Cuando Dios me llamó al ministerio, fue como un choque para mí, e indudablemente para todos los que me conocían. Había pasado años rechazando a Dios y Su Palabra, aunque había sido criada por una abuela devota Adventista del Séptimo Día. Solíamos tener devocionales al amanecer, y vespertinos al atardecer, guardábamos el sábado y vivíamos nuestra vida en el mundo, pero no la del mundo. Bajo el cuidado de “mamá” llegue a conocer a Jesús como Salvador, pero posteriormente seguí mi propio camino.
Errante
Cuando era estudiante universitaria en los turbulentos 1960s, me especialicé en filosofía y adopté una cosmovisión que combinaba varios sistemas de creencias contrarios a las enseñanzas bíblicas. Desistí de la iglesia, y prácticamente desistí de Dios. No me molestaba invocarlo o leer los Salmos en tiempos difíciles, pero me enorgullecía a mí misma de ser auto-suficiente. Aunque muchos salmos hablaban de humildad delante de Dios, mi respuesta era, “un Dios amoroso no querrá que yo me humille a mí misma” postrándome. Incluso una excelente educación no me preparó para discernir la vasta diferencia espiritual entre humildad y humillación.
Luego llegó esa noche en 1985 cuando parecía como si Dios sostuviera un espejo en alto y me viera a mí misma como una pecadora, viviendo una vida que seriamente le desagradaba. Me encontré a mí misma de rodillas llorando incontrolablemente, suplicándole a Dios que perdonara mis pecados, y pidiéndole que regresara a mi vida. Sentí Su perdón, y me agrada decir que di un giro completo. Pero ese no era el caso.
Comparo mi experiencia a la de la parábola del sembrador en Mateo 13:3-9. En mi caso, nunca estuve segura en cuál de las tres tierras infértiles cayeron las semillas. Sin embargo, sí estaba segura que ésta no había caído en tierra fértil, ya que no produjo el fruto de un cambio duradero en mi vida.
Valores conflictivos
Aproximadamente diez años más tarde, conseguí un cargo de gerente en una corporación pequeña con una clientela nacional. Al principio ese empleo me parecía grandioso, pero estaba dentro de un ambiente toxico donde la mayoría de las personas eran maltratadas y los ejecutivos operaban sin ningún código moral.
Después de varios meses, se me pidió que hiciera algo que yo consideré no ético. Me demoré lo más que pude y di la falsa impresión que estaba haciendo lo que se me había pedido hacer. Me sentí desilusionada de mí misma y avergonzada de cómo estaba manejando la situación. Para empeorar las cosas, mis gastos eran altos. Sin una red de seguridad, temía tomar una posición y arriesgarme a ser despedida.
Con desesperación, comencé a orar y a pedirle a Dios que me librara de esto. Recordé la historia de cómo Dios liberó a los israelitas de los capataces egipcios (Éxodo 1-12), y continué orando por esa libertad. Muy pronto, Él me mostró que yo necesitaba mostrar fe y dejar ese trabajo, aun cuando no tenía otro esperándome. Dios me dio el valor para irme y la gracia para no arrepentirme por un solo momento.
Rumbo diferente
El llamado al ministerio vino días después de haber dejado ese empleo — un choque para mi sistema. Inmediatamente, el Señor puso un deseo ardiente en mi corazón de acercarme a Él. Comencé asistiendo a una denominación diferente a aquella a la que había sido criada. Participé en un estudio Bíblico y estudié Su Palabra intensamente con la ayuda de guías de estudio y comentarios. Dios me dio la inspiración para profundizar en la Biblia con el mismo compromiso de aprendizaje que me ayudó a recibir tres títulos universitarios. Yo era erudita especializada en investigación con publicaciones académicas en mi haber. Al comienzo de mi vida profesional yo había sido maestra de lectura, bien equipada con habilidades en lectura y escritura, y la habilidad de enseñar a otros. Mientras buscaba una nueva posición, el Señor me equipó para el trabajo que Él me estaba preparando.
Durante este tiempo de preparación, el Señor me hizo enfocarme en Habacuc 2:2, 3. Ese pasaje me ayudó a entender que mi tarea señalada era escribir algo relacionado al estudio de Su Palabra. Necesitaba escribir esto en forma simple y ser paciente en la ejecución de la tarea. También tuve una visión fugaz que el trabajo habría de tener un alcance internacional, aunque no podía imaginar cómo sucedería eso.
