Aprendiendo la humildad en la vida cristiana.
por Tiffany Watson
Uno de los mayores desafíos que enfrentan los cristianos es la tensión entre confiar en sí mismos y rendirse a Dios. En un mundo que valora constantemente la independencia, el éxito personal y el control, es fácil confiar en nuestras propias habilidades y planes en lugar de buscar la guía y la voluntad de Dios. La sociedad a menudo elogia el éxito logrado por uno mismo, lo que lleva a muchos a creer que cuanto más controlen sus vidas, más lograrán.
Sin embargo, las Escrituras nos ofrecen una perspectiva diferente, una que nos llama a confiar plenamente en Dios y a depender de Su sabiduría, especialmente cuando nuestra fuerza parece suficiente.
Jesús ofrece la ilustración perfecta de cómo se ve este tipo de humildad y entrega. En Mateo 11:29, Él nos invita a tomar Su yugo sobre nosotros y aprender de Él: “Que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas”. El verdadero descanso y la paz, entonces, vienen de dejar nuestras cargas y tomar el yugo de Jesús. Esta imagen nos invita a renunciar al control y a rendirnos a la guianza de Jesús, permitiéndole llevar el peso con nosotros. Este acto de rendirse a la voluntad de Dios produce el descanso profundo y la plenitud que buscamos.
Jesús, el ejemplo
Jesús es el modelo supremo de humildad y entrega a la voluntad de Dios. Su vida en la tierra demostró una confianza total en el Padre.
Filipenses 2:5-8 nos recuerda que, a pesar de tener la forma de Dios, Jesús “no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse”, sino que “se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo” y sometiéndose al Padre. Este pasaje subraya que la verdadera grandeza en el reino de Dios tiene sus raíces en la humildad, la abnegación y la obediencia absoluta al plan de Dios.
En momentos de oración, como en el huerto de Getsemaní, Jesús expresó Su profunda confianza en la voluntad de Dios: “pero no sea como yo quiero, sino como tú” (Mateo 26:39). Incluso cuando se enfrentó a un inmenso sufrimiento en la cruz, Jesús se rindió al plan de Dios, confiando en que prevalecería. Su obediencia a través del sufrimiento se convirtió en el acto supremo de sometimiento.
La humildad de Jesús nos ofrece un modelo para abandonar la autosuficiencia y confiar plenamente en la voluntad de Dios, sabiendo que Él nos capacitará para cumplir Sus propósitos.
Trampa
La autosuficiencia es una trampa común y peligrosa para los cristianos. A menudo comienza con buenas intenciones: usar nuestras habilidades, conocimientos y esfuerzo para resolver problemas o alcanzar metas.
Sin embargo, cuando ponemos nuestro conocimiento por encima de la guía de Dios, nos alejamos de la humildad que define la vida del reino. Proverbios 3:5, 6 ofrece una clara advertencia contra esta mentalidad: “Fíate de Jehová de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia. Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas”.
Uno de los ejemplos más llamativos de la autosuficiencia que conduce al fracaso es el rey Saúl. Inicialmente elegido por Dios, Saúl desobedeció cuando eligió confiar en su propio juicio en lugar de seguir los mandatos de Dios. En 1 Samuel 15, la decisión de Saúl de perdonar la vida al rey amalecita y al ganado, a pesar de las instrucciones de Dios de destruirlos, mostró su dependencia de la lógica humana. Saúl intentó justificar sus acciones, pero su autosuficiencia finalmente lo llevó a su caída y al rechazo de Dios como rey.
En la vida moderna, depender de nosotros mismos puede manifestarse de diversas maneras, como trabajar demasiado, descuidar la oración o tomar decisiones importantes sin buscar la dirección de Dios. Por ejemplo, alguien podría tratar de resolver los problemas financieros trabajando más horas, pensando que puede arreglar todo por sí mismo en lugar de buscar primero la sabiduría de Dios. Estas conductas, que a menudo se consideran responsables o prácticas, reflejan un problema más profundo: nuestra renuencia a ceder el control y confiar plenamente en Dios.
La verdadera vida en el reino requiere abandonar la ilusión de nuestro control y reconocer que solo Dios es nuestra fuente de fortaleza y sabiduría. Como nos recuerda Mateo 6:33, debemos “buscar primeramente el reino de Dios y su justicia”, confiando en que todo lo demás se nos dará cuando nos rindamos a Él.
Primeros pasos
¿Cómo pasamos de la autosuficiencia a la humildad? A través de la confesión y el arrepentimiento. La confesión requiere reconocer nuestros pecados y debilidades ante Dios, dejar de lado el orgullo y admitir que no podemos vencer el pecado por nuestra cuenta. Es reconocer que necesitamos la gracia y la misericordia de Dios para transformarnos. Primera de Juan 1:9 nos asegura: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”. Esta limpieza y perdón vienen cuando nos acercamos a Dios con humildad.
