by Laura L. Bradford
Al recordar mi infancia, no recuerdo un momento en el que no tuviera una melodía resonando en mi mente. Siempre me ha gustado cantar, tararear e incluso bailar para liberar los sentimientos de mi corazón. Ya sea una canción infantil como “Estrellita, ¿dónde estás?” o el imponente “Aleluya” de Händel, de su composición El Mesías, siempre he tenido una melodía en mi mente.
Después de entregar mi vida al Señor en los 70s, casi todas las melodías que me vienen a la mente son cantos de adoración. La mayoría provienen de las Escrituras, de la versión King James (versión en inglés), que sirvieron como una fuente popular de letras al principio de mi camino de fe.
Recientemente, he recordado una de esas piezas llamada “El Cántico de María”.
María era la hermana de Moisés, quien guió a las mujeres de Israel a bailar con gran regocijo tras escapar de sus captores egipcios. El Señor dividió milagrosamente el Mar Rojo, permitiendo a Su pueblo cruzarlo en seco. Cuando los egipcios intentaron perseguir a Israel, el Señor hizo que las aguas regresaran a su lugar, ahogando a los egipcios y sus caballos.
Mientras todo Israel se regocijaba por esa asombrosa liberación, María dirigió a las mujeres con las palabras: “Cantad a Jehová, porque en extremo se ha engrandecido; ha echado en el mar al caballo y al jinete” (Éxodo 15:21).
Me he dado cuenta que las alabanzas que resuena de este cántico son una bendición, enfocando continuamente mis pensamientos en Dios. Últimamente me han ayudado a confiar en Él durante varias pruebas abrumadoras.
En una ocasión, fui víctima de una estafa que amenazó mis cuentas bancarias. Sin embargo, la alentadora letra del cántico de María me aseguró que el Señor me salvaría de este enemigo. Me hizo contactar a mis banqueros, quienes se aseguraron de que no perdiera ni un centavo a causa del estafador.
Un segundo ejemplo es cuando la visión de mi ojo izquierdo se volvió borrosa de repente. Me encontré cantando alabanzas mientras el Señor me permitía obtener atención inmediata de mi oftalmólogo. Ahora el ojo se está curando rápidamente.
Recientemente, estaba intentando instalar un foco cuando se me resbaló de la mano y cayó en el lavabo del baño, rompiéndose al instante. Fragmentos de vidrio volaron por todas partes. Mientras la letra del cántico de María me calmaba, el Señor me mostró cómo limpiar el desastre para que no quedara ni un solo vidrio que pudiera hacerme daño.
Estos son solo tres ejemplos de por qué estoy tan agradecida por las alabanzas a Dios que resuenan constantemente en mi mente. Cuando me despierto sintiéndome desanimada y abrumada, mi tristeza se convierte en gozo cuando el canto me recuerda que el Dios amoroso que partió el mar me ha dado Su Espíritu para que sea mi guía en cada situación difícil. Él nunca me deja sola. Él me salvará de mis enemigos. Él sanará mis problemas físicos. Él tiene todas las respuestas, toda la provisión y todo el aliento que necesito para superar incluso los peores días. Qué bendición que, sin importar lo que enfrente, mi espíritu cante continuamente alabanzas al Dios que tiene una misericordia tan asombrosa que dio a Su único Hijo para pagar el precio por mis pecados. Oro para que los cantos que resuenan en mi mente siempre me traigan aliento, recordándome que el amor inagotable de Dios estará conmigo para siempre.





