Cuando las Familias Sufren

Cómo sanar de relaciones dañinas.

por Bob Hostetler

Las familias son un regalo de Dios. Ellas nos pueden brindar vida y amor, esperanza y felicidad, fuerza y ​​seguridad, bendición y belleza. Pero también pueden ser la fuente de nuestras mayores preocupaciones y heridas más profundas. Incluso las familias más sanas pueden herirnos de muchas maneras.

Podría ser algo del pasado: Alguien que te ignoró, te descuidó o que abusó de ti. Quizás puede ser algo más reciente: Él no te dejará tener razón; ella no dejará que lo olvides. Pudo haber sido un hecho aislado o algo que sucedió repetidamente.

Sea cual sea la dolorosa experiencia familiar que hayas vivido, una mirada atenta a una página del álbum de fotos de una familia — un relato que siguió a múltiples experiencias dolorosas — puede ofrecerte consuelo, sabiduría y esperanza hoy en día.

Reencuentro incómodo

Jacob y Esaú eran hermanos gemelos. Incluso antes de nacer, ya peleaban. Jacob era el consentido de su mamá; Esaú era el favorito de su padre. Jacob engañó a su padre para que le diera a él la herencia que supuestamente sería para Esaú, defraudando así a ambos a la vez.

Cuando Esaú se enteró, planeó matar a su hermano, así que Jacob huyó y terminó en casa de un pariente lejano. Allí conoció a una joven, formó una familia y prosperó en los negocios, hasta que tuvo que irse de la ciudad rápidamente, otra vez.

Jacob, su familia, sus sirvientes y sus rebaños no tenían otro lugar a dónde ir, solamente regresar a casa . . . donde estaría su hermano Esaú, a quien había traicionado y engañado. Así que Jacob ideó un elaborado plan y envió mensajeros a su hermano con la noticia de que Jacob regresaba a casa y que esperaba que Esaú lo recibiera. Esos mensajeros regresaron con la noticia de que Esaú venía a recibir a Jacob — ¡con cuatrocientos hombres armados! Jacob respondió dividiendo su caravana en dos grupos, con la esperanza de que si uno era atacado, el otro pudiera escapar. Envió varios mensajeros por delante, cada uno con regalos de cabras, camellos, vacas y burros para apaciguar a su hermano. Y Jacob oró, luchando con Dios toda la noche, con la esperanza de sobrevivir a la inminente reunión familiar. Cuando amaneció, el enfrentamiento era inminente:

Jacob alzó la vista y vio que Esaú se acercaba con cuatrocientos hombres; . . . Pero Esaú corrió a su encuentro y, echándole los brazos al cuello, lo abrazó y lo besó. Entonces los dos se pusieron a llorar. Luego Esaú alzó la vista y, al ver a las mujeres y a los niños, preguntó: — ¿Quiénes son estos que te acompañan? — Son los hijos que Dios ha concedido a tu siervo — respondió Jacob. Las esclavas y sus hijos se acercaron y se postraron ante Esaú. Luego, Lea y sus hijos hicieron lo mismo y por último también se postraron José y Raquel. — ¿Qué significan todas estas manadas que han salido a mi encuentro? — preguntó Esaú. — Intentaba que me trataras bien, mi señor — contestó Jacob. — Hermano mío — repuso Esaú — , ya tengo más que suficiente. Quédate con lo que te pertenece (Génesis 33:1, 4-9).

Perspectivas bíblicas

Este pasaje ofrece una perspectiva sobre cómo sanar de una experiencia familiar dolorosa — no por parte de Jacob, el hombre que luchó con Dios, sino por parte de Esaú. Esto nos sugiere varias cosas.

Renuncia a tu deseo de vengarte. Jacob nunca había tratado bien a Esaú. En repetidas ocasiones se había aprovechado de él. Así que, en su primer encuentro después de veinte años, podríamos pensar que Esaú sentía que Jacob estaba justo donde lo quería. Él podría haberse vengado fácilmente con tan solo una orden a sus hombres armados. Pero no. Él dijo: “— Hermano mío — repuso Esaú —, ya tengo más que suficiente. Quédate con lo que te pertenece” (v. 9).

