Arrepiéntase y Crea

Un proverbio Cherokee habla de un abuelo que enseña a su nieto los caminos de la vida: “Dentro de mí se libra una terrible lucha entre dos lobos. Un lobo está lleno de orgullo, codicia, violencia y odio. El otro está lleno de humildad, paz, esperanza y amor. Estos dos lobos luchan por mi espíritu”.

El niño busca ansiosamente los ojos de su abuelo y pregunta: “¿Qué lobo gana?”.

Su abuelo responde: “El que yo alimento”.

La Biblia describe una batalla similar a la que todos nos enfrentamos. La encontramos en Romanos 7:18-24:

Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí. Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí. Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?

El pecado es un capataz cruel. Despierta malos deseos que se hacen más fuertes cuanto más los alimentamos. Cuanto más tiempo lo hacemos, más insensible se vuelve nuestro corazón. Algunas personas se han degradado durante tanto tiempo que se han vuelto inhumanas (2 Pedro 2:12). Sus corazones se han vuelto fríos y oscuros, y el deseo de lo que es correcto ya no habita en ellos. Al igual que con Sodoma, no queda esperanza de que estas personas descarriadas se vuelvan del pecado a Dios.

Aunque la mayoría de nosotros no hemos extinguido por completo el deseo de hacer lo correcto que Dios nos ha dado, nos encontramos con que nos falta el poder para vencer nuestros malos deseos cuando somos tentados, aunque sabemos que nuestros pecados nos condenarán. Este problema nos lleva a la pregunta que a menudo nos hacemos: “¿Qué debo hacer para ser salvo?”.

 

Dos religiones

Responder a esta pregunta representa un reto en nuestra sociedad pluralista. En su sermón en vídeo La Singularidad del Cristianismo, J. B. Nicholson recuerda la historia de un predicador de calle que se enfrentó a un transeúnte: “Ustedes los cristianos son arrogantes porque piensan que su camino es el único camino hacia Dios. Hay miles de religiones en el mundo y muchos caminos hacia Dios”.

A esto, el predicador dijo: “Señor, sólo hay dos religiones en el mundo, no miles. La primera dice que el hombre se salva a sí mismo, y la segunda dice que el hombre necesita un Salvador. Sólo el cristianismo es esa segunda religión” (paráfrasis mía).

Los que creen que nosotros nos salvamos a nosotros mismos creen que Dios salva a los buenos y condena a los malos. Para ser una buena persona, nuestras buenas acciones deben superar a las malas. En otras palabras, eres una buena persona si solo eres malo menos de la mitad de las veces. Como es una norma fácil de cumplir, la mayoría de la gente se siente segura de su propia rectitud. También sienten bondad en su interior por su deseo de hacer el bien, aunque a menudo elijan hacer lo contrario.

Pero ¿cómo pueden las personas considerarse buenas si eligen conscientemente en contra de estos buenos deseos? Puesto que a menudo los anulamos, ¿no es más probable que los deseos rectos provengan de Dios, mientras que las elecciones provengan de nosotros? Así pues, las personas deberían juzgarse a sí mismas, no por sus deseos, sino por el lobo que deciden alimentar.

 

Dos pasos

Jesús dijo: “Nadie es bueno sino solo Dios” (Lucas 18:19). Dios es perfecto y Su estándar de justicia es la perfección. Así que para ser salvo, debe ser perfecto. Pero esto no puede suceder. Todo pecado es rebelión contra Dios, y un solo pecado es suficiente para condenarnos. Sólo el cristianismo acepta esta realidad aterradora de la Palabra de Dios. Todos hemos anulado el deseo de hacer el bien y hemos elegido hacer el mal, sellando nuestro destino. Una vez caídos, no podemos hacer nada para salvarnos. Por eso necesitamos un Salvador. Cualquier esperanza para nosotros debe venir de Dios mismo, porque sólo Dios es bueno.

Dios nos ama, no porque seamos buenos, sino porque Él es bueno. En Su gran amor por la humanidad, Dios envió a Su Hijo para que todos los que creen en Él se salven. Todos los que ponen su fe en Jesús son declarados justos por Dios. Esto se llama justificación.

Aquellos justificados nacen de nuevo con una nueva naturaleza y se les da la responsabilidad de hacer morir la vieja naturaleza. A medida que elegimos permanecer en Cristo, Su Espíritu Santo nos capacita para vivir vidas santas. Este proceso de crecimiento en la gracia y la verdad de Dios, por el poder de Su Espíritu, se llama santificación.

En pocas palabras, la salvación es un proceso de dos pasos: Primero somos declarados justos a través de nuestra fe en Jesús (justificación), luego el Espíritu Santo nos capacita para crecer en justicia a través de nuestra fidelidad a Jesús (santificación).