El rey David ofrece una poderosa ilustración de la confesión y el arrepentimiento en el Salmo 51. Después de cometer adulterio y asesinato, fue confrontado por el profeta Natán. En lugar de negar su pecado o justificar sus acciones, David se humilló ante Dios, escribiendo el Salmo 51 como una sentida oración de arrepentimiento: “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí” (v. 10). La confesión sincera de David abrió el camino a la misericordia y la restauración de Dios, recordándonos que Dios siempre está dispuesto a perdonar a quienes se acercan a Él con un corazón humilde.
El arrepentimiento va más allá de la simple confesión del pecado. Implica dejar de depender de uno mismo y elegir depender de la guía y la fortaleza de Dios. En Mateo 5:3, Jesús declara: “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”. Aquellos que son “pobres en espíritu” reconocen su necesidad espiritual y, con humildad, recurren a Dios en busca de ayuda.
Para los cristianos, practicar la confesión y el arrepentimiento con regularidad es esencial para crecer en humildad. Al admitir nuestras limitaciones y buscar la fortaleza de Dios, alineamos nuestra vida con Su voluntad y nos acercamos más a Él.
Rendición diaria
Después de confesar y arrepentirnos, debemos rendir diariamente nuestra voluntad a Dios, otra práctica de humildad y confianza. Cada día estamos llamados a reconocer nuestra dependencia de Dios, a dejar ir nuestros planes y a buscar Su guía en todas las cosas. Jesús lo afirma en Su enseñanza sobre la oración: “Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Lucas 11:2).
Hay varias oportunidades para rendirse. Una de ellas implica confiar en Dios en momentos de incertidumbre. Cuando el camino que tenemos por delante no está claro o es difícil, tendemos a confiar en nuestras propias soluciones. Por ejemplo, cuando los israelitas estaban en el desierto, se quejaban de cómo conseguirían comida ahora que habían salido de Egipto (Éxodo 16:2, 3; cf. 14:
1-4). Dios les prometió maná todos los días, pero tenían que confiar en Él para recibirlo (16:4ss).
Al igual que los israelitas, debemos aprender a depender de Dios para nuestras necesidades diarias, aunque no sepamos cómo sucederá eso, y rendir nuestro impulso de controlar el resultado.
Otra oportunidad clave de rendirnos es servir a los demás. Jesús lo demostró en Juan 13:14, 15 cuando lavó los pies de Sus discípulos y les enseñó a hacer lo mismo. Servir a los demás nos permite dejar de lado nuestro orgullo y priorizar sus necesidades por sobre nuestros propios deseos, reflejando la humildad de Cristo.
La comunidad cristiana también juega un papel esencial en la entrega diaria. Ser parte de una comunidad ofrece aliento y responsabilidad mientras nos esforzamos por vivir la humildad. Hebreos 10:24 nos insta a “estimularnos unos a otros al amor y a las buenas obras” (NVI), recordándonos que la entrega no es un viaje que emprendemos solos.
Rendirnos diariamente es un desafío, pero abre el camino para una intimidad más profunda con Dios y una vida moldeada por Su voluntad.
Bendiciones
La humildad y rendirse son los cimientos de la verdadera vida del Reino; Jesús nos lo mostró. Cuando soltamos el control y confiamos en Dios, no sólo encontramos paz, sino también crecimiento espiritual. Seguir el ejemplo de Jesús permite a Dios obrar poderosamente en nuestras vidas.
La rendición es parte del reino de Dios, y trae bendiciones que la autosuficiencia no puede alcanzar. Reflexionemos sobre las áreas en las que la autosuficiencia puede estar frenándonos y pidamos a Dios que nos guíe para entregárselas a Él. A medida que dependamos más de Él, nos convertiremos en las personas que Él nos llama a ser — viviendo plenamente en Su reino.
El Desafío de los Discípulos
Los discípulos también tuvieron que aprender la importancia de la humildad y la rendición.
La confiada declaración de Pedro en Mateo 26:33, donde insistió en que nunca se apartaría, muestra la tendencia humana a confiar en la fuerza personal. Sin embargo, a pesar de su audaz afirmación, Pedro negó a Jesús tres veces (vv. 69-75).
Este momento de fracaso nos recuerda las limitaciones de la autosuficiencia. Solo después de la resurrección de Jesús y la venida del Espíritu Santo, los discípulos abrazaron plenamente la necesidad de rendirse a la voluntad de Dios (Hechos 1:8). Fortalecidos por el Espíritu, ya no dependían de sus propias habilidades sino del poder de Dios para llevar a cabo su misión.
— Tiffany Wilson