Esa es la clave para sanar de una experiencia dolorosa: Debes renunciar a la venganza. Puede ser difícil. No parece tener sentido. Nos decimos: Si tan solo pudiera hacerlos sufrir como yo he sufrido, podría cerrar este capítulo.

Pero eso es mentira. Nunca conseguirás un “cierre” de esa manera. No experimentarás la sanación vengándote. El camino a la sanación es renunciar al impulso de vengarse y en cambio, elegir el perdón.

Pero perdonar no es experimentar oleadas de cariño por la persona. No es olvidar lo que te hicieron y fingir que nunca sucedió. De hecho, no se puede perdonar sin reconocer el mal cometido. Si nadie hubiera hecho nada malo, no habría necesidad de perdonar. Pero perdonar es liberarse del deseo de vengarse de las personas. Eso no significa solo abstenerse de matarlas o humillarlas. Perdonar también significa no hablar de ellas, no recordarles constantemente lo que hicieron, no hacer que se sientan incómodas, no hacer que sientan pesar por lo que hicieron.

Y, sí, a veces la gente no siente pesar. Nos decimos a nosotros mismos que si solamente se sintieran mal, tal vez podríamos perdonar. Pero esa actitud les da poder sobre tu capacidad de perdonar, como si tuvieran poder no sólo para hacerte daño, sino también para impedir que perdones. En realidad, nadie tiene ese poder sobre ti. Nadie puede impedirte sanar mientras renuncies a tu derecho a vengarte.

Acepta lo que puedan dar. Observa lo que sucedió después de que Esaú dijera: “Ya tengo más que suficiente. Quédate con lo que te pertenece”.

— No, por favor — insistió Jacob —; si he logrado que me trates bien, acepta este presente que te ofrezco. Ya que me has recibido tan bien, ¡ver tu rostro es como ver a Dios mismo!Acéptame el regalo que te he traído. Dios ha sido muy bueno conmigo y tengo más de lo que necesito. Fue tanta la insistencia de Jacob que, finalmente, Esaú aceptó (vv. 10, 11).

Muchas de nuestras heridas provienen de personas que deberían haber sido importantes para nosotros o haber hecho algo por nosotros, pero no lo fueron o no lo hicieron. “Ella debería haberme protegido“. “Ellos deberían haber estado ahí para mí“. “Al menos podrían haber llamado“. Muchas de nuestras heridas surgen de una necesidad insatisfecha.

Pero en Génesis 33, Esaú parece no querer nada de lo que Jacob le ofreció. Quizás lo único que deseaba le había sido arrebatado años antes — pero Jacob nunca podría devolverlo. Así que Esaú aceptó lo que Jacob podía darle. Era lo mejor que Jacob podía hacer.

Un paso importante para sanar es aceptar lo que la persona que te hizo daño es capaz de dar, aceptando lo que son capaces de ser. Puede que no sea lo que deseas, puede que no compense nada, pero puede ser lo mejor que esa persona puede hacer, siendo quien es. Aceptar lo que puede dar es un paso hacia la sanación.

Da lo que seas capaz de dar. Fíjate en lo que ocurre después:

Más tarde, Esaú le dijo: — Sigamos nuestro viaje, yo te acompañaré. Pero Jacob se disculpó: — Mi hermano y señor debe saber que los niños son todavía muy débiles, y que las ovejas y las vacas acaban de tener cría, y debo cuidarlas. Si les exijo demasiado, en un solo día se me puede morir todo el rebaño.Es mejor que mi señor se adelante a su siervo, que yo seguiré al paso de la manada y de los niños, hasta que nos encontremos en Seír. — Está bien — accedió Esaú — , pero permíteme dejarte algunos de mis hombres para que te acompañen. — ¿Para qué te vas a molestar? — contestó Jacob — . Lo importante es que me has tratado bien” (vv. 12-15).