Cuando decidimos seguir a Cristo y madurar en nuestra fe, Satanás no se queda de brazos cruzados. Como buen conocedor de la naturaleza humana, es un maestro del engaño, a menudo disfrazado de ángel de luz. La Biblia se refiere a Satanás como un león rugiente que busca a los que puede devorar. Atrae a sus víctimas con la misma mentira que utilizó desde el principio con Eva de que podemos convertirnos en nuestros propios dioses. Ofrece a la humanidad falsas esperanzas y falsa seguridad con religiones falsas que sustituyen la relación con Cristo por rituales, sacrificios y espiritualidad.

Satanás invierte sutilmente el orden de dos pasos de la justificación y la santificación. Consigue que la gente crea erróneamente que primero deben santificarse a sí mismos para poder justificarse ante Dios como seres independientes y auto justificados, como sus propios dioses. Es en vano intentar alcanzar la inmortalidad mientras se mantiene la propia independencia de Dios. En el cristianismo, tanto el poder de salvar como el de santificar provienen únicamente de Dios a través de Jesús y del Espíritu Santo. Dependemos plenamente de Él y confiamos en Su bondad. Dios comparte Su naturaleza divina inmortal con nosotros cuando aceptamos Su oferta de pacto de convertirnos en Sus hijos.

 

Dos destinos

Todos queremos ser cambiados. Estamos ansiosos por mejorar y a menudo pagamos a personas para que nos ayuden a desarrollar hábitos saludables. Sin embargo, cuando se trata de nuestra naturaleza, la mayoría de la gente se conforma con ser humana. Queremos continuar con el estilo de vida al que nos hemos vuelto adictos. Confiamos en nuestra propia justicia para asegurarnos de que podemos seguir siendo como somos.

Dios nos ha dado una advertencia en el ejemplo de Israel. Durante generaciones, los judíos anhelaron la venida del Mesías. Eran el pueblo elegido de Dios, y toda su vida giraba en torno a su religión. Veneraban la ley de Dios y adoraban cada sábado en sus sinagogas, pero también permitían que el pecado habitara en sus vidas. Cuando Jesús vino, los judíos se sintieron ofendidos por Su mensaje de arrepentimiento de pecados y de volverse a Él con fe. En sus mentes, los gentiles, no los judíos, eran injustos. En cuanto a su condición espiritual, Jesús citó a Isaías: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí” (Mateo 15:8).

Jesús curó a ciegos, sordos, leprosos y lisiados, e incluso resucitó a muertos. Muchos se preguntaban si Jesús era el Mesías, hasta que se enfrentaron a la disyuntiva de creer en Él o en sus líderes religiosos. Unos pocos depositaron su fe en Jesús, pero la mayoría se sintió más segura permaneciendo con sus líderes, ciegos a su corrupción y justicia propia. Jesús amaba a Su pueblo y lamentaba su decisión de rechazarle:

¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina a sus polluelos debajo de sus alas, y no quisiste! He aquí, vuestra casa os es dejada desierta (Lucas 13:34, 35, RVR 1960).

En lugar de arrepentirse de sus pecados, los israelitas crucificaron al Hijo de Dios con estas aterradoras palabras: “¡Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!” (Mateo 27:25). Así de ciegos, sordos, duros de corazón y santurrones pueden volvernos nuestros pecados cuando alimentamos al lobo equivocado durante demasiado tiempo.

Como los judíos antes de nosotros, tenemos que elegir entre dos destinos eternos. Podemos permanecer inmóviles, sin cambiar y sin ser redimidos por el amor de Dios y la sangre de Cristo, o podemos pedirle a Dios que cambie nuestra naturaleza apartándonos de nuestros pecados y volviéndonos a Jesús.

La religión y los rituales no sustituyen a una relación. Dios es un Dios personal. Al enviar a Su Hijo para salvarnos de nuestros pecados, Dios ha demostrado que nos ama incondicionalmente. Por lo tanto, la pregunta que debemos hacernos es a qué lobo alimentaremos. ¿Nos arrepentiremos y creeremos o seguiremos nuestro propio camino?

Nuestra respuesta determinará nuestro destino.

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Asombrada de Nuevo Sus promesas, Mis Deberes

Written By

Jody McCoy grew up in the Church of God (Seventh Day) in Conroe, TX, attended Spring Vale Academy for three years, and graduated from Texas A&M in 1986 with a master’s degree in electrical engineering. He worked for Advanced Micro Devices for 25 years and left AMD in 2011 to do full-time research in religion, science, and philosophy. In 2015 Jody accepted the position as executive director of the Church of God (Seventh Day). He lives in Austin, TX.

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