El ‘Problema’ de la Inmigración

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Hace veinte años estaba sentado en una banca cuando un hombre mexicano entró a nuestra iglesia. Parecía fuera de lugar en nuestra pequeña congregación caucásica. La Iglesia de Dios era su hogar en México, y quería formar parte de nuestra iglesia. Pero solo hablaba español. Alguien trató de enseñarle palabras en inglés, usando señas para tratar de hablar.

La incomodidad de la situación me molestó tanto que me prometí aprender español. Al final lo hice. Unos años más tarde, traduje para su familia en un servicio del Súper Sábado. Desde entonces participo activamente en la comunidad hispanohablante.

En los recientes meses, el número de llegadas a nuestra frontera sur ha aumentado enormemente. Muchos no tienen familia ni amigos en Estados Unidos y son enviados a albergues para personas sin hogar por todo el país. He visitado muchas iglesias locales, pidiendo voluntarios para ayudar en una organización que atiende las necesidades básicas de la comunidad inmigrante local. Por desgracia, la mayoría de las iglesias de mi zona no son conscientes de las necesidades y no están interesadas en participar.

Un pastor de una congregación hispanohablante local me dijo: “Estos inmigrantes están quebrando nuestra economía”. Muchos en la política de la derecha temen que los inmigrantes roben puestos de trabajo y traigan delincuencia. La política izquierdista cree que la inmigración es una crisis humanitaria causada por la desintegración de la sociedad y que todos deberían recibir asistencia social. Ambos quieren más intervención gubernamental, pero de formas diferentes. Pero estas generalizaciones no abordan adecuadamente una cuestión compleja.

Mostrando compasión

La seguridad fronteriza es un trabajo legítimo del gobierno, pero no es trabajo del gobierno mostrar compasión; ese es nuestro trabajo como iglesia. Como ciudadano votante, apoyo la política de asegurar la frontera y reformar las leyes de inmigración. Pero como siervo de Dios, me he ofrecido como voluntario para dar comida, agua y refugio a los inmigrantes en la frontera.

En toda la Biblia se nos ordena ser generosos con los extranjeros, los pobres, las viudas y los huérfanos (Deuteronomio 24:14-21; Salmo 146:9; Jeremías 22:3; Ezequiel 22:7; Mateo 25:38; 1 Timoteo 5:10). No es productivo refunfuñar sobre si alguien merece vivir en nuestro país, cuestionar sus motivos o criticar sus aportaciones a la sociedad. Tampoco nos corresponde culparlos por los difíciles problemas que afectan a sus países de origen.

Los pobres del tercer mundo sienten una admiración exagerada por Estados Unidos. Lo consideran una utopía en la que todo el mundo es rico. Muchos de los que llegan aquí se sorprenden al descubrir que la vida no es tan fácil como esperaban. Pero Estados Unidos tiene enormes oportunidades económicas en comparación con la mayor parte del mundo.

Esto les lleva a especular: “¿Por qué Estados Unidos es una nación tan próspera, mientras que mi patria está en ruinas?”. Aprenden sobre nuestra Constitución y la separación de poderes y el control y equilibrio de las ramas judicial, ejecutiva y legislativa del gobierno. Nuestra Declaración de Independencia apela a los derechos otorgados por Dios. Tenemos el mejor ejército del mundo. Estados Unidos no es perfecto, pero es superior a la mayoría.

Fuente de grandeza

Pero, ¿es de aquí de donde procede la “Grandeza Americana”? ¿Por qué nuestro país es diferente de tantos? Deuteronomio dice:

“Obedézcanlos y pónganlos en práctica (las leyes y decretos de Dios); así demostrarán su sabiduría e inteligencia ante las naciones. Ellas oirán todos estos preceptos, y dirán: ‘En verdad, este es un pueblo sabio e inteligente; ¡esta es una gran nación!’ ¿Qué otra nación hay tan grande como la nuestra? ¿Qué nación tiene dioses tan cerca de ella como lo está de nosotros el Señor nuestro Dios cada vez que lo invocamos? ¿Y qué nación hay tan grande que tenga normas y preceptos tan justos, como toda esta ley que hoy les expongo?” (4:6-8).

Cuando la reina de Saba visitó al rey Salomón en Israel, quedó asombrada ante la magnificencia de una nación cuyo Dios era el Señor (1 Reyes 10).

Oro para que cuando los inmigrantes venezolanos y haitianos lleguen a esta nación, queden asombrados por la compasión y el amor de los miembros de nuestra iglesia que les dan la bienvenida. Espero que nos oigan proclamar el evangelio de Jesús y se convenzan de pecado. Cuando vean la frase En Dios Confiamos inscrita en nuestra moneda, espero que sepan que no servimos al dinero. Que así como la reina que se sintió abrumada por la grandeza de la sabiduría de Salomón, espero que nuestra generosidad inspire lo mismo.

Tengo amigos que creen que la migración en la frontera sur es una invasión nacional. Aunque esto fuera cierto, como siervos de Dios, debemos obedecer el llamado de Jesús a amar a nuestros enemigos y ser generosos con ellos, porque “Dios es bueno, incluso con la gente mala” (Lucas 6:35, parafraseado).

Responsabilidad de la iglesia

Si yo viviera en un país tercermundista lleno de pobreza y controlado por pandillas, haría todo lo posible por llegar a un lugar como Estados Unidos. Es hipócrita de mi parte esperar que alguien en la misma situación actúe diferente. ¿Podemos culparles por codiciar la abundancia y la seguridad que disfrutamos nosotros?

Sí, está mal infringir intencionadamente las leyes de inmigración, pero eso no cambia la forma en que nosotros, como iglesia, debemos responder a los inmigrantes. La Iglesia debe acoger a todos, independientemente de su situación legal. Además, ¿cómo puede llamarse “inmigración ilegal” cuando nuestro gobierno la promueve, la financia y hace casi imposible seguir un proceso de inmigración legal? Ambos partidos políticos han fracasado a la hora de aprobar una reforma a la inmigración, cuando podrían haberlo hecho.

Mientras escribo esto, mi ciudad ha abierto un centro de recursos para ayudar a los inmigrantes. No hay una solución fácil al “problema” de la inmigración, pero creo que es lamentable que las agencias gubernamentales estén interviniendo para cubrir necesidades de las que muchas iglesias ni siquiera son conscientes. En lugar de pensar en los pobres como un “problema”, agradezcamos la oportunidad de servir.

Robert Stephens
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Robert Stephens is a member of the Church of God (Seventh Day) living in San Antonio, TX, with his wife, Sheila, and their two children, Tori and Elliot. He is a nutritionist and health coach and works part time as an engineering technician. Robert volunteers with the Interfaith Welcome Coalition