“¡Hola, mamá!” Gritó David. “Mira la honda tan divertida que me ha traído papá. Me la voy a llevar afuera para ver qué tan bien puedo pegarle a las cosas”.
“No apuntes a los pájaros ni a los animales”, le advirtió su madre. David le prometió que no lo haría. Deambulando por el bosque que estaba detrás de su casa, con un bolsillo lleno de piedras y Skip pisándole los talones, David disparó a varios árboles, arbustos y rocas. ¿Hasta qué altura puedo pegarle a algo? se preguntó. Olvidando la promesa que le había hecho a su madre, apuntó, tiró hacia atrás todo lo que pudo y vio cómo la piedra se clavaba con fuerza y certeza en el pecho de un pájaro.
El pájaro cayó al suelo, sin vida.
“Oh, no”, se lamentó David. “¿Qué he hecho?” Al oír un ruido en lo alto, vio un nido y trepó hasta donde estaba. En él graznaban tres crías hambrientas. David retrocedió lentamente por el árbol sin tocar el nido ni los pájaros. Él y Skip se escondieron en un arbusto cercano, con la esperanza de ver a otro pájaro volver con las crías. Ninguno se acercó. ¿Qué podía hacer?
Odiando la idea de admitir lo que había hecho, David se obligó a volver a casa. Mamá les vio a él y a Skip arrastrándose por el patio y supo al instante que algo iba mal. Salió al patio trasero y gritó: “David, ¿qué ocurre? Parece como si hubieras perdido a tu mejor amigo”.
Le invadió la culpa y se dejó caer al suelo con las piernas cruzadas y la cabeza entre las manos. “Mamá, sé que prometí que no apuntaría a nada vivo, pero sinceramente no pensé que la roca llegaría tan alto”.
“¿Qué estás diciendo?”
“Accidentalmente le pegué y maté a un petirrojo, y creo que tiene algunas crías. Encontré un nido. Nunca imaginé que la desobediencia podría hacerme sentir tan mal. Me duele el corazón y el estómago. ¿Qué puedo hacer?”
Su madre sonrió, comprendiendo su dolor. “David, estás aprendiendo una importante lección de primera mano”.
“¿Qué lección? Ya sé que no debo apuntar con mi honda a los animales”.
“Esto es mucho más importante”, respondió mamá. “Estás aprendiendo el verdadero significado del arrepentimiento. ¿Recuerdas las veces que has hecho algo malo y te decimos que digas ‘lo siento’? ¿Lo has dicho alguna vez cuando en realidad no lo sentías?”.
“Sí”, confesó David. “Muchas veces. Recuerdo que lo decía para no meterme en más problemas. Pero eso no es como hoy. Realmente lo siento y desearía poder volver atrás y deshacer lo hecho”.
“Esto se parece más al arrepentimiento del que habla la Biblia cuando nos dice ‘Arrepiéntanse y bautícense’. No se trata sólo de un pensamiento momentáneo de arrepentimiento o de sentir pena porque nos hayan descubierto. Es un deseo sincero de no volver a hacer esas cosas, de cambiar nuestro comportamiento y tratar de seguir plenamente la voluntad de Dios”.
“Sí, esto es totalmente diferente”, admitió David. “No quiero volver a sentirme así. Tendré mucho cuidado con mi honda a partir de ahora”.
“Muy bien”. Sonrió su mamá. “Ahora vamos a ver cómo podemos alimentar a tres pájaros hambrientos”.