Lo más importante es que Dios me mostró formas de usar mis dones y talentos para que mi estudio acerca de Su Palabra fuera fructífero. Ese fruto tomó la forma en una línea de rompecabezas y juegos al que yo le llamé Bible Goodies (Delicias Bíblicas) que ayudaran a niños y adultos a aprender cómo encontrar y leer la Escritura por ellos mismos.
Nuevas oportunidades
Mediante la dirección del Espíritu Santo, el ministerio de las Delicias Bíblicas se fusionó con mis deseos de ser una mujer de negocios. Desarrollé y auto edité una docena de productos, y pronto comencé a venderlos en pequeña escala a iglesias, escuelas cristianas, y a familias en varios estados, y en las Islas Vírgenes de EUA. A través de mis donaciones de productos a misioneros, las Delicias Bíblicas fueron llevadas should be: Los Regalitos Bíblicos fueron llevados a varios países de Centro América y África — el cumplimiento del alcance internacional. Durante mis dieciocho meses entre uno y otro trabajo fui bendecida desmedidamente, aun cuando el negocio nunca tuvo una ganancia. El Señor me dio un espíritu de gozo y suplió todas mis necesidades. Continué el ministerio de Delicias Bíblicas por varios años, incluso después de haber obtenido un empleo a tiempo completo.
El Señor me proveyó con una posición como directora a tiempo completo en una organización nacional sin fines de lucro, donde trabajé durante dos años. Durante ese tiempo, mi deseo de servirle creció intensamente, y oré para que Él proporcionara una oportunidad en la que mi vida profesional y mi vida de fe se unieran sin problemas. Durante ese período, Él continuó equipándome mientras profundizaba más en la Escritura. Meditaba en varios libros, incluyendo Isaías 6:1-8, en las que el profeta describió su visión de encontrarse con la gloria de Dios. Adopté el verso 8 como algo propio, y frecuentemente oraba, “Heme aquí, envíame a mí.”
Equipada para el ministerio
Al final de los dos años, el Señor me llamó a un ministerio de enseñanza en una institución cristiana, donde mi vida profesional se fusionó con mi vida de fe. Lo más importante, fue que capté la plenitud del señorío de Cristo en mi vida, al humillarme a mí misma ante Él. Durante catorce años llenos del Espíritu, enseñé en un programa de maestría de dos años en liderazgo organizativo. Mis estudiantes eran ejecutivos, gerentes, y supervisores de una sección transversal de industrias en un área tri-estatal. Algunos estudiantes eran creyentes, otros escépticos. Mediante el trabajo del Espíritu Santo, algunos creyentes crecieron en fe, y algunos escépticos rindieron sus vidas a Cristo. Fue una experiencia impresionante para mí como profesional pasar catorce años enseñando liderazgo con un sólido fundamento de la Escritura.
Comunicación divina
En el programa de Liderazgo Organizativo, usamos muchos libros de texto, pero la Santa Biblia fue el libro de texto más importante en cada sesión de cada curso. Por ejemplo, en nuestro curso de Liderazgo y Comunicación, discutíamos el hecho de que la comunicación es tan importante para Dios que Él habló, y la creación vino a es existencia en Génesis 1:1-31. Con frecuencia la comunicación es señalada como el problema más grande en las organizaciones, así que explorábamos las referencias bíblicas al respecto.
Discutíamos cómo la gente se rebeló contra Dios al construir la Torre de Babel para alcanzar los cielos (Génesis 11:1-9). Al mismo tiempo, Dios confundió su lenguaje común y los esparció por sobre toda la tierra, hablando muchos lenguajes. En otro milagro de comunicación descrito en Hechos 2:1-13 Dios capacita a los apóstoles para hablar en otras lenguas en Pentecostés, para que las gentes de todas partes escucharan el evangelio en su propio lenguaje. Estudiar el Liderazgo y la Comunicación desde la perspectiva bíblica, les daba a los líderes de las organizaciones en nuestro programa una forma significativa de pensar respecto a su propia comunicación. Lo mismo era cierto para todos los diez cursos que conformaban el programa de maestría en el liderazgo organizativo.
Aún me estremezco de cómo el Señor me llamó, me equipó, y me usó en el ministerio. Habiendo sido bendecida con el don de la docencia, estoy agradecida de que Él me permitiera usar ese don para traer a otros hacia Él. Pero sobre todo, estoy muy agradecida que aunque yo prácticamente desistí de Él, él nunca me abandonó.