Jesús irrumpió en la historia de la humanidad y comenzó Su ministerio declarando: “El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio” (Marcos 1:15). De hecho, esta declaración representa el eje de todo Su ministerio.
Centrado en el reino
La frase reino de Dios aparece más de setenta veces en el Nuevo Testamento. Si le sumamos su equivalente reino de los cielos, se repite aproximadamente cien veces. La mayoría de las veces aparecen dichas por Jesús. Muchas de las parábolas fueron contadas para ilustrar el reino de Dios, comenzando con “El reino de los cielos es semejante”. Jesús usó frecuentemente la frase en oposición a los reinos de este mundo.
El concepto del reino de Dios establece el núcleo del mensaje de Cristo. Es interesante ver que generalmente la iglesia evangélica, desde un punto de vista teológico, se define a sí misma como cristocéntrica. Esto no es un error, ya que Cristo es el “corazón” de las Sagradas Escrituras. Pero debemos reconocer que Cristo habló mucho más del reino de Dios que de Sí mismo. Incluso cuando habló de Sí mismo, también habló en términos del reino.
En el sermón más largo de Jesús registrado en la Biblia, el Sermón del Monte, Jesús subió a la montaña, así como Moisés subió al Sinaí. Pero Jesús también habló desde el monte, como Dios lo hizo con Moisés. Allí Jesús citó varias veces este concepto del reino y estableció las Bienaventuranzas como el nuevo criterio para la nueva realidad del reino de Dios.
La llegada del reino
Además de Jesús, Juan el bautista afirmó que los seres humanos no íbamos al reino. Más bien, el reino de Dios vino viene a nosotros. Los seres humanos están “muertos” en pecados, incapaces de tomar ninguna iniciativa y salvarse a sí mismos. Pablo afirma: “Aun estando nosotros muertos en pecados, [Dios] nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos)” (Efesios 2:5). La llegada del reino no fue por acción humana sino por iniciativa divina, de Dios. De hecho, Cristo nos enseña en la oración del Padre Nuestro que debemos orar para que el reino de Dios siga llegando a este mundo, para transformar verdaderamente la realidad de miseria en la que vive la humanidad (Mateo 6:9-13).
El reino llegó
El trabajo pastoral de la iglesia, entre otras cosas, es directamente proporcional a la visión del reino de Dios. Si la visión es solamente escatológica o futurista (como creo que alguna vez lo fue), entonces el trabajo pastoral es limitado, con la creencia de que nada puede cambiar hasta que Cristo venga. Es verdad que el reino de Dios no ha sido completamente establecido. Si así fuera, el mundo sería diferente. Pero también es cierto que el reino de Dios tiene una dimensión presente, aquí y ahora. Dios ya nos ha visitado a través de Su Hijo Jesucristo, quien inauguró Su reino entre nosotros. Ahora mismo ese reino es una realidad en todos aquellos cuyas vidas han sido transformadas porque han aceptado a Cristo como su Señor y Rey.
Los fariseos le preguntaron a Cristo cuándo vendría el reino de Dios. La respuesta de Jesús fue: “El reino de Dios no vendrá con advertencia, ni dirán: Helo aquí, o helo allí; porque he aquí el reino de Dios está entre vosotros” (Lucas 17:20, 21).
Es interesante ver que el último verbo en la respuesta de Jesús está en tiempo presente: “El reino de Dios está entre vosotros”, es decir, aquí y ahora.
Otros reinos
Cuando Jesús estuvo ante Poncio Pilato, gobernador de la provincia de Judea y representante del reino romano, se centró en el reino de Dios. Los fariseos acusaron a Jesús de declarar que Él era rey. Inseguro sobre lo que habían dicho de Jesús, Pilato le preguntó directamente: “¿Eres tú el Rey de los judíos? Jesús respondió: “Mi reino no es de este mundo” (Juan 18:33, 36).
La expresión “Mi reino no es de este mundo” debe entenderse en el sentido de que el reino de Dios no se parece ni surge de los reinos de este mundo en modo alguno. Los reinos terrenales surgen del amor al poder, mientras que el reino de Dios surge del poder del amor. En palabras de Pablo, el reino de Dios es “justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo” (Romanos 14:17). En cambio, los reinos del mundo se caracterizan por la injusticia, la violencia, la corrupción y muchos males más que agobian al ser humano.
Una respuesta del reino
En el Evangelio de Marcos, cuando Jesús anuncia la llegada del reino, exige una respuesta de los oyentes: “Arrepentíos, y creed en el evangelio” (1:15). No puede ser ciudadano del reino de Dios y ser miembro de otros reinos oscuros. Jesús también afirmó: “El que no es conmigo, contra mí es; y el que conmigo no recoge, desparrama” (Lucas 11:23). Además, Jesús dijo: “El reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan” (Mateo 11:12). No hacer nada acerca de la llegada del reino es una respuesta negativa en sí misma, y aquellos que no respondan enfrentarán las consecuencias.
La iglesia y el reino
Después de lo dicho hasta aquí, surge la pregunta: ¿Qué papel juega la iglesia con respecto al reino de Dios?
Para responder a esto, debemos entender que la iglesia vive en una doble realidad. Por un lado está el reino de Dios y por el otro, el mundo cada vez más pecaminoso en el que vive. La respuesta requiere una clara comprensión y disposición de la trilogía: reino, iglesia, mundo.
Curiosamente, la definición de iglesia (de la palabra griega ekklesia) significa “asamblea o congregación convocada”. Los miembros están llamados a dejar el mundo y están llamados a permanecer fuera de él. Esto es espiritualmente significativo. Como cristianos, estamos llamados a abandonar el pecado que define al mundo, y estamos llamados a vivir el resto de nuestras vidas apartados de esa actividad pecaminosa.
No se trata de dejar literalmente el mundo, porque no tenemos otro mundo al que ir, ni es ese el deseo de Dios. Más bien, se trata de dejar el mundo espiritualmente, como Jesús le pidió a Su Padre: “No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal” (Juan 17:15).
Si bien es cierto que la iglesia no es el reino de Dios, también es cierto que es una comunidad diferente a la comunidad mundana, la comunidad de la iglesia da testimonio del reino de Dios y participa en él. La conversión a Cristo y al Espíritu Santo, el cual habita en los creyentes, los hace nuevas criaturas con una nueva conciencia, nuevos propósitos y un nuevo estilo de vida, donde la práctica del pecado ya no es la regla.
El creyente, salvado por la gracia de Dios, todavía vive dentro de su naturaleza humana, que naturalmente tiende al pecado. Esta realidad se conoce como la paradoja del ahora, pero todavía no. El creyente ya está perdonado de sus pecados y salvado de la condenación, pero aún no está completamente transformado. Pablo lo explica mejor: “Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros” (Romanos 7:22, 23).
Esta paradoja terminará cuando Cristo venga y seamos transformados de nuestra naturaleza humana a Su naturaleza divina. Juan afirma que un día, cuando Jesús se manifieste, seremos como Él, “porque le veremos tal como él es” (1 Juan 3:2).
La iglesia está llamada a ser la luz del mundo y la sal de la tierra. Esto quiere decir que la iglesia es la señal de que el reino de Dios ha llegado y que se esparce como levadura en la masa hasta impregnarla toda. La iglesia es responsable de infundir a la sociedad el evangelio del reino. Entonces, se trata de tener menos presencia del mundo en la iglesia y más presencia de la iglesia en el mundo.