera profundamente aliviada.
Escuchando la voz
Se produce un silencio por cerca de tres minutos mientras mis hijos me ven, esperando que les exponga la escritura, después de lo cual ambos saben que estarán libres para irse. Durante esos tres minutos de silencio, escucho una voz en mi cabeza que reconozco en mi caminar cristiano como una palabra de guía del Espíritu Santo.
“Muévete”, me dice esa voz.
Mientras me siento allí, meditando sobre lo que podría significar la palabra muévete, me doy cuenta de que lo que Dios me está diciendo repentinamente me abre los ojos. Dios me hace saber que en lugar de sentarme a leer, como mi experiencia me ha enseñado, debería hacer algo con lo que mis hijos puedan identificarse.
Un plan diferente
Esta vez sonrío mientras un plan diferente se forma en mi mente.
«Muy Bien», digo emocionadamente. «Síganme y copien exactamente lo que yo haga». A medida que avanzamos hacia el largo pasillo, creo ver aparecer leves sonrisas en sus rostros curiosos.
Mi enfoque de esta noche ha sido mostrar la magnificencia y el poder de Dios en la caída de Jericó. Pero ahora, con esta nueva palabra de Dios, lo haré de una manera diferente.
Gozo que deja sin aliento
Me pongo en cuatro patas y gateo por nuestro largo pasillo. Desde allí salimos corriendo hacia el jardín. Una vez allí, salto en el aire tres veces.
A mis espaldas escucho un ruido especial que no había oído en meses: ¡los hermosos e incontenibles gritos de risa que salen de la boca de mis hijos! Bailamos y damos vueltas por el jardín, los niños imitan cada una de mis acciones. Al final, todos regresamos, sin aliento y emocionados a la sala.
Una nueva perspectiva
Esta vez nos sentamos en un ambiente de emoción propicio para las lecciones que había planeado escrupulosamente y que Dios, en Su sabiduría, nos ha influido.
Michael y Sarah me ven ahora, esperando ansiosamente averiguar lo que detrás de nuestra divertida actividad. Les recuerdo la caída de los muros de Jericó, y casualmente menciono que a veces en la Palabra de Dios se nos pide que hagamos cosas que no tienen sentido. Pero al final, Dios tiene un plan. Aunque no entendamos cuál es y no podamos comprender el sentido en este momento, debemos hacer lo que Dios nos pide.
Lo más probable es que Su plan funcione mucho mejor de lo que hemos imaginado.
Una lección inolvidable
Dios me dio una inolvidable lección espiritual aquella noche. Tuve que aprender a encontrarme con mis hijos en un espacio donde ellos pudieran encontrarse con Dios. Involucrarse con la Biblia a través de actividades, risas y formas con las que podían relacionarse fácilmente, logró hacer que las lecciones de la Biblia cobraran vida para ellos.
Mi planificación me ha requerido un poco más de razonamiento, trabajo y oración ferviente, pero realmente ha valido la pena. Los ojos en blanco y los desventurados rostros son ya casi inexistentes. Todavía hay días con esa lucha normal en los que lucho por la atención y participación de mis hijos, pero esos días ocurren con menos frecuencia que antes.
Apoyándose en Dios
Nuestro mundo tiene muchas distracciones que compiten por la atención de nuestros hijos. Tenemos que hacer todo lo posible para que los momentos de tiempo en familia con Dios sean lo más afines a ellos.
Si usted tiene la misma batalla contra la que yo he peleado, trate de pedirle a Dios que inspire sus lecciones. Luego, espere y vea lo que Él hará para activar su santa imaginación.