Una jornada personal de aprender la paciencia del reino.
por Ruhama Assefa
Hay un tipo de espera que te transforma — no sólo el paso del tiempo, sino el tipo de espera profunda y espiritual que madura tu alma. He caminado a través de ella. He orado. He llorado. Y en cada momento, Dios estaba moldeando en mí algo que ahora reconozco como la paciencia del reino.
Altas y bajas
Fui la primogénita de mi familia y, desde que tengo memoria, anhelaba tener un hermano. Jalaba la mano de mis padres y decía: “¡Quiero una hermanita!”.
Pero cuando estaba en segundo grado, mi mamá enfermó gravemente. Después de una cirugía y una larga recuperación, los médicos le dijeron que nunca podría tener otro hijo. Fue desgarrador.
Unos años después, Dios hizo lo imposible: Mi mamá quedó embarazada. El embarazo era de alto riesgo, tanto para ella como para el bebé, y cada día se sentía como caminar por la cuerda floja de la fe. En su última semana, mamá se resbaló y se lesionó la columna, y temimos lo peor.
Pero Dios salvó tanto a mi mamá como al bebé. Después de nueve largos años de esperar, orar y creer, finalmente sostuve a mi hermosa hermanita en mis brazos.
A los 17 años, yo soñaba con estudiar en el extranjero, en Estados Unidos. Trabajé duro y conseguí una beca. Oré fervientemente, ayuné e hice todo lo posible para prepararme para la entrevista de la visa de estudiante. Tenía confianza — incluso entusiasmo.
Después llegó el rechazo inesperado. No una, sino dos veces.
Estaba destrozada. Me sentía abandonada. No tenía un plan B ni energía para empezar algo nuevo. Pero en mi tiempo a solas con el Señor, el Espíritu Santo me susurró algo al corazón: “‘No’ también es una respuesta. Enfócate en el reino, no solo en el mundo”.
Ese momento cambió algo en mí. Comencé a ver mi madurez espiritual en no buscar ya en las manos de Dios lo que Él puediera darme, sino su rostro — porque Él es suficiente.
Fe y alabanza
A menudo admiramos a figuras bíblicas como Ana, Abraham y Jacob por su fe, pero lo que los hace poderosos es su espera. No esperaron pasivamente, sino con lágrimas, oración y perseverancia. Son como las personas que Jesús describe que reciben la semilla de la Palabra: “Pero la parte que cayó en buen terreno son los que oyen la palabra con corazón noble y bueno, la retienen y, como perseveran, producen una buena cosecha” (Lucas 8:15).
Su ejemplo me recordó que la paciencia no es la ausencia de frustración; es la presencia de la fe. No se trata de murmurar ni quejarse, sino de confiar en el tiempo perfecto de Dios y dar gracias por lo que tenemos, incluso mientras esperamos más.
A medida que crecía en mi caminar con el Señor, también aprendí que la espera no es en vano cuando está llena de alabanza. Pablo y Silas alabaron a Dios en la cárcel, no porque quisieran que se abrieran las puertas, sino porque sabían que Dios estaba con ellos. Pablo y Silas alabaron en prisión, no porque pidieran libertad, sino porque confiaron en Aquel que podía dársela.
La paciencia del reino es una entrega activa y fiel. Es llorar y orar como Ana. Es perseverar como Abraham. Es luchar como Jacob. Y es amar a Dios con la misma intensidad en el “no” como en el “sí”.
La verdadera paciencia del reino consiste en perseverar incluso cuando las cosas no tienen sentido y decir: “Señor, aunque no abras esta puerta, sigo confiando en ti”.
Jesús es el ejemplo máximo de la paciencia del reino. En Marcos 14:60-62 y 15:3-5, lo vemos en silencio, soportando falsas acusaciones, traición y sufrimiento injusto. Tenía todo el derecho a hablar, todas las razones para defenderse. Sin embargo, permaneció en silencio. Esa es la clase de paciencia que trae el cielo a la tierra: la paciencia que confía en el plan de Dios incluso cuando duele.
Lo más importante
Ya tengo 20 años. Quizás joven, pero con la edad suficiente para saber que la paciencia del reino es una de las cosas más difíciles, pero también más santas, que Dios puede obrar en nosotros. Si bien se trata de esperar una promesa, también se trata de en quién te conviertes mientras esperas con alabanza y fe. En un mundo que glorifica los resultados inmediatos, Dios nos invita a una vida diferente — una basada en la fe, la perseverancia y la esperanza eterna. Porque este viaje no se trata solo de lo que ganamos en este mundo, sino de a quién encontraremos al final: Aquel a quien vale la pena esperar.





