Otra mirada al hombre rico y a Lázaro.
por R. Herbert
A veces, un poco de investigación bíblica puede abrirnos nuevas perspectivas para comprender las historias del Nuevo Testamento y cómo se relacionan con nosotros hoy. Podemos hacerlo con una de las parábolas de Jesús.
El sacerdote
El Evangelio de Juan nos dice que cuando Jesús fue traicionado, “lo ataron y lo llevaron primeramente a Anás, que era suegro de Caifás, el sumo sacerdote aquel año” (Juan 18:12, 13). Al parecer, el apóstol Juan conocía a algunos miembros de la familia del sumo sacerdote y pudo proporcionar este detalle que no se encuentra en los otros Evangelios.
Anás era el patriarca de una dinastía de sacerdotes. Había servido como sumo sacerdote durante diez años (6-15 d. C.). Cuando fue depuesto por el procurador romano Grato, Anás mantuvo un alto grado de poder al organizar el nombramiento de sus cinco hijos (Eleazar, Jonatán, Teófilo, Matías y Ananás) y su yerno, Caifás, para sucederlo. El sumo sacerdote judío normalmente servía de por vida (Números 35:25, 28), por lo que los rápidos cambios en la sucesión después de Anás sugieren que pudo haber trabajado para mantener el control de las cosas como el verdadero poder tras la jerarquía del templo. Este mantenimiento del poder, aunque técnicamente fue depuesto, explicaría por qué Anás continuó al frente del Sanedrín judío (Hechos 4:6). Quizás también explique por qué, cuando Jesús fue arrestado, fue llevado primero, no ante Caifás, el sumo sacerdote, sino ante Anás. Tan real era el poder de Anás tras bambalinas que Lucas registra que la palabra de Dios llegó a Juan el Bautista “durante el sumo sacerdocio de Anás y Caifás” (Lucas 3:2).
El complot
En su Evangelio, el apóstol Juan nos da otra información sobre los tratos de los sumos sacerdotes. Después de que Jesús resucitó a Lázaro de la tumba, Juan nos dice que ”los jefes de los sacerdotes decidieron matar también a Lázaro, pues por su causa muchos se apartaban de los judíos y creían en Jesús“ (12:10, 11).
De nuevo, Juan pudo haber aprendido esto gracias a sus contactos en las casas de los sumos sacerdotes. Pero es evidente que se trataba de un complot real para deshacerse no solo de Jesús, sino también de Lázaro como prueba del milagro de Cristo. Aunque no se menciona a Anás por su nombre, es inconcebible que tal complot se hubiera tramado sin el conocimiento del sumo sacerdote y sus hijos.
Para comprender el significado de este trasfondo, debemos fijarnos en una de las parábolas de Jesús pronunciadas en aquella época.
La parábola
En Su parábola de Lázaro y el hombre rico, Jesús dijo a Sus oyentes: “Había un hombre rico que se vestía con púrpura y lino fino, y daba espléndidos banquetes todos los días. A la puerta de su casa se tendía un mendigo llamado Lázaro . . .” (Lucas 16:19, 20). La parábola continúa diciendo que, al morir, el hombre rico imploró al patriarca Abraham desde el Hades: “Te ruego, padre, que mandes a Lázaro a la casa de mi padre, para que advierta a mis cinco hermanos y no vengan ellos también a este lugar de tormento” (vv. 27, 28).
[Nota del editor: Véase más sobre la interpretación de esta parábola en el folleto de BAP ¿Castigará Dios al Impío para Siempre?].
Observe que, aunque la NVI dice “a mi familia (en la versión en inglés), el griego en realidad dice “a la casa de mi padre”. Cuando Abraham responde: “Ya tienen a Moisés y a los Profetas; ¡que les hagan caso a ellos!”, el hombre rico responde: “No les harán caso, padre Abraham — respondió el rico — ; en cambio, si se les presentara uno de entre los muertos, entonces sí se arrepentirían” (vv. 29, 30).
A esto, Abraham afirma contundentemente: “Si no hacen caso a Moisés y a los Profetas, tampoco se convencerán aunque alguien se levante de entre los muertos” (v. 31).
El elenco de personajes en esta parábola es inconfundible. Aunque no se especifica que Lázaro sea el Lázaro de Betania, a quien Cristo resucitó de entre los muertos, el Nuevo Testamento no menciona a ningún otro Lázaro. Si hubiera sido otro individuo, Juan lo habría identificado como lo hace en otros casos cuando varias personas comparten el mismo nombre.
El hombre rico vestido de púrpura y lino fino es sin duda el sumo sacerdote Caifás, cuyas vestiduras eran exactamente como se describen. En definitiva, el hombre rico tiene un padre (Anás) y cinco hermanos (cuñados). En las familias cercanas de la antigua Palestina, “hermanos” podía significar hermanos de sangre o cuñados. Por lo tanto, la identidad de estos individuos es clara. De no ser así, Jesús no habría tenido razón para incluir a cinco hermanos en la parábola. El hombre rico podría simplemente haber suplicado por su familia.
Para los primeros oyentes de Jesús, Su parábola dejaba claro que, así como el padre y los hermanos del hombre rico no creyeron ni siquiera después del regreso de Lázaro, la familia del sumo sacerdote tampoco creyó cuando el verdadero Lázaro resucitó. Entendida así, la historia de Lázaro y el hombre rico tiene paralelismos con varias otras parábolas en las que Jesús utilizó situaciones históricas reales de Su época (p. ej., Lucas 14:28-33; 19:11-27).
Discreción
Podemos extraer una lección práctica de la infalible discreción de Jesús. Aunque Su audiencia pudo haber reconocido a los personajes de Su parábola, Jesús no los identificó por su nombre. Jesús nunca lo hizo, aunque podría haber acusado y desacreditado públicamente a individuos específicos en muchas ocasiones.
En nuestros tiempos de intensa invectiva política, este es un ejemplo que todo cristiano debe considerar. Espero que también nosotros sigamos la discreción de Jesús sobre lo que decimos de los demás.