Ninguno de los dos hermanos pudo borrar lo sucedido. Ninguno pudo cambiar el curso de los veinte años anteriores. Y aunque Esaú parece ser la imagen misma de la bondad y la gracia, ¿quién podría culparlo si pensara: ¿De verdad ha cambiado Jacob? ¿Está jugando conmigo otra vez?

Quizás por eso Esaú no le dio a Jacob las llaves de su camello, sino que se ofreció a acompañar a su hermano de regreso a la casa de sus antepasados — quizá pensando que era buena idea mantenerlo bajo vigilancia. Pero Jacob se resistió, así que Esaú dijo que al menos podía dejar a algunos de sus hombres armados con su grupo. Sin embargo, Jacob se resistió de nuevo y solo pidió que su hermano no causara problemas mientras Jacob continuaba su viaje.

 Así que Esaú accedió a su petición.

Otra clave para sanar de una experiencia familiar dolorosa es dar lo que puedas a la persona o personas que te hicieron daño. Quizás puedas perdonar, pero quizás no puedas darle a esa persona las llaves de tu camello. Puede que no te apetezca pasar los días festivos con esa persona. Puede que no quieras que todo vuelva a ser como antes. Y eso está bien. Simplemente da lo que puedas dar, sin negar nada por despecho, sin intentar hacerles sufrir, sino con la mayor amabilidad posible, dándole a esa persona y a esa relación lo que puedas dar: una tarjeta de cumpleaños, una invitación a cenar, algo que disfrutaron juntos antes del dolor, o algo completamente distinto. Sé generoso y amable, pero no te sientas culpable porque tu relación haya cambiado. Simplemente da lo que puedas dar.

Define límites saludables para una nueva relación. Mira una vez más Génesis 33:

Aquel mismo día, Esaú regresó a Seír. Jacob, en cambio, se fue hacia Sucot, y allí se hizo una casa para él y cobertizos para su ganado. Por eso a ese lugar se le llamó Sucot (vv. 16, 17).

¿Entonces Esaú se fue por un lado y Jacob por otro? Ese no es exactamente un final digno de las películas de Hallmark Channel. Y Jacob todavía parece tener solo un conocimiento superficial de la verdad, pues tras decir que se reuniría con su hermano en Seir, se dirige al oeste tras separarse. Pero incluso eso contiene una lección.

Si quieres sanar de una relación familiar dolorosa, está bien, de hecho, es sabio definir límites saludables para una nueva relación. Con demasiada frecuencia, cuando nos han herido, pensamos que el perdón y la sanación significan volver a como eran las cosas, cuando eso podría ser lo peor que podríamos hacer y algo que no agrada en absoluto a Dios. Seguir adelante definiendo límites saludables de una nueva relación —ejerciendo tu libertad para tomar decisiones maduras, quizás tomando la iniciativa, encontrando la manera de ser amoroso pero firme con la persona que te lastimó— también es algo amoroso. Incluso puede ser lo más amoroso que puedas hacer, no solo por ti mismo, sino también por la persona que te lastimó y por los demás miembros de la familia. No es fácil sanar de una relación familiar dolorosa. Puede ser difícil renunciar a nuestro deseo de desquitarnos. Puede ser difícil aceptar lo que la otra persona puede dar, y a menudo es aún más difícil dar lo que nosotros podemos. Sin embargo, si logramos hacerlo y definimos los límites saludables de una nueva relación, podríamos, como Esaú, encontrar el camino de regreso a “casa”.

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La Infinita Misericordia de Dios

Written By

Bob Hostetler is an award-winning author, literary agent, and speaker from southwestern Ohio. His fifty books, which include the award-winning Don’t Check Your Brains at the Door (co-authored with Josh McDowell) and The Bard and the Bible: A Shakespeare Devotional, have sold millions of copies. Bob is also the director of the Christian Writers Institute (christianwritersinstitute.com). He and his wife, Robin, have two children and five grandchildren. He lives in Las Vegas, NV.

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